Paco Sancho, Profesor de Proyectos Periodísticos, Universidad de Navarra
Y llegó el revolucionario
Es probable que las generaciones más jóvenes relacionen a Steve Jobs con las comunicaciones desde sus mundos próximos y de diseño minimalista, cuyo abuelo, ya, es el iPod. Pero Jobs revolucionó la comunicación humana antes, mucho antes: desde el mismo momento en que ideó y construyó el primer MacIntosh, en 1984. Hasta aquel enero, las computadoras eran herramientas horribles, antipáticas, que sólo obedecían a golpe de comandos y códigos, en una tétrica pantalla oscura con letras impersonales y de un fosforito que quemaba los ojos. Una máquina condenada a ser utilizada sólo por expertos y en entornos de grandes empresas y organizaciones.
Steve Jobs quería un ordenador en cada hogar y, para eso, sabía que lo lograría a través de la comodidad y la belleza. Los primeros Macs, esos que hoy nos parecen de museo, enamoraron a miles y miles de personas por su entorno amigable, estético y sencillo de manejar. Comenzó a tener sentido que el ordenador fuera personal y, lo que es más importante, sentó las bases –entonces impensables– que vendrían a revolucionar el mundo de la comunicación.
La tecnología de Apple, luego copiada por el resto de la industria informática, fue imprescindible para acercar y hermanar los mundos técnico y humano. El sueño de Jobs se hacía realidad y hoy, 27 años después, se hace difícil imaginar cómo serían ahora nuestras comunicaciones si en aquel entonces no hubiera conseguido incrustrar con naturalidad el adjetivo personal al concepto «ordenador». Soy de los que cree que, si Jobs no hubiera puesto aquella primera pantalla amiga ante nuestros ojos, en estos momentos estaríamos escribiendo en una máquina eléctrica –más pequeña y moderna, eso sí–, los ordenadores seguirían siendo máquinas extrañas, internet, un flujo de información lineal y aburrida entre gobiernos y universidades, la música seguiría en casetes y los teléfonos móviles solo servirían para hablar porque, por no tener, no tendrían ni pantalla para escribir o leer mensajes de texto.
Que a Jobs se le vaya a recordar por el Mac, el iPod, el iPhone y el iPad me parecería una injusticia absoluta. Esos aparatos no dejan de ser los árboles (bellísimos, sublimes) que, ojalá, no impidan ver un genial bosque. Steve Jobs vio mucho y bien el futuro y se ha convertido, en mi opinión, en el principal revolucionario de las comunicaciones de nuestra época. Se tenga o no se tenga algún producto de su factoría, todos llevamos algo de su genio y creatividad en los bolsillos o encima de la mesa y que nos permite estar siempre comunicando.