Martín Santiváñez Vivanco, Investigador del Navarra Center for International Development, Universidad de Navarra
Shogun, veinte años después
De alguna manera el autogolpe que Alberto Fujimori planificó y ejecutó el 5 de abril de 1992, en connivencia con su todopoderoso asesor Vladimiro Montesinos, se prolonga hasta nuestros días modelando el desarrollo de las instituciones peruanas. De alguna forma, a pesar de los años, el autogolpe extiende su influencia en la cultura política del país andino, proclive a ensalzar la imagen del caudillo popular.
Por mimetizarse con esa tradición, la maniobra de Fujimori y Montesinos fue respaldada por más del 70% de la población peruana. Hoy, veinte años después, el 5 de abril es celebrado por un sector de la población como el inicio del "milagro peruano" mientras que para otro es motivo de oprobio y condena. La disparidad de percepciones está condicionada por la subsistencia del fujimorismo. El último proceso electoral demostró que la restauración fujimorista cuenta con el apoyo de casi un tercio del electorado. En segunda vuelta (ballotage) el fujimorismo es un rival duro de batir. Humala obtuvo la presidencia por un margen estrecho y el fujimorismo, aunque derrotado, renovó su protagonismo. Una segunda generación de fujimoristas trabaja en la consolidación del shogunato partidista en torno a la familia del fundador. Así, Keiko Fujimori y su hermano Kenji son los herederos naturales del liderazgo paterno y, debido a su juventud, pueden alcanzar el gobierno si la dispersión del centro y la derecha (el liberal-conservadurismo, el aprismo, la democracia cristiana y el toledismo) vuelve a repetirse en la próxima elección, algo probable dada la precariedad de las coaliciones en la política peruana.
Veinte años después, las encuestas afirman que el 49% de los peruanos volvería a apoyar el autogolpe de Fujimori en caso de grave crisis económica. El 69% defiende una medida semejante si se detecta corrupción en el Congreso y el 51% no dudaría en aplaudir la destrucción de los frenos y contrapesos ante un impasse institucional, todo con el objeto de crear un Ejecutivo más eficaz. Las causas que motivaron la irrupción de la autocracia fujimorista perviven en la realidad peruana. La población privilegia la acción gubernamental sobre el formalismo de las poliarquías. Primum vivere deinde philosophari.
¿Era posible sustraer a la política peruana del autogolpe del 5 de abril? Sí, era posible. Para ello se necesitaba la unidad de todas las fuerzas democráticas bajo un gobierno de cohesión nacional, en torno a un presidente blindado por la oposición. Algo difícil, pero posible. En el fondo, faltó generosidad, visión, compromiso con el sistema. El Perú sólo ha logrado sobreponerse a la tentación totalitaria cuando a lo largo de su historia, fuerzas opuestas, pero democráticas, forjaron alianzas en torno a objetivos realistas, por el bien de la República.
¿Fujimori fue el único culpable del 5 de abril? No, en absoluto. La autocracia fujimorista se hizo fuerte en una coyuntura específica. La intransigencia política, el odio partitocrático, la incapacidad de dialogar, todo eso, cuando se transformó en acción pública, generó un clima social capaz de fortalecer al cesarismo. "El Chino" fue el producto de la incapacidad para pactar y del absentismo suicida de las fuerzas moderadas. Como estos males perviven, el fujimorismo no ha sido liquidado y goza de buena salud.
¿A quién le interesa la subsistencia del fujimorismo? A los fujimoristas, como es obvio, pero también —paradojas del poder— a un sector de la izquierda. La izquierda personaliza todos los vicios de la política en el fujimorismo y legitima su existencia presentándose ante la opinión pública como el único dique capaz de evitar el regreso de la corrupción montesinista. Se trata, por supuesto, de un análisis sesgado. La caída del fujimorismo se produjo por numerosos factores, endógenos y exógenos. La coalición que ayudó a desmontar el primer shogunato fujimorista no estaba compuesta exclusivamente por cuadros progresistas. También lucharon contra la cleptocracia fujimorista, desde parapetos abiertos y heterogéneos, ciudadanos de centro, liberales, conservadores, apristas, demócrata-cristianos. Todos jugaron un papel relevante en el retorno de la democracia.
La conversión del fujimorismo en una fuerza democrática es posible, pero considerar que sólo un partido fujimorista es capaz de captar el espacio de centro-derecha popular es una falacia interesada. Las últimas elecciones lo demuestran. Hay un importante voto que no responde ni al fujimorismo ni a la izquierda populista. Ese voto, el de millones de personas, también cuenta para el futuro del Perú.