Ramiro Pellitero, Profesor de Derecho Canónico
Oración personal y solidaria
Durante su oración en el Huerto de los Olivos (cf. Mc 14, 26ss.), observa Benedicto XVI, "parece que Jesús no quiere estar solo". Al contrario que otras veces, ahora invita a sus tres discípulos predilectos (Pedro, Santiago y Juan), los mismos que llamó para acompañarle en la Transfiguración. Y esto es, según el Papa, significativo (cf. Audiencia general 1-II-2012). ¿En qué sentido?
Aunque él deberá rezar solo, Jesús desea que esos tres discípulos permanezcan en relación estrecha con Él. Se trata de "una petición de solidaridad en el momento en que siente aproximarse la muerte, pero es sobre todo una cercanía en la oración, para expresar, de alguna manera, la sintonía con Él, en el momento en que está a punto de cumplirse totalmente la voluntad del Padre, y es una invitación a cada discípulo a seguirlo en el camino de la cruz".
Jesús se expresa, una vez más, en el lenguaje de los salmos: "Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad" (Mc 14, 33, 34). Hace suyos esos sentimientos que otros mensajeros de Dios han experimentado; siente miedo y angustia, y "experimenta la última profunda soledad mientras el plan de Dios se está llevando a cabo". Aquí, añade el Papa, "se resume todo el horror del hombre ante su propia muerte, la certeza de su inexorabilidad y la percepción del peso del mal que roza nuestras vidas".
Luego cae a tierra, expresando su obediencia a la voluntad del Padre, su entrega y abandono con plena confianza, y le pide que si es posible, pase de él esa hora. "No es sólo el miedo y la angustia del hombre ante la muerte –observa Benedicto XVI–, sino la perturbación del Hijo de Dios que ve el terrible fardo del mal que deberá tomar sobre sí para superarlo, para privarlo de poder".
Es el peso enorme de los pecados del mundo y de cada persona. "Aquí, Él ha luchado también por mí", escribe el Papa en su libro sobre Jesús (vol. II), recogiendo también las palabras que Pascal pone en boca del Señor para nosotros: "Aquellas gotas de sangre, las he derramado por ti". Ya San Pablo decía: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20).
Y, como en las catequesis anteriores, el Papa extrae consecuencias (permítasenos llamarle "lecciones") para nuestra oración. He aquí la primera: también nosotros hemos de "llevar ante Dios nuestras fatigas, el sufrimiento de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo, de ser cristianos, y también el peso del mal que vemos en y alrededor de nosotros, porque Él nos da esperanza, nos hace sentir su cercanía, nos da un poco de luz en el camino de la vida". Lección de esperanza.
Luego Jesús continúa su oración: "¡Abbà! ¡Padre! Todo es posible para ti: aleja de mí este cáliz! Sin embargo, que no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mc 14, 36) Y aquí subraya Benedicto XVI tres detalles reveladores: la palabra aramea que usan los niños para manifestar su afecto a su padre (Abbà); la conciencia de la omnipotencia del Padre; y, sobre todo, que "la voluntad humana se adhiere completamente a la voluntad divina".
Según San Máximo el confesor, este sí de Jesús representa la respuesta y reparación del "no" que Adán y Eva pronunciaron queriendo ser libres frente a Dios. Ahora, en Jesús, la voluntad humana se conforma totalmente con la voluntad divina, y el hombre recupera su plena realización. "Así –deduce el Papa apuntando una segunda lección de esta oración de Jesús–, Jesús nos dice que sólo en el conformar su propia voluntad a la voluntad divina, el ser humano llega a su verdadera altura, se vuelve ‘divino'; sólo saliendo de sí, sólo en el ‘sí' a Dios, se cumple el deseo de Adán, de todos nosotros, el ser completamente libres". Lección de libertad.
Benedicto XVI entiende que "en ninguna otra parte de la Sagrada Escritura miramos tan profundamente dentro del misterio íntimo de Jesús, como en la oración en el Monte de los Olivos". (Jesús de Nazaret, II). Esto se manifiesta especialmente en lo que se refiere a la profundidad de la oración filial de Jesús: su saberse y sentirse Hijo de Dios (cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 543).
Por eso aquí también destaca la importancia de la oración del Padrenuestro "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt. 6,10). Explica el Papa: "En la oración de Jesús al Padre, en aquella noche terrible y maravillosa de Getsemaní, la ‘tierra' se ha convertido en ‘cielo'; la ‘tierra' de su voluntad humana, sacudida por el miedo y la angustia, fue asumida por su voluntad divina, de modo que la voluntad de Dios se cumplió en la tierra".
Esta unión de la voluntad humana con la divina constituiría la tercera lección de esta oración más íntima de Jesús, para nosotros, los cristianos (que pertenecemos al Cuerpo místico de Cristo). En la intimidad de nuestra oración, que está unida a la de nuestra Cabeza (Cristo), "debemos aprender a confiar más en la divina Providencia, pedirle a Dios la fuerza para salir de nosotros mismos y renovarle nuestro ‘sí', para repetirle ‘hágase tu voluntad', para adecuar nuestra voluntad a la suya"; aunque a veces esto no sea fácil, como no lo fue para aquellos tres discípulos, que no fueron capaces de velar con Él.
Y concluye el Papa con una propuesta relativa a esta tercera lección, que resume las anteriores: "Pidamos al Señor ser capaces de velar con Él en la oración, de seguir la voluntad de Dios cada día, incluso si habla de Cruz, de vivir en intimidad cada vez mayor con el Señor, para traer a esta ‘tierra', un poco del ‘cielo' de Dios". Podemos nosotros ver aquí una lección de solidaridad, con Jesús y su "Cuerpo total" (la Iglesia), precisamente en la oración ("Me has preparado un cuerpo": Hb 10, 5-7; cf. Ps 40, 7).
Lecciones de esperanza, libertad y solidaridad. Nótese bien la profundidad de esta solidaridad. La intimidad con Dios (Padre) en la oración, que procuramos hacer unidos a la oración de Cristo, es lo que nos hace capaces de unir, por el amor (es decir, con la ayuda del Espíritu Santo), nuestra voluntad a la voluntad divina. Ese velar "con el Señor", resume por tanto, la estructura trinitaria de la oración cristiana (al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo).
Al mismo tiempo, así se sugiere también un secreto íntimo de "nuestra" propia oración: a imagen de la de Jesús y por causa de ella, aunque alguna vez nos sintamos solos, no lo estamos: estamos rezando "con Él" y con los cristianos que han formado, forman y formarán parte de la Iglesia entera. Y aún más. En nuestro pobre esfuerzo por tratar personalmente a Dios, y aunque no nos demos cuenta, a través de Jesús estamos misteriosamente unidos a todas las personas que de algún modo han rezado, rezan o rezarán; porque todos ellos están llamados al Misterio de la Iglesia, que reza en y con nosotros, por las necesidades de cada uno y del mundo. La oración del cristiano es oración en la familia de Dios.
Ya se ve que la oración cristiana está en las antípodas de todo "intimismo" e "individualismo": nos abre a Dios y a los que nos rodean, rompe los subjetivismos y denuncia nuestros conformismos, y nos impulsa a comprometernos a favor del bien. Es, a la vez, personal y solidaria.