Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Patrimonio e identidad (40). La imagen de san Veremundo en la memoria de Irache
La conmemoración del milenario del nacimiento de san Veremundo, nos da pie a repasar su memoria en su monasterio en el que transcurrió su vida en pleno siglo XI. Fue, especialmente, a partir del siglo XVI cuando se le reivindicó como excelente gobernante, virtuoso monje y bienaventurado. Su figura se fundió con la historia del monasterio, por deseo de su comunidad y de algunos abades, cobrando especial protagonismo sus imágenes, así como algunas escenas portentosas y legendarias de su vida.
Sus representaciones estuvieron muy presentes también en las dos localidades que se disputan su nacimiento: Arellano y Villatuerta. Un hecho importantísimo para su culto e iconografía tuvo lugar en el último tercio del siglo XVI, en un periodo de culto a las reliquias de los santos, propiciado por la iglesia y ejemplarizado por Felipe II en El Escorial. El abad de Irache, fray Antonio de Comontes, en 1583, agradecido por la salud recuperada, mandó hacer un arca de madera tallada y policromada con escenas de la vida del santo para guardar la mayor parte de sus reliquias.
A partir de 1591, abundan las indulgencias para los que, confesados y comulgados, visitasen la iglesia del monasterio el día 8 de marzo, día de su fallecimiento, así como los decretos de los obispos de Pamplona de 1614 y 1745 sobre la celebración de su fiesta. En abril de 1745 se prescribió la extensión de su rezo para toda la diócesis de Pamplona por el obispo Miranda y Argaiz. El mencionado prelado actuó sin comunicar nada al cabildo catedralicio, que no se enteró de la decisión episcopal hasta que apareció en la gallofa de 1746. El asunto dio lugar a ciertas dudas sobre la licitud de la decisión y los canónigos consultaron a jesuitas, carmelitas calzados y franciscanos, obteniendo distintos pareceres. El prior de la catedral, don Fermín de Lubián, preparó un borrador para la oportuna consulta a la Santa Sede, en torno a la validez del decreto episcopal, al que finalmente no se dio curso.
En 1765 se produjo un paso más en la ampliación de su culto. Los abades de Irache y Fitero pidieron a las Cortes de Navarra, reunidas en Pamplona, que instasen a la Sagrada Congregación de Ritos para conseguir la extensión del culto a san Veremundo y san Raimundo de Fitero para toda Navarra. La Diputación del Reino dio cuenta en la siguiente reunión de las Cortes, en 1780, de cómo se había resuelto positivamente el asunto y ya estaban impresos los Oficios. Para entonces, el abad de Irache, fray Miguel de Soto Sandoval, ya había editado, en 1764, en las prensas pamplonesas, una Vida de San Veremundo acompañada de un grabado del santo con hábito benedictino, báculo y mitra a los pies, realizado por el aragonés José Lamarca.
La imagen del abad benedictino y el milagro de la paloma
Las esculturas del santo son muy sencillas y lo presentan erguido, con la amplia cogulla benedictina, en ocasiones portando báculo, pectoral y, en ocasiones, la mitra a los pies. Se han conservado la imagen procedente del retablo mayor de Irache (Juan III Imberto, 1613-1621), otra pétrea de la fachada del monasterio, la barroca de Arellano (c. 1660), y otras en Grocin y Villatuerta. El relicario del santo de esta última localidad, realizado en 1640 por el platero Antonio Herrera, remata con la imagen del santo y contiene las reliquias que se introdujeron en él en 1641 en Irache. Fuera de Navarra, lo más destacable es el tablero del orden alto de la sillería de san Benito de Valladolid, en el sitial correspondiente a Irache (Andrés de Nájera, 1525-1529), que en la parte superior luce el escudo del monasterio. Como es sabido, en aquel lugar se representaron las treinta y cuatro casas que integraban la congregación benedictina, mostrando al fundador, santo célebre o titular de su advocación. Conocemos, asimismo, su prototipo en algunos grabados, gozos y novenas.
