Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Patrimonio e identidad (21). Escenas de crueldad infantil en el arte navarro
El gran codificador de las personificaciones de vicios, virtudes, actitudes, aptitudes … etc., que fue el humanista Cesare Ripa (1560-1622), escribió en su gran obra titulada Iconología (1593) que la crueldad se representaba en la figura de una mujer de mirada espantosa, ahogando a un niño en sus pañales con ambas manos, acompañada de un ruiseñor. Lo argumenta con el pensamiento de que no hay mayor crueldad que la de dar muerte a quien a nadie perjudica, siendo inocente de toda clase de delitos, “por ello se dice que la crueldad es un insaciable y malvado apetito por el que se castiga a los inocentes o se arrebatan los bienes ajenos, o se ofende a los buenos y en definitiva a la justicia”. Por lo que respecta al ruiseñor, lo agrega a la representación en recuerdo de la Fábula de Progné y Filomena, relacionada con una madre que sirvió a su hijo guisado en un banquete. Ambas escaparon de la venganza de Tereo encolerizado por la matanza de su hijo, cuyos miembros se sirvieron a la mesa como alimento. Tereo convertido en gavilán, persiguió a las dos hermanas: a su mujer Progné y la ultrajada Filomena a la que había cortado la lengua para que no hablase. Las dos hermanas lograron escapar a su ira metamorfoseándose en golondrina y ruiseñor, respectivamente. En la edición de la obra de Ripa, realizada por Georg Hertel en Augsburgo (1758-1760), se añade un felino devorando a una oveja y en el fondo de la composición una historia que abunda en el mismo concepto de maldad, en este caso la del tirano Falaris, tomada de la Historia Natural de Plinio, en donde cuenta cómo los reos se introducían, por orden del déspota, en el interior de una estatua hueca de bronce en forma de toro, que funcionaba a modo de horno. Los gritos de las víctimas se escuchaban por la boca del astado, simulando los mugidos del animal.
Partiendo de ese particular modelo de ensañamiento con los más inocentes y débiles que son los niños, haremos un breve repaso, a través de algunos ejemplos navarros, por algunas representaciones en donde aquellas cándidas criaturas fueron protagonistas de malvados o enajenados personajes, desde el pasaje bíblico de lo santos inocentes, hasta sendos relatos de las vidas de san Nicolás y san Vicente Ferrer.
No posee el patrimonio navarro representaciones de los martirios de santo Dominguito del Val o el Niño de La Guardia, en los que tanto se incide en la brutalidad y ferocidad de sus asesinos judíos. Respecto a los santos Justo y Pastor, titulares de algunas ermitas y patronos de Fustiñana, tan sólo destacan las imágenes de los mismos en edad juvenil de la ermita de Oronoz, de comienzos del siglo XVII y un par de bustos relicarios de ambos niños de las Agustinas Recoletas de Pamplona.
Los santos inocentes desde la escultura románica al siglo XVII
La maldad del rey Herodes al ordenar la ejecución de los niños menores de dos años, nacidos en Belén, para deshacerse de Jesús de Nazareth fue plasmada en numerosos relieves, pinturas y grabados, pues se consideró a los niños como los primeros mártires que derramaron su sangre a causa de Cristo y, como recuerda san Agustín, en lugar de Cristo.
Los artistas en diferentes momentos, supieron sacar amplio partido tanto de la perversidad de Herodes, en algunas ocasiones con un diablo susurrándole en el oído, como de la crueldad de los ejecutores, con afilados cuchillos que clavan en los pequeños cuerpos de los infantes ante las miradas y gestos desgarradores de las madres. El dramatismo se suele intensificar con la presencia de cuerpos degollados por los suelos.
Estella y Tudela conservan escultura monumental harto didáctica a ese respecto. En uno de los capiteles de la portada de San Miguel de la primera ciudad, obra realizada en el último tercio del siglo XII, aparece el relato descrito con acritud, cadáveres en el suelo y con unas impotentes madres que no pueden contener su pavor ante los soldados entunicados que matan o arrebatan a sus hijos haciendo todo lo posible por protegerlos. Sin salir de Estella, en el claustro de San Pedro de la Rúa, otro capitel nos narra el pasaje en tres de sus caras, sucediéndose la orden de Herodes a sus soldados, la matanza propiamente dicha y los verdugos presentando las cabezas de los niños. Esta última escena, con gran intensificación del dramatismo, es lo más excepcional según los estudios de M. J. Quintana y E. Aragonés. La cronología de este capitel se sitúa en torno a 1200.
