Gema Pérez Herrera, Doctora por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra
Un hombre de Estado y un gran patriota
España está de luto pues nos ha dejado un grande. La muerte de José Pedro Pérez-Llorca va marcando el fin de esa generación de políticos a los que debemos la Transición, un periodo de la historia de España tan importante y fundacional, como tantas veces denostado u olvidado. Pérez-Llorca entró a la política activa en 1976 con la fundación del Partido Popular, ya extinto, y la abandonó radicalmente en 1982, tras la debacle de UCD, después de haber sido uno de los últimos oficiales en abandonar la nave. Fueron muchas las tempestades que asolaron esos años de Gobierno del centro, dentro y fuera del partido. Fueron también muchos los retos: la democratización del país, la construcción de un Estado de derecho, la articulación del nuevo Estado autonómico, el posicionamiento internacional de España, la lucha contra el terrorismo. Como miembro del Congreso, Secretario y Portavoz del Grupo Parlamentario de UCD, ponente constitucional, Ministro de Presidencia, de Administración Territorial y de Exteriores entre los años 1977 y 1982 Pérez Llorca fue ante todo un hombre leal a la idea fundacional de UCD y a España, a esa nueva España constitucional en la que debíamos de caber todos. Sin fisuras, José Pedro fue un hombre de Estado y un gran patriota.
He tenido la suerte de tratarle de cerca en estos últimos seis años, a raíz de la elaboración de mi tesis doctoral en la Universidad de Navarra sobre su trayectoria política. Mi gran aprendizaje y mi gran suerte en estos años ha sido poder pasar del personaje histórico a la persona. Sus papeles, sus informes, sus acertadas reflexiones sobre el devenir de España, escritas con asombrosa clarividencia en los años setenta y ochenta, revelan al personaje público, al que algún día la Historia de España hará justicia, pero mis numerosas conversaciones con él me acercaron a la persona, más allá del retrato que proporciona la documentación. Tuve oportunidad de consultar también su archivo personal, donado por él mismo a la Universidad de Navarra y que se conserva en el Archivo General del centro académico.
«Cuando miro esos papelotes, me pongo triste», fue una de sus primeras frases al referirse a su archivo y que llamó poderosamente mi atención. Miraba al pasado con una suerte de nostalgia y dolor, nostalgia por esos años de grandes ilusiones y grandes proyectos para España. Y dolor, dolor por ver la deriva que habían tomado las cosas, por ver las traiciones de cierto nacionalismo y de quienes solo entienden el uso del poder a corto plazo y con intereses de partido.
En aquellos años conoció también muy de cerca la ambición por el poder y las traiciones, y esto le llevó cada vez más a querer alejarse de la política. No quiso ser el sucesor de Suárez, a pesar de que éste se lo propuso en varias ocasiones, consciente de la valía de uno de sus mejores hombres. Pero Pérez-Llorca rechazó, quiso simplemente servir a España desde donde sabía y podía, dando lo mejor de sus conocimientos jurídicos y de su inteligencia excepcional para tratar de articular el nuevo Estado de derecho que es el nuevo Estado español. Un Estado que ahora algunos parece que pretenden destruir.
Tras “ser abandonado por la política” se dedicó al derecho. Fue un trabajador incansable hasta el final de sus días. Nunca olvidaré que durante mis años de tesis siempre tuvo tiempo para responder a mis preguntas y contarme tan generosamente sus muchos recuerdos. El «zorro plateado» de la política era un hombre increíblemente humilde y cercano, que nunca me habló mal de ninguno de sus colegas de antaño, que nunca se entrometió en mi trabajo ni en la posible imagen que yo daría de él. Un hombre que nos hacía reír con sus agudos comentarios llenos de sentido del humor, un humor tan andaluz que ni la política ni los madriles habían logrado erradicar. Un hombre también familiar, que desde el primer día nos habló del importante papel de su mujer en su vida «Ella me ha influido y cambiado más que nadie en el mundo». En definitiva un hombre de Estado y de su casa. Un gran español. Cada vez que me despedía, al pie de la gran escalinata de su despacho en Castellana 50, lo hacía con un “Que Dios te guarde”. Hoy, con una pena infinita y aún con la incredulidad y el golpe de la noticia, solo puedo decir «Que Dios te guarde José Pedro» y que Él ahora te recompense esos desvelos por nuestra España, por la que tanto has hecho, y por la que esperamos que sigas velando desde el Cielo.