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De Carter a Biden

30 de diciembre de 2024

Publicado en

Expansión

Emili J. Blasco |

Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra

Jimmy Carter no hubiera sido presidente de no haberse producido el Watergate de Nixon, como sin Carter probablemente no hubiera habido Reagan. El gobernador de la sureña Georgia llegó a la Casa Blanca por la necesidad de una venda moralizante para la herida de lo que se había vivido como el mayor escándalo de la democracia estadounidense. Su tono, sin embargo, conveniente para una crisis política doméstica, no fue el adecuado para una crisis económica global como la de la segunda mitad de la década de 1970 ni para la crisis internacional causada por la revolución islámica de Irán.

Carter, en realidad, no fue propiamente blando. En política exterior supo hacer frente a los nuevos compases de la Guerra Fría que le tocó vivir –reaccionó con mano dura a la invasión soviética de Afganistán y promovió el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980–, aunque apostando más por las respuestas estratégicas que por la pura fuerza. Para ello estuvo correctamente guiado por su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, cuya actividad no desmereció respecto a la de su antecesor Kissinger, con quien compartió muchos aspectos.

Pero a Carter le faltó arrojo. En la escena internacional, la indecisión sobre la operación de rescate de los rehenes en la embajada estadounidense de Teherán pudo contribuir a su bochornoso fracaso, por más que en ello hubo mucho de infortunio; en el terreno económico, la situación solo dio un giro cuando, elegido Reagan, este se atrevió a propuestas nuevas que incluso contradecían lo que había venido defendiendo el Partido Republicano. Si el hundimiento provocado por el Watergate posibilitó el triunfo de Carter (aunque la victoria sobre Ford no fue abultada) y obligó a los republicanos a buscar un nuevo comienzo con Reagan, lo propio ocurrió con el batacazo de Carter y la subsiguiente travesía en el desierto demócrata, hasta que en 1992 Bill Clinton rompió con mucho de la ortodoxia de su partido.

La presidencia de Carter podría compararse en cierto modo con la Joe Biden. Carter fue elegido para superar el escándalo del Watergate y devolver credibilidad a la presidencia; Biden también fue una apuesta institucional para pasar página de los excesos de Trump, que tuvieron su máximo epítome en el asalto al Capitolio de enero de 2021. Sin especiales errores en política exterior y una economía que, a diferencia de lo que ocurría hace cincuenta años, ha funcionado, Biden también llegó a las elecciones con malos augurios. Carter tuvo que afrontar los embates internos, con la candidatura de Edward Kennedy en las primarias, mientras que Biden no tuvo contricante formal, pero al final fue derribado desde dentro.

A Trump le gusta verse como alguien capaz de replicar el ingenio de Reagan y abrir una nueva era republicana. Eso está por ver; al fin y al cabo, no son dos experiencias históricas miméticas, pues Reagan fue germen de cohesión nacional desde el primer día, mientras que Trump tiene detrás un primer mandato especialmente divisivo. Lo que sí está claro es que los demócratas, como tras la no reelección de Carter, quedan emplazados a recambios de liderazgos y reformulaciones doctrinarias como los que protagonizó Clinton.