Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.
La obsesión por la autoestima
Todas las personas, en todas las edades de la vida, necesitan un mínimo de autoestima. La necesitan para confiar en las propias posibilidades y para evitar posibles estados interiores de inseguridad e inferioridad. Pero hay que estar prevenidos frente a la falsa autoestima, que es egolatría y autocomplacencia.
En la adolescencia, la fase de los miedos, de las dudas, de los complejos y de las indecisiones, suele aumentar considerablemente la necesidad de autoestima. Pero una cosa es reconocer que la autoestima es necesaria y otra muy diferente considerar que lo es todo en la vida o que es lo más importante. Del mismo modo: una cosa es favorecer las condiciones para que la autoestima se desarrolle de un modo natural y otra muy diferente provocarla artificialmente.
En algunos países (sobre todo en Estados Unidos) se ha puesto de moda últimamente la preocupación por la autoestima, hasta el punto de hacer de ella una obsesión. Desde algunas "nuevas" posturas psicológicas que pretenden resucitar las viejas teorías permisivas del psicoanálisis, se está intentando asustar a los padres con un "mal terrible" que acecha a sus hijos: la falta de autoestima. Y para evitar que estos últimos lleguen a ser víctimas de ese mal, se recomienda a sus padres desarrollar artificialmente y a corto plazo la autoestima de los niños y de los adolescentes con procedimientos como los que expongo a continuación:
1.Alabar a los hijos por sistema, con independencia de su comportamiento. (No importa que maltraten a sus hermanos y compañeros de escuela, no importa que derrochen el dinero y que vivan sólo para satisfacer sus gustos y caprichos personales. Lo único que importa es que se quieran cada vez más a sí mismos); 2.Rebajar los ideales de vida (para que luego no sufran posibles decepciones); 3.Reducir la exigencia hasta llegar a la tolerancia sin límites (para que nunca se sientan culpables de nada).
¿Qué pasará con esos chicos y chicas en el momento en el que intenten abrirse un camino en la vida profesional? Ya lo estamos viendo: tropiezan con dificultades inesperadas, reveladoras de que no son tan capaces como habían supuesto. Por primera vez se encuentran cara a cara con sus limitaciones y defectos: por primera vez alguien les dice que se han equivocado en algo o que tienen la culpa de cosas que ha salido mal. La primera experiencia de depender de un jefe suele ser para ellos muy dura, pero también muy aleccionadora. Todo ello les permite descubrir que en el pasado se les infundió una autoestima por la vía del engaño.
Los actuales estudios sociológicos están comprobando que el choque de la falsa autoestima con la dura realidad suele producir lo que se quería evitar: crisis de autoestima. La experiencia dice que la autoestima no se desarrolla por la vía del elogio continuo o de la tolerancia casi total. Los padres que buscan fortalecer el "ego" de sus hijos por ese camino, lo único que consiguen es debilitarlo y aislarlo.
La verdadera autoestima se alimenta con la satisfacción que produce alcanzar nuevas metas por uno mismo. Es frecuente que cuando un niño o un adolescente obtiene, a base de esfuerzo personal, el resultado que buscaba, exclame con sano orgullo: "¡Lo he conseguido!". En cambio, los hijos sobreprotegidos jamás podrán tener esa experiencia tan gratificante y tan formativa; cada vez que sus padres les evitan o resuelven una dificultad se sienten un poco más inseguros y desvalidos.
La autoestima, como la alegría o la felicidad, no se puede buscar directamente. Y menos todavía por la vía del engaño. La autoestima es una consecuencia. ¿Una consecuencia de qué? De poner ilusión en lo que se hace y en hacerlo cada día mejor; de realizar con amor los propios deberes; de ser servicial con los demás; de ser buen compañero, buen hermano y buen amigo; de luchar diariamente contra los propios defectos. Obsérvese que todo eso supone aprender a olvidarse de uno mismo.
La mayor y mejor autoestima es la autoestima merecida, la que se basa en logros reales, la que cada uno se gana con su propio esfuerzo. Si los padres enseñan a sus hijos, desde las primeras edades, a procurar ser un poco mejores cada día (desarrollo de virtudes) y por lograr la excelencia en todo (en los estudios, en la vida familiar, en la vida de amistad, etc.) la autoestima vendrá sola.