Ricardo Fernández Gracia,, director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra.
El antiguo retablo de San Nicolás de Pamplona
El antiguo retablo de la parroquia de San Nicolás de Pamplona, finalizado en 1715, hace trescientos años, fue trasladado a la de Ciga con motivo de la construcción de otro, realizado en 1905 y retirado tras las últimas obras de restauración del templo hace unas décadas.
La Pamplona decimonónica no fue muy respetuosa con las obras barrocas. Se vivía una fiebre contra aquel estilo, muy especialmente desde que, en 1785, el secretario de la Real Academia de San Fernando, don Francisco Ponz, criticase el monstruoso ornato de la capilla de San Fermín –que acabaría destruido- o los retablos de San Saturnino o del Carmen Calzado, que también sucumbieron más tarde.
No obstante, el viejo retablo aguantó las fiebres anti-barrocas del academicismo y del siglo XIX y se trasladó a Ciga en el Valle de Baztán en 1904, salvándose de su destrucción, como ocurrió con otros muchos de la ciudad. El mueble se ha conservado y este año se cumplen los tres siglos desde su finalización.
Otra circunstancia hace a la obra especial, por haberse conservado el sermón que se predicó con motivo de la colocación de la imagen del titular en el mismo, tras su construcción por uno de los maestros más prestigiosos de Pamplona, Fermín de Larrainzar, que se había hecho cargo de él en 1708.
El retablo y su autor
Fermín de Larrainzar (c. 1674-1741) era hijo de carpintero y estaba emparentado con otros maestros, como el escultor aragonés Manuel Gil y el polifacético José Pérez de Eulate, que casaría con una de sus hijas. Su formación, iniciada en el taller familiar, se completó, a partir de 1691 en uno de los mejores talleres pamploneses del último tercio del siglo XVII, bajo la dirección de Juan Barón de Guerendiain. En 1695 realizó su examen de ingreso en el gremio-cofradía de San José, para las especialidades de carpintería, ensamblaje y arquitectura. Su carrera artística fue rápida y, además de haber merecido el nombramiento de veedor de obras de la diócesis de Pamplona, acaparó la mayor parte de los retablos de los mejores clientes del reino y del obispado, como los retablos de la girola catedralicia o las benedictinas de Lazcano. En 1700, litigó contra el citado gremio para que se diferenciase la arquitectura -considerándola como arte liberal- del ensamblaje, en aras de emanciparse del concepto artesanal y adquirir un cierto reconocimiento intelectual.
El 23 de julio de 1708 firmó el compromiso para la realización del retablo mayor de la parroquia de San Nicolás de Pamplona, según su propio diseño, por 400 ducados y para realizarse en madera de pino. El plazo de ejecución se fijó para las Navidades de 1714.
Al trasladarse el retablo a Ciga, en 1904, sufrió algunas modificaciones, la más importante la colocación del relieve de medio punto con el tema de la Anunciación de la Virgen. El retablo presenta una planta semihexagonal que sigue las líneas y disposición del ábside gótico de la parroquia pamplonesa. En sus alzados las proporciones están asimismo en función de los ventanales del templo, para no impedir el paso de la luz, no muy abundante en el interior del recinto. Consta de banco, cuerpo dividido en tres calles y ático. El único cuerpo se articula mediante cuatro columnas salomónicas que suponen cierta originalidad en cuanto a su ornato, ya que presentan una gran guirnalda de flores que corre rodeando las gargantas de los soportes, dejando los senos de las salomónicas a la vista.
Respecto al programa iconográfico, en el primer cuerpo aparece actualmente el relieve de la Anunciación en la calle central y las tallas de San Pedro y San Pablo en las laterales. Estas dos últimas y las dos virtudes que montan a plomo sobre las columnas extremas pertenecen al retablo que trabajó Larrainzar, no así el relieve mencionado y la escultura del titular de la parroquia de Ciga, San Lorenzo, que ocupa el templete del ático, de donde se quitó un Crucifijo con que contaba el retablo primitivo. La calidad de algunas de esas tallas nos recuerda el modo de trabajar de algunos escultores foráneos que bien pudieron hacerse cargo de ellas, como el madrileño Antonio González y otros maestros procedentes de Aragón, entre los que se encontraban su propio cuñado Manuel Gil y Luna, escultor aragonés natural de La Almunia, o Jerónimo Sánchez, yerno del mencionado Pedro Onofre.
