Ramiro Pellitero, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Fe y razón, fe y cultura: La interdisciplinariedad en la educación de la fe
La fe y la razón de por sí no se oponen porque tienen ambas como origen a Dios. Tal es la perspectiva cristiana. Desde ahí cabe perfilar la relación entre fe y cultura, y el papel de la interdisciplinariedad en la educación de la fe.
1. Por fe entendemos no una mera teoría intelectual o un mero conjunto de creencias, ritos y reglas morales, sino ante todo una vida que, en el cristianismo, procede del encuentro y la relación con Cristo.
Por razón entendemos, como lo hace el lenguaje común, la facultad humana de discurrir, propia de la inteligencia. Cabe advertir que la razón humana, para poder ser considerada como tal, debe estar abierta a toda la realidad que nos constituye y nos rodea, y ser capaz de valorarla en relación con la totalidad de la persona: no solo su inteligencia, sino también sus afectos, su dimensión social y su apertura a la transcendencia.
En consecuencia, para una adecuada relación entre la fe y la razón, se requiere una “fe vivida”. No serviría una fe “fideísta” (incapaz de argumentar con la razón); como tampoco serviría una fe de tipo racionalista, ni voluntarista, ni puramente sentimental o totalmente dependiente de otros, siendo así que la fe ilumina la inteligencia a la vez que fortalece la voluntad e integra los sentimientos y las relaciones entre las personas.
Por su parte la razón humana –como ha señalado Joseph Ratzinger— hoy necesita ser ampliada, por la tendencia reductiva a quedarse en su dimensión empírica, es decir, en la relación con lo que se ve, se mide y se pesa: la realidad material, que no agota la realidad del hombre y del cosmos. Esta dimensión empírica de la razón constituye el núcleo del método científico y de sus importantes logros, pero es incapaz de responder a las cuestiones profundas que se plantea el ser humano sobre su origen y dignidad, y sobre el sentido de la historia, concretamente de su vida o su destino. Para dialogar con la fe no sirve, pues, una razón meramente empírica o instrumental.
Tampoco serviría, como observa Pieper, una razón no realista sino cercana al idealismo; ni una razón estrechamente racionalista (cerrada en sí misma respecto al corazón humano, a las relaciones con los demás y con la transcendencia); ni una razón de tipo ilustrada (cerrada particularmente a todo horizonte espiritual e incapaz de reconocer, por ejemplo, las raíces del mal en el mundo); ni, finalmente, una razón de tipo espiritualista (que rechazara el valor de la materia, del cuerpo humano o de las realidades que llamamos temporales: el trabajo, la familia, el desarrollo tecnológico, la vida ordinaria, etc.). Ha de ser una razón humana en el más amplio y pleno sentido de la expresión. La razón humana de por si tiene capacidad para alcanzar la verdad, aunque necesita ayuda para hacerlo. La razón puede ayudar a la fe a explicarse, y puede advertir cuándo el creyente no es coherente, en su inteligencia o en su vida, con su fe.
Por su parte, la fe puede ayudar a la razón para que se amplíe en una triple dirección: en dirección a la sabiduría, en dirección a la ética y en dirección a la fe misma, sin prescindir de los contenidos metafísicos y morales de las religiones del mundo. Por ejemplo, un cierto conocimiento de lo cristiano es importante para poder entender la literatura y el arte. Esto requiere una atención a los desarrollos teológicos contemporáneos, aunque no requiere necesariamente una teología sofisticada o erudita; pues incluso un no creyente o un creyente poco cultivado pueden beneficiarse de las principales “razones” de la fe.
Una buena lectura en este horizonte es la de Newman, para el que la teología contribuye a dar un sentido unitario a los saberes, a la vez que aporta respuesta a las “cuestiones últimas” que las ciencias no pueden resolver. También la teología es capaz de enriquecer las narrativas científicas para que estas no degeneren en tecnocracias, o sea, en el imparable poder de la técnica que arrolla la libertad del hombre y lo hace incapaz de defender su ser y su sentido. Al mismo tiempo, la teología recuerda a todos que lo real en sentido total es inabarcable por el hombre. Nada de esto supone una visión negativa del conocimiento o un inmiscuirse en la identidad y método de las ciencias humanas; sino que las abre a la relación con un ámbito más amplio del ser, relación que puede impulsar la investigación desde dentro de las ciencias.
