Cristina López del Burgo, Profesora de Medicina e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad Universidad de Navarra
La educación, el arma más eficaz contra la mutilación genital femenina
La Asamblea General de las Naciones Unidas prohibió en 2012 la práctica de la mutilación genital femenina (MGF). Desde entonces, cada 6 de febrero se celebra el Día Internacional de la Tolerancia Cero con la MGF.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la MGF comprende “los procedimientos que, de forma intencionada y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos”, desde la amputación total o parcial del clítoris hasta la extirpación de los labios mayores y/o menores. En ocasiones se cose la vulva dejando un pequeño orificio para que salga la orina y la menstruación, que se cortará de nuevo cuando la mujer inicie las relaciones sexuales.
Estas prácticas suelen realizarse a niñas menores de 15 años, en condiciones insalubres y sin anestesia. Las complicaciones a corto plazo incluyen, entre otras, dolor intenso, infecciones que pueden extenderse y ocasionar una sepsis mortal; hemorragias, que en ocasiones comprometen la vida; o dificultades para orinar y defecar.
A largo plazo pueden presentar, junto a un trauma psicológico, dolores menstruales, infecciones renales, dolor con las relaciones sexuales y ausencia del deseo y de la satisfacción sexual. Puede producirse esterilidad como consecuencia de las infecciones y tienen mayor riesgo de contagiarse por el VIH. Si se quedan embarazadas, suelen presentar complicaciones durante el parto, desde desgarros vaginales hasta la muerte del feto o su propia muerte. Por tanto, la MGF no es una mera práctica cultural. Es una grave agresión contra niñas indefensas con serias implicaciones para la Salud Pública.
La MGF está extendida por 28 países del África subsahariana, Oriente Próximo y Asia. Se realiza por creencias culturales. Se considera un ritual de paso de la infancia a la edad adulta y una manera de salvaguardar la “pureza” de la mujer. No hay fundamentos en las distintas religiones que la justifiquen. La OMS estima que hay más de 200 millones de mujeres que han sido sometidas a la MGF. Debido a las migraciones, también en los países occidentales se puede encontrar esta práctica. En nuestro país se estima que hay aproximadamente 18.400 niñas en riesgo, según datos de la fundación Wassu-UAB.
Muchos países africanos tienen leyes contra la MGF, pero aún está fuertemente arraigada en algunos grupos étnicos, por lo que, aunque necesarias, resultan insuficientes para su prevención. Las asociaciones que luchan contra la MGF coinciden en señalar cuál es el arma más eficaz para su erradicación: la educación de las mujeres (puesto que son ellas las que realizan la MGF), de las familias y de los agentes sanitarios y sociales. En definitiva, la educación de toda la sociedad.
En un estudio realizado hace casi 20 años por investigadores de las universidades de Navarra y de Córdoba y de la universidad Ain Shams de Egipto entre estudiantes universitarios de El Cairo (Allam et al, Public Health 2001), se constató que el 72% de ellos consideraba que había que prohibir la MGF. Independientemente de su religión, aquellos que conocían sus consecuencias estaban a favor de su abolición. Quienes creían, erróneamente, que la MGF tenía un fundamento religioso, que era sinónimo de “virtud” o que desconocían sus complicaciones tenían más probabilidad de no querer abolirla. Aunque las creencias religiosas pueden ser difíciles de cambiar, existen otros factores, independientes de la religión, que influyen a la hora de estar en contra de la MGF. Este estudio es una muestra más de cómo la educación desempeña un papel importante a la hora de desterrar mitos y falsas creencias relacionadas con prácticas culturales que ponen en riesgo la salud.
En España existen diversas iniciativas orientadas a formar, no solo al personal que trabaja con grupos de inmigrantes, sino a los propios inmigrantes. Son ellos los que más fuerza tendrán para convencer a otras personas de su comunidad a que destierren la práctica de la MGF. Un ejemplo es Fátima Djarra Saní, víctima de la MGF y mediadora de Médicos del Mundo Navarra, que sin renunciar a sus raíces, lucha con el arma de la educación para que otras niñas no sufran lo que ella sufrió.
Pero no sólo las mujeres han de abanderar esta lucha. También los varones son fundamentales para desterrar falsas creencias. Una charla informativa en la sede de Médicos del Mundo en Bilbao fue suficiente para que 8 varones africanos cambiaran su visión sobre la MGF y comenzaran a formar a otros miembros de su comunidad para que abandonasen esta práctica. Un músico senegalés, tras asistir a una sesión informativa en la que conoció las consecuencias de la MGF, ahora lucha contra ella a través de su música y del teatro.
Todos, varones y mujeres, podemos y debemos luchar contra la MGF. Cada uno a su manera, pero utilizando el arma más poderosa que tenemos: la educación.