Publicador de contenidos

Volver 24_02_05_opi_eyp_amor-liquido

El tiempo del amor líquido

05/02/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Gerardo Castillo |

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

La palabra “amor” está adquiriendo últimamente muchos significados espúreos. Tienen en común que reducen el amor a deseo. Ortega y Gasset decía que “hay que separar amor y deseo. Del amor nacen deseos, pero éstos no son el amor mismo. Deseamos muchas cosas que no amamos, que nos resultan indiferentes en el plano sentimental”.

La actual reducción del amor al deseo es un síntoma claro de que el amor está en crisis. Para Gustav Thibon, esa crisis sólo es un caso particular en el ámbito de los valores: “la actual multiplicidad y rapidez de las excitaciones desprovista de contrapesos biológicos y espirituales es la adaptación impura y forzada del mundo interior al mundo exterior”.

Vivimos en los tiempos que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman , denominó “tiempos líquidos”. Nada se consolida, todo es fugaz y precario, superficial y perecedero. La impaciencia vence a la paciencia, la banalidad a la profundidad, lo efímero a lo permanente. Y lo líquido a lo sólido.

Un líquido tiene un volumen casi siempre constante, pero con forma variable, adaptándose al  recipiente, mientras que un sólido opone resistencia a los cambios de forma y volumen.

Bauman analiza las relaciones sentimentales actuales, contrastando las de carácter “sólido” y de profundas raíces emocionales, con las de carácter “líquido”, es decir, pasajero, que surge, fluye y no queda retenido, simplemente pasa.

El amor líquido es un amor superficial, porque se basa en vínculos sentimentales frágiles, que pueden romperse fácilmente y en el que lo que importa es el momento presente, sin ataduras, compromiso o proyecto de futuro. En este “amor”, prevalece el individualismo, de tal modo que una vez satisfecha una necesidad puntual, de cariño, de sexo o de apoyo emocional, el sentimiento no perdura o profundiza creando lazos entre dos personas, sino que se diluye (como un líquido que se escapa entre los dedos) hasta desaparecer. Lo efímero de este tipo de relación hace que Bauman hable no de relaciones, sino de simples conexiones. El amor líquido se consume (como cualquier otro producto) y se vive solo en el momento.

Tres ejemplos de amor líquido: una relación íntima esporádica, en la que existe un vínculo totalmente superficial; una relación tras un breve  encuentro para satisfacer de manera inmediata el deseo sexual; una relación entre parejas que viven juntas pero sin compromiso alguno, porque la idea es poder acabar con la relación en cualquier momento.

Este tipo de relaciones tiene serias consecuencias: inmerso en una sociedad de consumo, el propio amor se puede llegar a convertir en un producto más de “usar y tirar”. La insatisfacción emocional es otra consecuencia de este amor que, una vez satisfecho un deseo, puede dejar una profunda sensación de vacío, porque el ser humano necesita vínculos afectivos en los que confiar y apoyarse.

Gilles Lipovetsky en su ensayo sobre la Revolución de la ligereza, habla sobre la pluralidad de lo ligero. “Erigida en principio o en ideal de vida la ligereza es inaceptable e irresponsable. Y toda educación basada en el principio de ligereza conduce al fracaso”.

Lipovetsky advierte la paradoja de que esta vida de ligereza con sus efectos de consumo marcado, de tendencia a lo sensual, “no discurre sin diversas frustraciones e insatisfacciones”. Además, explica dónde resulta más implacable su peso: “en los dominios de la vida afectiva, profesional y subjetiva, en los dominios cargados de sentido existencial profundo”. Surgen así amores de barro, desilusión, narcisismo, inseguridad interior y falta de espiritualidad. Son los ingredientes de una vida infeliz.

A pesar de ello, el amor sólido sigue siendo una necesidad vital y existencial. Y aun en tiempos líquidos es posible construir un amor sólido: comprometido, de entrega total y para siempre, como fuente de felicidad.

La idea que se tiene del amor influye mucho, en cómo se vive esa relación. Amar es querer el bien para el otro (Aristóteles). Ese bien consiste en ayudarle a que sea “más otro”, a que crezca por dentro, a que se desarrolle como persona. Es amor de benevolencia. Para Javier Hervada el amor es esencialmente “la primera reacción del sentimiento y la voluntad que complace en el bien. La raíz de ese movimiento en que consiste el amor es la bondad y valor del ser, que se convierte en una fuerza atractiva que mueve a la voluntad”.