El pasaje de su vida con mayor fortuna iconográfica fue el del milagro de la paloma, representado en los lugares tan significativos como el arca relicario renacentista, un relieve del retablo mayor de Villatuerta (1641, por Pedro Izquierdo y Juan Imberto III) y el grabado historiado de 1746. El prodigio se narra con todo detalle en los principales textos sobre san Veremundo del padre Yepes, de los bolandistas y de fray Miguel Soto. Al parecer, todos ellos lo tomaron del Leccionario monástico de 1547, cuyo texto traducido del latín es: “Aconteció en aquellos tiempos que una cruel hambre destruyó todo el reino de Navarra, por lo cual muchos compelidos de tan grande calamidad, venían al varón santo a pedirle limosna; y apretando cada hora más el hambre, un día se vino a juntar número de tres mil hombres; pero como en la casa no hubiese bastimento para dar de comer a tanta muchedumbre, porque los criados que por mandado del santo abad habían ido a buscar mantenimiento fuera de la provincia, no habían vuelto, levantóse un gran clamor y alarido entre los circunstantes; porque como estaban traspasados de hambre, no tenían esfuerzo de ir a otra parte... Viendo el santo este miserable espectáculo, con notable sentimiento se llegó al altar para decir misa: ¡cosa maravillosa! Que habiendo llegado a aquel lugar, en el cual el sacerdote ruega a Dios por el pueblo, como San Veremundo pidiese a Dios socorro con muchas lágrimas, bajó una paloma blanca del cielo, la cual andaba revoloteando sobre las cabezas de cada uno, casi como queriéndoles tocar, y luego se subió al cielo a vista de todos: después de esto, cada uno de los que estaban presentes sintió en sí tanta hartura, y quedó cada cual tan satisfecho como si hubiera comido espléndidos y variados manjares; porque no sólo con pan vive el hombre, sino con la palabra que procede de la boca de Dios. Todos, pues, dando gracias al Señor juntamente con San Veremundo, volvieron a sus casas”.
El arca relicario renacentista y la suntuosa capilla barroca
Esta singular y notable pieza fue atribuida por Biurrun al escultor Pedro de Troas y el dato se viene repitiendo una y otra vez, si bien los que realmente la hicieron fueron un escultor de nombre Francisco -seguramente Francisco de Iciz- que trabajó en ella con su criado cincuenta y un días, maese Martín ¿de Morgota? que lo hizo a lo largo de diecisiete días, y Pedro de Gabiria a lo largo de veinticinco días, por lo que cobraron en diciembre de 1584 y junio del año siguiente. Pedro de Troas realizó unas figuras de ángeles y un Niño Jesús para la tapa que no se han conservado y la policromía del conjunto corrió a cargo del prestigioso Juan de Frías Salazar. De Francisco de Iciz apenas sabemos fehacientemente que acudió a la subasta del retablo de San Juan de Estella en 1563.
En los relieves de sus caras se narran otros tantos pasajes milagrosos de la vida del santo, de los muchos que se le atribuían. Así, vemos al santo rechazando al demonio, la celebración de la misa, el milagro de la paloma, la coronación del santo por ángeles, un milagro de curaciones y la muerte del santo. Se puede deducir que el escultor tomó buena nota de los propios monjes de Irache, buenos conocedores de la vida de su santo abad, así como del Leccionario de 1547, que es el texto escrito más antiguo con noticias de su vida, aunque en aquel tiempo también pudo haber otras fuentes escritas. Si rica es la escultura de los relieves, no lo es menos su delicada policromía.
En julio de 1613 los monjes contrataron un retablo para que el arca estuviese con mayor dignidad “en el arco de la iglesia, donde está el sepulcro, en frente de la puerta del crucero”. El encargado de su realización fue Juan III Imberto por la cantidad de 80 ducados y plazo de finalización para Todos los Santos del mismo año.
A mediados de siglo se decidió levantar una gran capilla de planta combinada. En 1654, tras la licencia del general de los benedictinos, se contrató su ejecución con Miguel Martínez, su hijo Juan y Juan de Raon, maestro de edificios, tras una subasta a la que acudieron otros maestros. Un primer diseño, conservado en el Archivo General de Navarra, fue modificado ligeramente. El nuevo retablo para la capilla -conservado en Dicastillo-, está estilísticamente muy cerca del mayor del monasterio de San Millán de la Cogolla. Se trata de una pieza singularísima en su tipología, netamente madrileña. Se realizó a partir de diciembre de 1655 por Gil de Iriarte, siguiendo el diseño de fray Esteban de Cervera, distinguido maestro benedictino que trabajó para distintos monasterios. El dorado de la pieza corrió a cargo de Gregorio Gómez y Francisco de Astiz. Para finalizar el proyecto, en 1657, se procedió a colocar la nueva urna de plata de las reliquias del santo, acorde con el suntuoso espacio. La pieza desapareció en 1813 y de sus avatares en la Guerra nos ocupamos en esta misma serie (Diario de Navarra, 6-III-2020). Diversas lámparas argénteas y veintiséis cuadros adornaron los muros de la capilla. Todo ello se debió al especial interés de un abad navarro, natural de Sada, fray Pedro de Uriz.