2. La relación entre la fe y la razón se traduce en el diálogo entre fe y ciencia y, más ampliamente, entre fe y cultura. En una universidad o en una escuela de inspiración cristiana, un buen departamento de Religión (como el que impulsa el proyecto DIR: “Departamento interdisciplinar de Religión”) trata de iluminar la tarea educativa que se realiza en complementariedad con las otras ciencias, de las que se ocupan las distintas asignaturas: puede ayudarlas a descubrir las raíces, muchas veces cristianas, que las sustentan, el modo de servir realmente al hombre sin deshumanizarlo, así como el sentido de la vida y los valores que subyacen en los diversos planteamientos.
A su vez la ética y las ciencias humanas pueden ayudar a la Religión en su tarea de promover el verdadero bien de las personas, que se sitúa en conexión con la verdad, el amor y la auténtica belleza. No se trata, por tanto, de ocultar los errores, infidelidades y malas actuaciones de los cristianos, sino de reconocerlos, sin dejar de situarlos en sus contextos sociales e históricos.
De esta manera la educación que se imparte puede aspirar con mayor coherencia a la maduración intelectual y humana de los alumnos. Todo ello se realiza respetando la autonomía, identidad y método de las distintas materias de estudio, sean Ciencias, Humanidades, etc. La Religión ofrece a las demás asignaturas su propia perspectiva, que es la del humanismo cristiano. El diálogo entre las asignaturas, que la Religión procura fomentar e iluminar, puede traducirse en temas o proyectos interdisciplinares concretos, como medio para ir elaborando la síntesis entre fe y cultura, que ayude a los alumnos y pueda también aprovechar de diversos modos a sus familias.
3. De esta forma se lleva a cabo un trabajo de tipo interdisciplinar, tanto en la justicia a la realidad, como en la investigación y también en la dinámica misma de la tarea educativa. Se busca así una educación integral abierta a la transcendencia.
Sin embargo, esto no quiere decir que la identidad y el método de la educación de la fe hagan de la enseñanza de la Religión propiamente una “ciencia interdisciplinar”. Lo interdisciplinar, por su naturaleza, es lo que resulta del diálogo entre las asignaturas, y concretamente entre los profesores, que se ven animados a profundizar sus propios intereses y mejorar su cualificación profesional y su formación personal. Y a partir de ahí, mejorar las programaciones y los recursos didácticos, el uso de las tecnologías, etc. De esa tarea interdisciplinar resulta un bien para todas las materias de estudio, que pueden verse impulsadas, desde dentro, a ampliar sus horizontes en su servicio a las personas.
Por su parte, la asignatura de Religión se ve enriquecida con esa mirada interdisciplinar y se apoya en ella para intentar explicar, a la luz de la razón y también a la luz de la Revelación, las verdades reveladas y la relación del hombre con Dios. Y eso es teología. La enseñanza de la Religión es una tarea propiamente teológica. Su finalidad es la información reflexiva y el anuncio de la fe cristiana, buena noticia (“Evangelio”) para todos. Se distingue de la catequesis, otra modalidad de educación de la fe, que tiene como finalidad la maduración de la vida cristiana, y que no pertenece al curriculum académico, aunque puede estar presente de modo complementario, para aquellas personas que la deseen, en las instituciones de inspiración católica.
Dentro de los contenidos de la fe y la tradición cristiana, en el aula de Religión se enseñan no solo los aspectos doctrinales y los referentes al culto litúrgico, sino también otros valores nucleares del cristianismo como la caridad –centro de la vida cristiana– y la misericordia, que es manifestación principal del espíritu de las Bienaventuranzas, espíritu que implica la búsqueda de la paz y de la justicia para todos.
En definitiva, la enseñanza escolar de la Religión presta un servicio a los alumnos y a sus familias en el contexto de la formación cultural e interdisciplinar que se recibe concretamente en las instituciones educativas de inspiración cristiana. El fundamento de todo ello, como hemos dicho, es una comprensión de las relaciones entre fe y razón, y entre fe y cultura, basada en una visión cristiana del hombre; es decir, en el humanismo cristiano o en la antropología cristiana.
En estas instituciones, conviene tener en cuenta que el primer “lugar” para el diálogo entre la fe y la interdisciplinariedad de los saberes debería ser la mente y la vida de los profesores. Ese es también el mejor cauce para alcanzar lo que los alumnos buscan y las familias desean: una educación integral en la perspectiva cristiana de la fe (no existen perspectivas “neutras”) y de su relación con la cultura.