07/04/2022
Publicado en
El Diario Montañés y Las Provincias
Carlos Barrera |
Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
No sólo en los frentes geográficos se dirimen las batallas. Toda guerra se libra también en las trincheras de la comunicación o de la propaganda, y más aún en estos tiempos en que se cuenta con potentes medios y altavoces para hacer llegar los mensajes a todo tipo de públicos.
Sin duda alguna, en la actual guerra de Ucrania ha nacido una estrella de la comunicación que se ha convertido en centro de atención de todas las miradas, en la representación viva de lo que significa la lucha del pueblo ucraniano: el presidente Volodimir Zelenski. Además del componente interno de elevar la moral de las propias filas, fundamental en todo conflicto bélico, ha logrado sobre todo concitar el apoyo de importantes potencias internacionales con frecuentes apariciones en pantalla. En unas sociedades tan eminentemente audiovisuales como las nuestras, la presencia física, el lenguaje no verbal, la vestimenta y los escenarios elegidos para hablar transmiten tanto como las propias palabras.
Los componentes racionales, como es lógico, suelen ceder ante los emocionales en situaciones de excepción como las guerras. Si examinamos, por ejemplo, los mensajes dirigidos por Zelenski ante distintos parlamentos del mundo occidental, se observa cómo los reproches que les dirige y las exigencias que les plantea están acompañados por recuerdos históricos y simbólicos de alta memorabilidad para dichos países: el Muro de Berlín para los alemanes, el Holocausto para los israelíes, Pearl Harbor y el 11-S para los norteamericanos, Churchill y su resistencia para los británicos, Guernica para los españoles y así un largo etcétera.
Un actor de comedias que venía del mundo del entretenimiento se ha visto envuelto en una tragedia de dimensiones desconocidas y ha sabido reconvertir su imagen –que por cierto estaba cuestionada antes de la guerra– en la del portavoz de un pueblo masacrado por la agresión rusa pero afectado también por la inacción o desidia iniciales de quienes en el mundo occidental les reían las gracias a Putin. Ahí es donde Zelenski pone el dedo en la llaga, donde lee la cartilla a los líderes del mundo civilizado. Se le escucha con una especie de complejo de culpabilidad colectiva que consigue crear en sus interlocutores institucionales.
El capital de credibilidad que ha amasado ha legado has tal punto que nadie es capaz de toserle sin caer en el riesgo de la impopularidad, algo que ningún líder occidental desea si quiere seguir siendo apreciado por la población. Así se ha forjado un héroe inesperado y líder respetado, aunque nos salga a bronca diaria, que seguramente nos la merecemos.
Es amplia la variedad de registros que maneja. No se esconde, da la cara, carga las tintas porque necesita que el mundo civilizado no se olvide ni un día, ni un minuto, de Ucrania. Con su indumentaria militar de combatiente se identifica con todos los que están en los frentes de batalla. Un día se acerca a un hospital y se saca sonriente selfis con los heridos, otro se presenta con rostro serio y grave en el Congreso de los Estados Unidos o en el Parlamento Europeo. Tras el descubrimiento de la matanza en Bucha no duda en acudir allí, con su chaleco antibalas y escoltado, reprimiendo a duras penas un sollozo al describir las barbaridades que se cometieron.
Hoy en día, es difícil concebir un liderazgo sólido en cualquier institución u organización sin una gestión cuidadosamente preparada de la comunicación con el fin de generar las percepciones que se pretenden. En tiempos de guerra esta necesidad se acentúa por la propia naturaleza trágica de los acontecimientos. Zelenski ha buscado desde el primer momento crear sentimientos de empatía hacia su causa, englobándola en la más amplia de la supervivencia de todo Occidente, empapando sus mensajes y todas sus apariciones de autenticidad. Su pasado profesional como actor le ha ayudado, pero desgraciadamente no estamos ante una ficción y él se empeña en recordárnoslo continuamente, día tras día. Si se compara su estrategia de comunicación con la de Rusia, es inevitable la sensación de goleada a su favor, al menos desde nuestra perspectiva occidental, pero el partido aún no ha acabado y sabido es que aguantar la presión al rival en todo el campo hasta el final no es tarea fácil.