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Volver Reyes: tiempo para soñar y aterrizar

Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, Universidad de Navarra

Reyes: tiempo para soñar y aterrizar

jue, 07 ene 2010 08:50:15 +0000 Publicado en Expansión

Escribo esta columna la víspera de Reyes Magos. Esta tarde asistiré a la tradicional Cabalgata, si no, los más pequeños de mi tribu familiar me echan de casa. Ahí estaremos desafiando las inclemencias de esta Navidad húmeda y desapacible, y echando de menos los entrañables villancicos.

Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, prevalece la magia e ilusión de un día consagrado a la inocencia y alegría de la infancia. Toda la liturgia y preparativos para recibir a Melchor, Gaspar y Baltasar tienen su mejor cosecha en la mirada asombrada y feliz de los niños. El día es de ellos, que los adultos se retiren, o que se hagan pequeños y dejen de aburrirnos con sus monsergas.

Por otra parte, la batalla por hacerse un hueco en las colas comerciales, el número de juguetes que se agolpan ante los ojos de los peques, dejarán paso al olvido. A fuer de primar la cantidad, la calidad del detalle se disipa. Pese a la crisis, esta inflación de consumo y regalos choca brutalmente con las miserias y tragedias de tantos lugares del mundo. No pretendo arruinar festividad tan señalada, es uno de mis días favoritos del año, pero sí interrogarme sobre en qué ha derivado finalmente una Navidad pensada en torno a la mesa y las tiendas.

Sea cual sea el resultado de un mix de emociones, valores y afectos, son momentos idóneos para redactar nuestra particular carta a los Reyes. En otros años precedentes, aquí, en este mismo rincón del periódico que me acoge generosamente, he escrito mis peticiones de ciudadano preocupado y esperanzado. Hoy no lo voy a hacer, me la guardo. Hay cosas que en la soledad y discreción de la intimidad personal maduran y se consolidan.

Recuerdo mis años del Colegio del Pilar en Madrid. Una vez al año nos íbamos de retiros espirituales. Dos días en la sierra, naturaleza, deporte, lectura, amistad y oración constituían el menú de horas dedicadas a la reflexión y el conocimiento personal. De vuelta a casa a todos nos guiaban propósitos nobles. Prometo respetar a mis padres, no jorobar a mis hermanos, tener más detalles con mis amigos, hacer algo por los pobres y los enfermos, mantener una relación más franca y leal con Jesús, etcétera.

Al cabo de un tiempo, ¿cuántos objetivos se habían cumplido? ¿Qué arrojaba la comparación entre los retos propuestos y los logros alcanzados? ¿Qué podemos aprender de aquellos planes personales de mejora? El problema de escribir cartas es que tan sencillo como redactarlas, resulta defraudarlas. ¿Por qué fallamos? ¿Son falsas, impostadas? ¿Producto efímero de un momento de euforia?

Imagino estos días a muchos ejecutivos proponiéndose pasar más tiempo con su familia, para luego volver a las andadas de jornadas laborales presididas por la reunitis y el peloteo. Intuyo muchos profesionales prometiéndose leer más, cultivarse un poco, perfeccionar su inglés, atacar sus lagunas educativas, para después quedar aprisionados en hábitos viejos y empobrecedores.

Detecto muchos hombres y mujeres diseñando un entrenamiento deportivo personal que aúne esfuerzo, perseverancia y diversión, para posteriormente entregarse al sedentarismo. Observo acciones de solidaridad con los "miserables" de la tierra, que no aguantan el test del tiempo, se limitan a tics superficiales de una conciencia adormecida en la abundancia. Y así, año tras año. Cartas, objetivos, propósitos de enmienda que sólo en proporción ínfima son atendidos. En ese gap la confianza pierde, la energía se evapora y la autoestima sufre.

Déficit doloroso, no es razón para desistir de nuestra limitada condición humana, sino para crecer en integridad y sabiduría. Existe otra opción. En estos días que echamos el telón a las fiestas y volvemos al trabajo (aquellos afortunados que lo tenemos, sonriamos por favor), objetivos, pocos, personales, ambiciosos, alcanzables y auténticos.

A partir de ahí, constancia y lucha en su consecución, y luego, flexibilidad, humildad y humor para anotar las desviaciones y bregar con nuestra quebradiza naturaleza. Este año mi carta a los Reyes es más corta. A lo peor, porque me hago mayor, o a lo mejor, porque vuelvo al tiempo que bastaba con chapas, cromos y un balón entre hermanos y amigos con los que jugar y espabilar.