06/04/2025
Publicado en
Diario de Navarra
Alicia Andueza Pérez |
Doctora en Historia del Arte
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, una serie sobre artistas navarros
Uno de los mayores legados que se puede transmitir a los que te suceden, es aquello a lo que has dedicado tu vida. En el caso que vamos a analizar, esta labor estuvo vinculada a la aguja, uno de los instrumentos más sutiles y delicados que existen, y a ricos materiales como el oro y la seda, todo ello con el fin de crear obras únicas de carácter suntuario que nos hablan de otra forma de entender la religiosidad y el arte.
Los talleres de bordado
Con ciertos precedentes medievales, en los albores del siglo XVI comienzan a documentarse las primeras manifestaciones del bordado erudito en Navarra gracias a la influencia de los focos riojano y aragonés. Desde ese momento y especialmente en la segunda mitad de la centuria, empieza la actividad del taller de Pamplona que, auspiciado por el contexto de la Contrarreforma, se va a convertir en el centro desde el que se va a nutrir de obras de carácter textil a todos los puntos del territorio navarro.
En la capital del antiguo reino van a concentrarse durante más de un siglo distintos obradores de bordado, los cuales son semejantes a los que se dan en la misma época en otros lugares de España. Estos estaban formados por hombres, que fueron los que se ocuparon profesionalmente de la ejecución de los bordados, quedando relegadas las labores femeninas al ámbito doméstico. Pero en estos talleres pamploneses, que fueron de carácter familiar y junto con el maestro bordador, los oficiales y los distintos aprendices, también trabajaron, aunque no figuren documentalmente, las esposas e hijas. Lo que sí consta es su papel de vínculo de preservación del oficio y de consolidación del taller a través de las generaciones, ya que son varios los datos de hijas de maestros bordadores que se casaron con otros oficiales del arte, algo que se constata, como a continuación veremos, en el caso de Juan de Sarasa.
En estos obradores de bordado familiares y como ocurre en otras manifestaciones del arte, fue común que el oficio pasara de padres a hijos, algo que no solo ocurrió en Pamplona, sino que podemos refrendar con el ejemplo de los Álvarez y Lizuain en Zaragoza en los siglos XVI y XVIII respectivamente, o el caso de Juan López de Robredo, bordador de la Casa Real durante el reinado de Carlos IV. Este, al cual llegó a retratar Goya y cuyo hijo continuó el oficio, había heredado el cargo de bordador de cámara de su padre.
Juan de Sarasa (c. 1523-1579)
Como ejemplo de lo dicho y en el escenario del bordado navarro del siglo XVI, destaca el papel de los Sarasa. Ya a finales del siglo XV y en Tafalla, localidad de la que era natural esta familia, aparece un bordador llamado Miguel de Sarasa que trabajó para la iglesia de San Sebastián y en la misma localidad, otro broslador llamado también Juan de Sarasa, se documenta unas décadas después. Con estos precedentes y entendiendo que se trata de persona distintas, dada la diferencia cronológica entre ambas y lo usual que es repetir nombre de generación en generación, nos situamos ya en la figura de Juan de Sarasa, artífice que jugó un papel principal en los primeros pasos y en la configuración del referido taller de Pamplona.
Desde su Tafalla natal, a mediados de la centuria se trasladó a Pamplona en función de una mayor demanda de trabajo y, desde allí, contrató con varias iglesias navarras como Riezu, Goñi, Huarte o Burlada, la confección de distintos ornamentos litúrgicos, función principal a la que se dedicaron los bordadores durante esta época. De su trascendencia habla el hecho de que ocupara el cargo de bordador catedralicio y los trabajos que realizó para el que fuera obispo de la sede pamplonesa, don Diego Ramírez Sedeño de Fuenleal, para el que llevó a cabo unos reposteros bordados y una casulla con cenefa al romano bordada con las armas del obispo.
En el caso de las artes textiles, rara vez coincide la documentación con las obras conservadas y son pocas las prendas que, debido a la fragilidad de los materiales que las conforman y a la pérdida de su uso, han llegado hasta nuestros días. Por eso, como muestra de las distintas labores de Juan de Sarasa, queda una casulla en la iglesia de Lizasoáin confeccionada en 1562. Esta, cuyos cuerpos están formados por un terciopelo carmesí, cuenta con una cenefa de seda verde bordada con una decoración a candelieri compuesta por jarrones, motivos vegetales y cabezas de animales fantásticos, todo ello en hilo de plata, que supone uno de los primeros exponentes de la introducción del estilo renacentista en el bordado navarro.
La figura de este maestro bordador resulta también importante porque en su obrador coincidieron alguno de los artífices más destacados de la segunda generación del taller de Pamplona, que supuso la consolidación del mismo. En este sentido y ejemplificando lo antes planteado, en el taller de Juan de Sarasa convivieron, además del propio hijo del bordador, Miguel de Sarasa, que fue el que continuó la labor comenzada por su padre, los también artífices Juan Vidal y Andrés de Agriano y Salinas, ambos casados con dos de las hijas del referido Sarasa.