En la parroquia de la Magdalena de Tudela encontramos dicho tema en un capitel de su nave, de fines del siglo XII, con la particularidad de que se ha introducido la figura de Satanás aconsejando a Herodes. En la portada de Santiago de Puente la Reina, de comienzos del siglo XIII, en sendas dovelas encontramos también la orden de Herodes y la matanza.
Del periodo gótico recordaremos los ejemplos de las portadas de Santa María de Olite y San Saturnino de Pamplona. En el primer caso aparece en el tímpano junto a otras escenas del ciclo de la infancia de Cristo y se data a fines del siglo XIII. En San Cernin, encontramos el relato en uno de los capiteles de la portada realizada hacia 1330-1335. En una tabla del retablo mayor de Tudela, obra tardogótica de finales del siglo XV, de Pedro Díaz de Oviedo, también hallamos el pasaje de los Inocentes, en este caso junto al Nacimiento, la Epifanía y la huida a Egipto.
El siglo XVI fue pródigo en la representación del cruento pasaje, de modo espacial en retablos del primer Renacimiento, como los de Legarda, Mendavia y Lumbier. No faltan las pinturas en retablos como el de Ororbia, Elcano y Villanueva de Yerri, del segundo tercio de aquella centuria, casi siempre en dependencia de modelos grabados muy difundidos. Incluso en piezas bajorrenacentistas de platería se figura el pasaje, como se puede ver, entre otros ejemplos, en la cruz de Cirauqui y las andas del Corpus de la catedral de Pamplona. En algunos casos los gestos de las madres dan un paso adelante, enganchando las barbas de los verdugos o metiéndoles los dedos en los ojos, como ocurre en un óleo sobre cobre de la sala capitular de la seo pamplonesa.
Menor presencia se detecta en los siglos del Barroco, en que destacaremos, como ejemplo, el relieve del retablo de Santa Catalina de la catedral de Pamplona, contratado con Miguel de Bengoechea en 1686.
San Nicolás resucita a tres niños de un saladero en una posada
El tipo iconográfico más usual de san Nicolás nos lo presenta revestido de pontifical y acompañado de una tina de salazón con tres niños, en ocasiones ya representados como jóvenes, aunque lo más usual es lo primero. La razón estriba en un pasaje legendario sobre la vida del obispo, que nos refiere que cuando iba el santo de viaje para asistir al Concilio de Nicea, acompañado de otros prelados, se detuvo una noche en una venta. Allí se les sirvió la cena y cuando se disponía a bendecir los alimentos, le fue revelado que lo que había en la mesa era carne humana y que el posadero era un vil asesino que llegaba a matar a huéspedes, conservando sus despojos en sal. Las últimas víctimas habrían sido tres muchachos a los que había descuartizado y metido en un saladero en su bodega. Hacia aquel lugar se dirigió san Nicolás, en donde rezó, tras lo cual los tres niños vivos recuperaron la vida.
Tal fue la popularidad del pasaje que se asoció a la figura exenta del santo. En Navarra contamos con ejemplos desde la Baja Edad Media. La imagen titular de su parroquia en Estella -hoy en San Pedro de la Rúa- de la primera mitad del siglo XIV, incorpora en su peana pasajes de su vida, algo excepcional en la imaginería navarra de la época, como advierte la profesora Clara Fernández-Ladreda. Las escenas son concretamente los tres niños resucitados, el rescate de un barco en una tempestad y la dotación de las tres doncellas.
Entre las representaciones del siglo XVI destaca la imagen sedente titular de su parroquia pamplonesa, así como las tablas pintadas del antiguo retablo mayor de Tulebras, obra de Jerónimo Cosida (c. 1570) y de la parroquia de Milagro. El relieve del ático del retablo de San José de Viana es obra asimismo destacable, de 1672, ubicada en aquel lugar por ocupar el retablo la antigua capilla de San Nicolás. En los siglos XVII y XVIII no faltan lienzos, e incluso un exvoto en las Comendadoras de Puente la Reina.
