José Víctor Orón Semper, Investigador del ‘Grupo Mente-cerebro’ del Instituto Cultura y Sociedad
Términos y mentalidades. Voluntad
¡Yo hago lo que quiero! Esta frase podría ser vista como un ejercicio de libertad, donde voluntariamente se decide hacer algo. Pero a poco que uno haya vivido bastante descubre no sólo la cantidad de veces que uno se ha equivocado al mantener esa postura, sino que además surgen dudas sobre las verdaderas razones interiores y personales para tal decisión. Es decir, no es sólo un tema de falta de conocimiento o de un conocimiento equivocado, sino que sospechamos que no hemos acabado de decidir nosotros. Tal vez nos estemos padeciendo a nosotros mismos, padeciendo nuestras propias heridas del pasado. En tal caso, estamos convencidos de que hemos elegido nosotros, pero ¿Quién ha elegido? ¿He elegido o me he padecido?
Básicamente, hay dos formas de entender la voluntad. Unos piensan que la voluntad es la facultad que nos permite decidir qué hacer y/o llevarlo a cabo; mientras que otros piensan que la voluntad es la facultad que nos permite decidir qué tipo de persona ser.
Los que piensan que la voluntad me permite decidir qué hacer, ignoran que eso ya lo ha decidido la inteligencia al conocer la realidad.
Un confucionista, Wang Yangming, opinaba que conocer algo es decir qué tipo de relación se quiere tener con lo que se conoce. Luego, al conocer ya se ha decidido qué hacer. Por otro lado, desde la pedagogía se piensa que conocer algo es recordar las experiencias vividas en relación a ese objeto. En tal caso, cuando el niño conoce lo que es una silla, lo que hace es reconocer la experiencia vivida en relación con la silla (sujeta la espalda, los pies cuelgan, se descansa, etcétera). La neurociencia confirma que los niños acceden a lo que los adultos llamamos la memoria semántica (lo que las cosas son en sí mismas. Por ejemplo, describir la torre de Pisa en sí misma) en función de la memoria episódica (la relación que se ha tenido con ese objeto. Por ejemplo, al visitar con la familia la torre de Pisa). Así que conocer algo es conocer una forma de interactuar con eso.
En cambio, hay gente que opina que la inteligencia sirve para saber lo que las cosas son en sí. En tal caso, es lógico que piensen que la voluntad servirá para saber qué hacer y hacerlo. A los que les encanta el “deber ser” al estilo de Kant proponen que la voluntad tiene que limitarse a asentir lo que la inteligencia le muestra. Otros de corte muy emotivista, para quienes las emociones son lo decisivo, acaban rompiendo esquizofrénicamente al ser humano, pues la inteligencia puede ir por un lado y la emoción por otra y, obviamente, es a la emoción a la que hay que hacerle caso.
Pero cuando la voluntad se limita a hacer lo que las emociones nos sugieren ¿Qué es lo que se está haciendo? Por ejemplo, un joven dice, “odio a mi padre”. Si el joven decide llevarse por el “odio” y golpea a su padre algunos dirían que las “emociones” han secuestrado su inteligencia. Pero si la inteligencia es quien muestra qué hacer, ¿Quiere esto decir que en el ser humano hay diversas instancias de decisión? Así lo entendía por ejemplo Platón que ponía el ejemplo de auriga que dirige el carro con dos caballos: el de la razón y el de la emoción y uno podía desbocarse. ¿Es posible esa escisión en el ser humano? ¿Hay una esquizofrenia sana? Pienso que no. Cuando el joven que dice odiar a su padre le golpea, está haciendo un acto inteligente, pues en función de cómo interprete el odio será la acción. Si interpreta el odio como el reflejo de la tiranía de su padre y por tanto ve a su padre como responsable del odio, es normal que cargue contra él. Pero si interpreta el odio como reflejo de la frustración de querer encontrarse con su padre y no poder, no dirá que su padre es el causante, sino más bien la incapacidad para encontrar la forma del encuentro. En tal caso la acción será bien distinta. Así que solo existiría un caballo. La emoción es el reflejo de cómo una persona con una historia concreta se posiciona y entiende un hecho concreto. La emoción informa de cómo se produce el encaje entre la vida de uno y la situación presente en función de la actividad y expectativas con las que encare ese hecho. Así pues, nos informan de la confluencia de muchos elementos, pero no de los elementos que entran en relación. Por eso, las emociones no sirven para juzgar. Ningún sentimiento se puede entender al margen de la complejidad de la vida. Por ello, cuando popularmente decimos “se dejó llevar por las emociones” en verdad decimos “se dejó llevar por una comprensión incompleta de la realidad”. En tal caso, las decisiones llamadas emocionales, ante las cuales parece que a la voluntad sólo le queda asentir, son decisiones donde sufrimos nuestra ignorancia y donde posiblemente emerjan mecanismos de defensa que hemos creado para defendernos de heridas que no se han sanado. Decidir en tal situación, nos hace comportarnos en una especie de “modo supervivencia” para intentar defendernos. En tal caso, nos padecemos a nosotros mismos y hacemos sufrir a los demás.
Es curioso, pero tanto los que apuestan por la inteligencia como reina absoluta a la cual se someten todos, como los que apuestan por las emociones para decidir coinciden en afirmar que una cosa es conocer y otra actuar. Hay una postura intermedia que consigue unir el deber ser con las emociones: son los espartanos que emotivizan el deber ser y sacrifican su vida por ello. Así lo muestra genialmente la película 300 en la que al grito de “espartanos” los soldados gritan: “¡Aú, aú, aú!”.