Uno de los datos más importantes de la pieza es la incorporación del nuevo tipo de salomónicas, posiblemente influidas por el artista aragonés Pedro Onofre Coll, que llegó a trabajar en el tabernáculo de San Fermín en 1714 incorporando columnas salomónicas "vestidas de flores", tal y como se recoge en el condicionado para hacer el retablo de la Virgen de Jerusalén de Artajona.
Oratoria y retórica para su inauguración
Cuando la obra estuvo finalizada, en 1715, se colocó en el presbiterio de la parroquia y se procedió a su bendición sin que faltase el sermón, que pronunció Matías Jerónimo Izcue, vicario del templo, que se imprimió en las prensas pamplonesas de Francisco Picart, con el título de Oración panegírica de San Nicolás en el día en que se consagró su nuevo retablo. El predicador lo dedicó a los obreros de la parroquial. Como es sabido, la Obrería era una especie de junta de administración y fábrica que existió en las viejas parroquias pamplonesas hasta el siglo XIX. El panegirista, Miguel Jerónimo de Izcue, era pamplonés y doctor en teología. Había sido cura de Fuentenobilla en el obispado de Toledo y fue vicario de San Nicolás entre 1711 y 1720 en que renunció para tomar posesión de la abadía de San Martín de Unx y Beire. Tuvo fama de orador y fue elegido en ocasiones señaladas para predicar. Por sus conocimientos históricos fue el encargado de aprobar en 1712 el tomo V de los Anales de Navarra, obra del Padre Alesón, censurando años más tarde el Compendio de los cinco tomos de los Anales de Miguel de Elizondo. Después de dejar su vicaría en la parroquia de San Nicolás siguió aconsejando a la Obrería en cuestiones artísticas, como lo muestra una consulta que le hicieron en 1723 en aras a dorar el retablo de San Mauro. A su muerte fue enterrado en la sepultura 214 del encajonado de la parroquia pamplonesa.
La pieza de oratoria es, como muchas de su momento, harto complicada en su lenguaje y exagerada en sus contenidos. Tras señalar a San Nicolás como admiración del orbe y auténtico héroe, apostilla que si los demás santos nacieron para nuestra imitación, San Nicolás "parece que fue formado para nuestra admiración". Dejando las cuestiones meramente doctrinales y de composición del sermón, lo que afecta al retablo se concreta en el siguiente párrafo: "Ni os admiréis de que este nuevo prodigio de la gracia sea el objeto de nuestra atención en este festivo día, en que vuestra antiquísima devoción ha colocado a San Nicolás en este majestuoso trono, cuya construcción peregrina es delicioso halago de la vista, habiendo con novedad ingeniosa ostentado en su fábrica de los nobles artes de la arquitectura y escultura cuantos primores supo enlazar el delicado gusto de los modernos con el docto artificio de los antiguos. Efecto es maravilloso de vuestra piedad cuanto en todos los siglos ha servido al mayor decoro de este nobilísimo templo. A vuestro fervor se debe cuanto trilla en esas sagradas aras y así gustoso me debiera en este asunto la gratitud debida a vuestra cristiana generosidad, si no supiera que no he venido a formar vuestro elogio, sino el de vuestro patrón".
No abundan este tipo de sermones editados para conmemorar la inauguración de edificios u otras obras artísticas. El monasterio de Fitero hizo imprimir el de la inauguración de la nueva capilla del Santo Cristo de la Guía en 1736. En ambos casos el sermón y las artes-imágenes se daban la mano, guardando plena sintonía las palabras con las esculturas y las pinturas.
Los sermones eran actos muy frecuentados y los predicadores cuidaban mucho de cuanto decían en el púlpito, preparando panegíricos ad hoc, según el auditorio, con el correspondiente ornatus repleto de la retórica imperante y siempre con el triple contenido de enseñar, deleitar y mover conductas. Al predicador se le exigía oración y estudio, así como excitar al fervor, haciendo gala de ciencia, elocuencia e ingenio. Todo ello en aras a conseguir los tres citados fines de la oratoria sagrada que no eran otros que el movere, o marcar conductas, no sólo deleitando y enseñando, sino moviendo los afectos en los corazones.