Uno de los grabados coleccionados, en los albores del siglo XVII, por la carmelita descalza Leonor de la Misericordia (Ayanz y Beaumont) representa a los niños en la tina con san Nicolás revestido con roquete, capa con bordados de imaginería, mitra y báculo, impartiendo la bendición. El grabado es obra de Leonard Gaultier (1561-1641) y su editor fue Jean Leclerc. Otro grabado con el mismo esquema, fue estampado con una plancha costeada por la parroquia de San Nicolás de Pamplona en 1774-1775 -actualmente conservada en el Archivo Municipal de Pamplona- abierta por Pedro Antonio de Sasa. Se tiró en numerosas ocasiones, la primera vez al abrirse la matriz citada, en número de 1.000 por el impresor Pedro Miguel Ezquerro.
El milagro del niño de Morella en los Dominicos de Pamplona
El retablo de san Vicente Ferrer de su capilla, en la iglesia de los Dominicos de Pamplona, conserva en su ático dentro de un cortinaje y pabellón, un medallón -hasta ahora no interpretado- que representa uno de los milagros del santo más espectaculares, en la localidad de Morella. En él figuran sentados san Vicente Ferrer junto a otro fraile dominico en el frente de una mesa con diversos alimentos, y una mujer con un niño desnudo sobre un plato a un lado. Tres testigos, en uno de los lados, que parecen entre horrorizados y maravillados, contemplan el hecho e incluso uno de ellos sostiene la cortina descorrida, en un gesto de teatralidad, para permitir al espectador contemplar el suceso. No falta la anécdota de un par de animales domésticos junto a las patas de la mesa disputándose algo de comida. El relieve junto al retablo se realizaron con limosnas que recogieron los religiosos, habiendo trabajado en ella uno de ellos, fray Francisco de la Vega y predicador del convento pamplonés, poco antes de mediar el siglo XVIII.
Se trata de un truculento crimen narrado en la hagiografía de san Vicente Ferrer (1350-1419), cuyo relato afirma que, en 1414, el santo se alojó en Morella en su viaje para reunirse con el Papa Luna y el rey Fernando I en el contexto del fin del Cisma de Occidente. Dejemos al biógrafo del santo fray Francisco Vidal y Micó en la hagiografía que publicó en Valencia en 1735, que nos relata lo sucedido, siendo además un texto un poco anterior al retablo, del que se pudieron servir los dominicos a la hora de realizar el relieve que nos ocupa. Dice así el escalofriante relato: “Por este tiempo estuvo el santo hospedado en casa de un caballero, cuya mujer aunque de sí quieta y modesta, pero padecía sus lunaciones de locura. Y en una de ellas, cuando los de casa estaban en el sermón, la tomó la furia y pareciéndole que de la carne tierna de un niño que tenía, le podía hacer al huésped un plato regalado, tomó un cuchillo y le hizo cuartos. Y echado uno de ellos en una olla, guardó para la cena los otros. Volvió del sermón su marido y preguntando si estaba hecha la comida, le respondió que estaba todo a punto y para el santo huésped había no sólo pescado, pero su plato de carne. ¿Cómo carne (dijo él) no sabes que el maestro Vicente no la come? Y ¿de dónde la has sacado? Es, dijo ella, la de nuestro hijo que está de gusto. Quedó pasmado de la atrocidad el caballero. Fue llorando por el remedio al santo, quien le sosegó, diciéndole: confiad en Dios, que como crió este infante le resucitará. Recogió luego (poniendo en sus lugares los trazos del niño, sobrepuso su bendición y añadió esta oración: Jesús, hijo de María, Salud y Señor del mundo, que de nada crió la alma de este infante, la restituya al cuerpo, para gloria de su inefable Majestad y a su nombre. Cosa maravillosa ¡Apenas acabó de decir esta breve oración, cuando el niño resucitó sano, bueno y alegre, con admiración de los circundantes”. El relato cuenta con otras versiones, incluso se identifica al caballero con el notario Francisco Gavaldá y se narra la curación para siempre de la infeliz esposa y madre, pero en lo sustancial se aviene a lo referido en esta fuente literaria que, como hemos dicho, es la que pudo utilizarse como información para el relieve del retablo pamplonés.