Miguel de Sarasa (c. 1554 - 1617)
Siguiendo lo dicho, Miguel de Sarasa aprendió el oficio y trabajó en el taller de su padre y, a la muerte de éste, en 1579, se puso al frente del obrador familiar. Ese mismo año recibió de la parroquia de Burlada ciertos pagos por obras que hizo para ella junto a su padre, comenzando entonces a trabajar en solitario y a desarrollar una de las carreras más prolíficas y significativas del bordado navarro. Están documentados sus trabajos para distintos templos, como la iglesia de San Nicolás de Pamplona, la de San Miguel de Estella, la de Sesma, Maquirriáin o Funes, entre otras, o las labores que llevó a cabo para el Ayuntamiento de Pamplona a finales de siglo, como un palio de tafetán blanco para usarlo en la festividad del Corpus Christi con el templete de plata que el obispo Zapata había regalado a la catedral de Pamplona.
De su trayectoria nos habla el hecho de que, según su propio testimonio, llegó a tener hasta ocho oficiales a su servicio y el que, el igual que su padre, mantuvo una relación continuada con el principal templo de la ciudad, la catedral de Pamplona, además de ocupar desde 1587 el cargo de veedor de obras de bordadura del obispado de Pamplona, encargándose por ello de la tasación de numerosas prendas hechas por otros artífices.
Las obras conservadas reafirman lo dicho. Está documentado que en torno a 1600 trabajó para la parroquia de Peralta confeccionando distintas vestiduras que alcanzaron los 3000 ducados y que consistían en doce casullas y dos ternos, uno de los cuales identificamos con el de San Juan Evangelista que se conserva en la iglesia. Este, en el cual a lo largo de las guarniciones bordadas de las diversas prendas se desarrolla el ciclo iconográfico de la vida del titular de la parroquia, lamentablemente en su mayor parte guarda poco de su apariencia original al haber sido recosidas las distintas escenas con sedas anacrónicas de forma vulgar. A pesar de ello puede apreciarse el buen dibujo de las figuras, la adecuada disposición de los personajes y la destreza en la composición de los distintos episodios. A su vez, en el mismo año de 1600, realizó una casulla y unas dalmáticas de terciopelo carmesí de menor nivel que se conservan en la parroquia de Falces, y un año después, llevó a cabo, junto con el artífice Pedro Martínez de Álava, varias obras para la parroquia de Santa María de Viana de las que quedan en la actualidad y como valioso testimonio de las mismas el terno de Santiago y la capa de Santa Catalina. Además y a pesar de la inexistencia de datos documentales que lo confirmen, podemos considerar también el rico terno de los Cruzat que se atesora en la catedral de Pamplona como obra de este maestro bordador, no sólo por la vinculación que consta que tuvo con la seo pamplonesa sino por la relación estilística de este conjunto con otras labores de este destacado artífice navarro.
El terno de San Saturnino de Pamplona
Donde los bordadores demuestran su maestría es en el trabajo del punto de matiz que hace que se relacione directamente con la pintura, porque donde en está son pinceladas en el bordado lo hace la aguja y la seda, razón por la que se denomina a esta técnica acu pictae o pintura de aguja. Pero si al hilo de seda le añadimos el de oro, el resultado es el procedimiento del oro matizado que crea escenas donde el brillo y los efectos cromáticos son los protagonistas.
Magnífico exponente de ello es el conjunto de San Saturnino que se conserva en la parroquia pamplonesa del mismo nombre y que ostenta diversas cenefas de imaginería bordada. Las propias prendas que lo componen nos hablan de la cronología de las mismas ya que la casulla, en la cual se representan episodios del Nacimiento e Infancia de Cristo, porta bordada la fecha de 1576, mientras que la capa pluvial, en la que se realiza un recorrido por la vida del patrón pamplonés, aparece la fecha de 1584.
Ya Biurrun y Sotil en la década de los 30 del siglo pasado, relacionaba esta obra con Miguel de Sarasa, al vincularla con el anteriormente mencionado terno de Peralta, obra documentada del artista. Aunque la diferente técnica utilizada y el hecho de que el conjunto de San Juan Evangelista guarde poco de su apariencia original, puedan resultar impedimentos para establecer la conexión, el dibujo de las figuras y la composición de las escenas resulta semejante en una y otra. Además, el hecho de que esté documentada la relación de este bordador con la misma iglesia unos años después, nos hace refrendar la atribución de la autoría de la obra.
En cuanto a la casulla, la situación es distinta. Además de por las diferencias estilísticas obvias entre las cenefas bordadas de la casulla y la capa, su hechura no puede atribuirse a Miguel de Sarasa ya que éste empezó su andadura profesional en 1579, fecha en la que como hemos referido anteriormente heredó la dirección del taller de su padre. Documentalmente consta que su padre Juan de Sarasa realizó un rico ornamento de brocado para la iglesia, del que aún en 1582 faltaban por pagar 192 ducados a sus herederos. Teniendo en cuenta que consta que este conjunto en origen estaba conformado por un tejido de lujoso brocado, estimamos que la obra se encargó a su padre Juan de Sarasa, el cual realizó la casulla y que, a su muerte, el resto de las prendas pasaron a ser continuadas por su hijo. El aparato de este conjunto y la calidad extraordinaria que exhibe, nos hace considerarlo uno de los mejores exponentes de vestiduras bordadas que se conservan en Navarra y son, asimismo, prueba del alto nivel y maestría que alcanzaron los artífices aquí analizados.