Pero lo que sostengo es que la inteligencia sirve para saber qué hacer, luego la voluntad no está para ello. Tampoco estaría para lo que otros llaman perseverancia, aunque eso es lo que se sostiene cuando de ordinario se habla de “fuerza de voluntad”. La inteligencia ya ha visto todo lo que había que ver y ya ha decidido todo lo que había que decir en relación al objeto. Entonces ¿Para qué está?
Decía que la inteligencia ya ha visto todo lo que tenía que ver en relación al objeto, luego no tiene que decidir nada sobre el objeto. Por otro lado, el ser humano sabe (o convendría que supiera) que en sus decisiones está decidiendo mucho más qué hacer, está decidiendo qué tipo de persona ser. Esto ya lo decía Aristóteles. De tal forma que, al robar, no se está decidiendo robar ese objeto, sino que, de alguna forma, se está decidiendo ser un ladrón. Vygostky, desde otra perspectiva muy distinta opinaba algo próximo pues él sostenía que la voluntad era asentir al significado de algo y ese significado es siempre social, por lo que se está acogiendo una forma de relacionarse con los demás.
Esta forma de entender la voluntad, hoy en día no es la más extendida. La más extendida en el mundo socioemocional es la que designo “hinchar globos”; algunos coachers y motivadores ponen toda la carga en la actitud o en la automotivación. Parece que lo importante en la vida es la decisión con la que uno decide mirar el mundo. La actitud sería la forma de aproximarte a la realidad y, si esa actitud es energizante y arrolladora, así será la vida de esa persona. La clave está en creérselo. Si te lo crees puedes con todo. Con palabras energizantes van hinchando al oyente (tienes miles de ejemplos en YouTube). Pero como todo globo que se hincha, se hincha de aire y si se hincha mucho explota.
La voluntad, en esos casos, es esa decisión de mirar la realidad desde un punto de vista, el que uno decida, y se contempla anticipadamente como un triunfador. “Vendedores de humo”. Dicen que cada uno puede trabajar su actitud. Hablando así transmiten la imagen de que, en definitiva, uno puede crearse a sí mismo creando su actitud. Con esa propuesta simplificada deforman lo que es la actitud. Cierto que la decisión que uno tome afecta a la actitud, pero la actitud no está determinada por la mera decisión ni es quien la determina enteramente. Sin decirlo, la gente acaba pensando que “hoy puedo nacer”, como si uno no hubiera nacido. Sobre todo, ignora que son muchos los elementos que intervienen en la formación de la actitud: todas las experiencias pasadas y la forma de comprenderlas. Ignoran también que el ser humano no funciona sectorialmente, como si uno pudiera tomar una decisión sobre su actitud y no se diera cuenta que debería antes recomprender y rehacer su vida. Ignora que en la vida el crecimiento no empieza por la decisión de a dónde ir, sino por la acogida de todo lo recibido. Ignoran muchas cosas de la complejidad de la vida. Con esa hinchazón actitudinal, la forma de crecer acaba siendo irreal, incluso patológica pues no genera unidad de vida, sino una distancia entre la vida de antes y la de después de la decisión.
Tampoco la voluntad está para inflar globos. Hace años se proponían numerosas frases motivadoras: “tú lo vales”, “tú lo puedes”, etcétera para que el profesor o el padre la articulara al alumno o al hijo. Y aunque desde la misma psicología ya se ha mostrado la irrealidad de ese emborrachamiento afectivo, se está recuperando por los que proponen autoacrecentar la propia actitud. Pero, tanto si el globo se lo hincha uno o se lo hinchan los demás, siempre se hincha de aire y ¡Ojo, que no reviente!
En cambio, proponemos que la voluntad está en verdad para acoger a nivel personal lo que la inteligencia, que siempre es emocional y activa, nos presenta. La voluntad, así vista, está haciendo presente el futuro en la toma de decisiones, pero lo hace a nivel personal, pues está decidiendo qué tipo de relación interpersonal tener. Pues, no olvidemos que, en todas nuestras decisiones, en verdad, lo que estamos decidiendo es cómo relacionarnos con los demás. Así pues, en los actos de voluntad decidimos qué tipo de persona ser al acoger a nivel personal la acción. Acogerla a nivel personal es acoger lo que la acción implica a nivel personal. Como decíamos antes, al robar uno acepta ser un ladrón. Eso es lo que decide la voluntad.
Así pues, educar la voluntad de los niños y jóvenes es ayudarles a que vean la transcendencia de las acciones tomadas en su afectación en las relaciones interpersonales. Educar la voluntad, no será educar a una mera obediencia consistente en repetir lo indicado. Educando así no se educaría la voluntad, porque propiamente no hay elección y sin elección no hay activación de la voluntad. Lo que proponemos es que educar la voluntad es ayudar a que los niños y jóvenes vean que sus decisiones tienen una transcendencia clara en la afectación de las relaciones interpersonales y que en cada acción estamos decidiendo cómo relacionarnos con los demás y, al decidir eso, se está decidiendo qué tipo de persona se es.
Esa debería ser la verdadera orientación vocacional en los colegios. En cambio, deforman la orientación colegial, ya que la reducen a elegir una carrera en función del éxito profesional esperable. Una buena orientación vocacional debería ayudar a que las personas pudieran decidir qué hacer con sus vidas para mejorar las relaciones interpersonales que viven y que desearían vivir con las futuras personas que aún no conocen.