Alejandro Navas García, , Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
Rusia lucha contra el alcohol y el tabaco
Después de unos años de inestabilidad tras la caída del comunismo, Rusia vuelve a jugar fuerte en el escenario internacional. Integrada en el grupo de las naciones emergentes (Brasil, Rusia, India y China: BRIC), se ha propuesto recuperar el papel de gran potencia. No lo tiene fácil, pues el mundo de hoy es más complejo que el de la Guerra Fría, con sus dos bloques claramente definidos, liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. La Rusia de hoy no es tan fuerte como su predecesora, y han surgido otros actores con afán de protagonismo: el mundo bipolar ha dado paso a otro multipolar.
Pero el principal enemigo de Rusia está dentro: el alcohol y, en menor medida, el tabaco. Sus estragos sobre la salud de la población han hecho sonar la alarma en el Kremlin. El país viene perdiendo población, y la esperanza de vida es hoy menor que hace sesenta años. La ONU estimó en 2009 que los 142 millones de rusos de ese momento se convertirían en 116 millones en 2050, y esa previsión sigue vigente a día de hoy. Vladimir Putin y su Gobierno saben que no hay poder político ni prosperidad económica sin la necesaria base demográfica: el capital humano constituye el principal factor de riqueza en las economías actuales.
El estilo de gobierno de Putin deja mucho que desear desde el punto de vista democrático. Su actuación lo acerca más a la autocracia zarista o al régimen soviético que a las democracias occidentales. Y como resulta difícil separar los ámbitos público y privado, pues la persona es una, no sorprende que se haya separado recientemente de su mujer. Pero en honor a la verdad hay que reconocerle en un punto integridad y valor: la lucha contra el alcohol. Su sobriedad es proverbial, en contraste con la tradición de sus antecesores. Muy excepcionalmente se le ha podido ver con un vaso de vodka en la mano, a pesar de tratarse de la bebida nacional. En todo caso, bebe un poco de cerveza cuando hay motivo para celebrar algo y no quiere parecer un aguafiestas.
Como el ejemplo sigue siendo el mejor predicador, Putin goza de la autoridad moral necesaria para encabezar una cruzada pública contra el consumo de alcohol y de tabaco. Se calcula que cada año mueren 500.000 rusos a consecuencia del alcoholismo y unos 400.000 por los efectos del tabaco (el 40 % de la población rusa es fumadora). La preocupación del Presidente a este respecto viene de lejos. En 2010, cuando era jefe del Gobierno, sorprendió a la opinión pública al expresar en una rueda de prensa su disgusto por el hecho de que seis de sus ministros fumaban: le parecía imprescindible que los miembros del Ejecutivo dieran buen ejemplo a la ciudadanía. El año pasado se prohibió la venta de alcohol –vino incluido— por la noche, y la tasa de alcoholemia permitida para conducir se bajó al… cero por ciento.
A comienzos de año la cerveza dejó de considerarse alimento básico y pasó a tributar como bebida alcohólica. Las restricciones afectan a las condiciones de venta y a la publicidad, que se ha prohibido. Al igual que sucede con las demás bebidas alcohólicas, ya no se puede vender cerveza de noche. Las estanterías de los supermercados que abren todo el día se clausuran cuando anochece. "La noche está para engendrar hijos y no para beber cerveza", dice unos de los eslóganes oficiales. Incluso la adquisición de una lata de cerveza durante el día se ha vuelto más difícil: los puestos callejeros y quioscos ya no tienen permiso para hacerlo.
El siguiente objetivo de Putin consiste en poner trabas semejantes a la venta de tabaco, que se prohibirá en los establecimientos con menos de cincuenta metros cuadrados de superficie. Unos 160.000 quiosqueros temen por su supervivencia y amenazan con protestar, pero las autoridades se mantienen firmes.
Al igual que hacen otros gobiernos –también el nuestro--, los precios y la fiscalidad que afecta al alcohol y al tabaco suben. Se confía en que esta medida disuadirá a futuros compradores, de modo particular a la gente joven, que tiene menor poder adquisitivo.
Los devastadores efectos del alcohol no son exclusivos de Rusia –ni de Moldavia, Hungría y Chequia, países que encabezan el consumo de alcohol en Europa, por delante de Rusia--. Sin ir más lejos, también constituyen un formidable reto para la salud pública de nuestro país. Está bien debatir sobre el régimen de la sanidad y el mejor uso de los recursos, pero esto no debería implicar que se descuide la lucha contra los factores patógenos. Algo podríamos aprender a este respecto de la Rusia de Putin.