La construcción de aquel espacio, incomprensiblemente derribado en 1982, presentaba una planta combinada, con un tramo cubierto por medio cañón con lunetos y otro con cúpula, todo decorado, en 1701, con vistosas yeserías, obra de Vicente López Frías. Su interior contó con grandes pinturas, con pasajes de la vida de san Veremundo, obra del pintor y clérigo aragonés establecido en Soria, don Juan Zapata Ferrer (1657-1710), especializado en pintura mural al fresco y autor, entre otras, de las pinturas de la ermita de San Saturio de Soria.
No era ni la primera ni la última capilla barroca erigida en nuestros monasterios para imágenes de gran culto, como la de San Bernardo en Tulebras, el Cristo de la Guía en Fitero o San Marcial en Azuelo. Si las ciudades competían, en los siglos del Barroco, con las capillas de sus patronos, los monasterios lo hacían con las de sus santos y venerables reliquias.
Un grabado de 1745 a modo de wundervita
Gran singularidad posee un grabado calcográfico, realizado por el carmelita descalzo fray José de San Juan de la Cruz y fechado en 1746, al poco tiempo de la extensión del culto a san Veremundo a todo el obispado de Pamplona.
Su tipología obedece a una “wundervita”, o vida admirable, a causa de la representación en el conjunto de diversos prodigios del protagonista. Los sucesos narrados en las viñetas tienen su correspondencia literaria con los textos que hasta entonces se habían escrito sobre san Veremundo, ya citados. Se trata de una auténtica hagiografía en papel. Algunos de aquellos pasajes figuraban ya en la arqueta renacentista.
La composición presenta un óvalo con la figura del santo en su habitual iconografía bajo el escudo del monasterio, cuatro viñetas a su alrededor y en el tercio inferior una gran inscripción con otras dos escenas a los lados. La viñeta superior izquierda presenta al santo en oración ante un altar barroco con aletones vegetales presidido por una imagen de la Virgen de Irache.
La escena superior derecha representa la aparición de la Virgen del Puy. La relación del abad de Irache con la imagen del Puy, auténtico signo de identidad de Estella y sus tierras, venía muy bien para difundir la devoción y popularidad de San Veremundo. La viñeta central izquierda presenta al santo liberando a un endemoniado y socorriendo a necesitados y tullidos que se le acercan. Esta facultad del santo lo refiere en 1610 el cronista fray Antonio de Yepes brevemente y con estas palabras: “expelía los demonios de los cuerpos de los hombres, y que daba vista a los ciegos y sanaba diferentes enfermedades”.
En la escena central derecha lo encontramos en un pasaje campestre junto a las mieses en actitud de protegerlas frente a nublados y unos personajes inmovilizados. A estos prodigios se refiere fray Miguel Soto, especificando algunos de ellos, como el de un hombre que se salvó en una crecida del río Ega invocando al santo, o el de los hombres de mala vida que dieron fuego a las mieses del monasterio, quedando los facinerosos inmóviles tras la intervención del abad, pudiendo caminar sólo hacia el monasterio, en donde pidieron perdón al santo. Respecto a las tempestades, se documenta la intervención de las reliquias del santo con motivo de nublados a comienzos del siglo XVII, en 1614, cuando varios testigos afirmaron que “cuando se sacan las reliquias por causa de alguna tempestad que arroja piedra, al punto se muda en agua y luego cesa la tempestad”. En la viñeta inferior izquierda se narra el milagro de la paloma en el interior de la iglesia abacial, al que ya nos hemos referido.
En la escena inferior izquierda aparece el milagro de la paloma y en la última de las representaciones, en el margen inferior derecho, se narra otra escena de su vida, en donde aparece arrodillado mostrando a su abad el pan que llevaba para los menesterosos, convertido en astillas de leña. De este hecho se hacen eco los textos hagiográficos y es un tema con paralelismos con pasajes de la vida de santos tan populares como san Diego Alcalá o santa Isabel de Hungría.
El promotor de la estampa fue el padre José Balboa (1688-1771), abad de Irache entre 1745 y 1749 y general de la orden benedictina entre 1757 y 1761. Desde este último puesto, determinó el reparto de las plazas de profesores entre los sujetos con más méritos, la estricta observancia de la regla, así como el estudio y la lectura en aras a elevar el nivel cultural de los monjes.