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Santiago Martínez Sánchez, Profesor de Historia Contemporánea y coordinador de la Agrupación Universitaria por Oriente Medio (AUNOM)

Dagas entre persas y árabes

vie, 08 ene 2016 12:37:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

La crisis diplomática actual entre Arabia Saudí e Irán refleja un enfrentamiento geopolítico profundo y creciente en Oriente medio. Irán, el enemigo regional de Estados Unidos desde la revolución de 1979, ya no es un estado paria desde el acuerdo nuclear de julio de 2015. Desde 1945, Arabia Saudí es el aliado norteamericano más antiguo en la zona. Un Obama que encara su último año en Washington lo tendrá complicado para apaciguar la rivalidad entre el músculo económico saudí y la descomunal riqueza histórica-cultural persa y su poderío militar creciente, que se beneficiará este año del reinicio de la venta de petróleo.

Chiíes y suníes son todos musulmanes. Sus diferencias no son doctrinales, aunque existen interpretaciones teológicas y jurisprudenciales distintas sobre algunos puntos no esenciales del islam. Su división arranca desde el mismo comienzo del islam y se debió a la cuestión político-religiosa de quién debía suceder al Profeta. Los chíies (el partido de Alí) decían que debía ser su yerno Alí y luego Hussein, nieto de Mahoma, ambos asesinados en combate por los omeyas. Éstos lideraron el califato y el brazo suní (la versión ortodoxa islámica), el más numeroso desde entonces y hasta hoy: de 1500 millones de musulmanes, 1300 millones son suníes. Históricamente hubo periodos de guerras y paces internas. Hoy la división y la guerra prevalece entre las naciones suníes y chiíes de Oriente Medio.

Irán es chíi y persa. Arabia Saudí es suní y árabe. Dos razas distintas tienen una religión compartida, pero practicada de forma distinta y con acusaciones mutuas de ser infieles, el peor insulto que puede recibir un musulmán de otro.

Arabia Saudí es un país suní que tiene una minoría chií concentrada en la parte oriental del país, justamente la más rica en petróleo. Allí Nimr al-Nimr fue arrestado en 2012 por incitar a la rebelión contra los saudíes, en el contexto de las fallidas primaveras árabes iniciadas en Túnez un año antes. Para aplastar todo conato de reforma en la diminuta Bahrein, Ryad había intervenido militarmente en ese país vecino, y no estaba dispuesta a que un prestigioso clérigo chií le crease ningún problema dentro del reino. Ryad sentenció a muerte a Nimr en octubre de 2014. Su ejecución este pasado 2 de enero junto a otros 46 condenados (muchos de ellos saudíes suníes vinculados a al-Qaeda), pretendía evitar que la atención recayera sobre el rebelde clérigo chií. Ese propósito ha saltado por los aires, mostrando la precariedad de los cálculos y la tensión del polvorín en que se ha convertido Oriente Medio.

La ejecución revela la confianza saudí en controlar la indignación de la minoría de saudíes chiíes, molestos por la discriminación política que sufren en el país y golpeados por ataques terroristas suicidas en mezquitas chiíes dos veces en 2015. Unos ataques yihadistas cuyo fin era incendiar las ya tensas relaciones entre la minoría chií y el Gobierno de Ryad. Es decir, provocar una revuelta chií dentro no sólo del Reino saudí, sino de región más rica energéticamente, algo que todavía no se ha producido.

Sin embargo, lo que el yihadismo no ha logrado lo puede conseguir la eliminación de al-Nimr. El asalto e incendio de la embajada de Arabia Saudí en Teherán ha roto o dañado las relaciones diplomáticas de varios países del Golfo con Irán y exacerbado el malestar de los chiíes de Arabia Saudí. Pero las consecuencias pueden ser todavía más graves.

Así, las negociaciones sobre una transición política en Siria se complicarán enormemente. Irán y Arabia Saudí habían aceptado sentarse en la misma mesa en diciembre para hablar sobre el particular. En Siria, ambos países tienen puesta su diana y apoyan respectivamente al Gobierno de al-Assad y a algunos de los grupos rebeldes. A su vez, ese difícil acuerdo en Siria condiciona la resolución del problema político en el Líbano, un país que vive sin Presidente desde mayo de 2014, y donde persas y saudíes también intervienen a través de los lazos económicos y políticos creados con Hezbollá y los suníes libaneses.

Está en juego la capacidad de Arabia Saudí de organizar una alianza árabe-musulmana contra los persas. Sin embargo, un pacto cuya base son los petrodólares puede funcionar con Sudán o Egipto, cuya dependencia económica con Arabia Saudí es innegable como ha puesto de relieve el préstamo por valor de tres mil millones de dólares firmado el 5 de enero. Pero no con Turquía o Pakistán, cuyos intereses nacionales les hacen más reticentes a ser absorbidos por la agenda saudí, como se ha visto por la negativa de ambos países a poner efectivos militares en la guerra que Arabia Saudí lucha contra su vecino del sur Yemen, donde una minoría chíi apoyada por Irán no ha conseguido ser derrotada después de 10 meses de guerra.

En definitiva, la rivalidad entre Irán y Arabia Saudí es mucho más que una pasajera crisis diplomática. Es un conflicto político-religioso enquistado, más difícil de resolver que vencer la guerra contra el Estado Islámico. Un enfrentamiento que lastra esa parte del planeta y afecta a nuestro mundo mucho más de lo que podemos imaginar los occidentales, más preocupados por el terrorismo en nuestra tierra (ahora que se cumple el aniversario de los atentados del 7 de enero en París) que por lo que ocurre a miles de kilómetros de nuestras fronteras.