Ramiro Pellitero, Facultad de Teología, Universidad de Navarra
Fe y razón, teología y ciencia
"La teología es ciencia de la fe", dice la tradición. Pero aquí surgen diversas preguntas. Ante todo, ¿no son distintas la ciencia y la fe hasta el punto de que no pueden entrar en relación? Es la cuestión con la que comienza el discurso de Benedicto XVI en la entrega del premio Ratzinger de teología (30-VI-2011).
Esta dificultad –explicaba– se plantea ya en la época medieval, pero con el concepto moderno de ciencia (identificada por el método experimental), el problema se agudiza. Y así se entiende que durante la Edad Moderna la teología se limitara a defender su validez científica, primero en el campo de la historia y después en el campo de la praxis humana, estudiada por ciencias como la psicología y la sociología. En cada uno de estos dos campos, historia y praxis, se ha conseguido enriquecer la teología y mostrar su utilidad para la vida.
"Ahora bien –objeta el Papa respecto a la vinculación teología e historia–, si la teología se repliega totalmente en el pasado, deja hoy la fe a oscuras". Por otra parte, "si la praxis sólo se refiere a sí misma o vive únicamente de los prestamos de las ciencias humanas, entonces queda vacía y sin fundamento" (porque, en efecto, la praxis no se explica por sí misma: necesita preguntarse por su raíz y su finalidad).
En consecuencia, deduce Benedicto XVI, siempre en referencia a la teología: "Estas vías, por lo tanto, no son suficientes. Por útiles e importantes que sean, se convertirían en subterfugios si la pregunta verdadera quedara sin respuesta". Y la pregunta es: "¿Es verdad lo que creemos o no?"; de modo que "en la teología está en juego la cuestión sobre la verdad, que es su fundamento último y esencial".
Dando un paso más, el Papa recuerda la afirmación de Tertuliano, cuando escribe que Cristo no dijo "Yo soy la costumbre", sino "Yo soy la verdad" (cf. Virg. 1, 1). La costumbre puede relacionarse con las religiones paganas, según las cuales "se hace lo que se ha hecho siempre; se observan las formas cultuales tradicionales, esperando mantenerse así en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino". Y añade que la revolución cristiana consistió precisamente en "su ruptura con la ‘costumbre' por amor a la verdad".
El Evangelio de San Juan enseña que la verdad es Cristo, el Logos, la razón. Ahora bien: "Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre debe corresponderle con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo, debe seguir el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora, de la que se deriva su propia razón y a la que ésta lo remite". Y así se comprende que la fe cristiana tenía que replantear la relación entre la fe y la razón, y por tanto entre la teología y la ciencia.
En un tercer paso, Benedicto XVI recurre a San Buenaventura, que contempla un doble uso de la razón; por una parte un uso inconciliable con la naturaleza de la fe; de otra parte, el uso propio de la naturaleza de la fe (cf. Comentario a las Sentencias).
En primer lugar habla de la violencia o el despotismo de la razón, que se convierte en juez supremo y último de todo; incluso quiere poner a Dios "a prueba" (cf. Salmo 95, 9), someterlo a experimentación. Esto es, según el Papa, lo que ha sucedido en la Edad Moderna en el ámbito de las ciencias naturales. "La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Lo que no pueda verificarse o falsificarse científicamente cae fuera del ámbito científico". Hay que reconocer, señala, que este método es legítimo en su ámbito, y con él se han logrado obras grandiosas. "Pero semejante uso de la razón tiene un límite: Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta tan sólo en la relación de persona a persona, lo que forma parte de la esencia de la persona". En suma, el uso experimental de la razón es insuficiente para tratar con Dios.
Después Buenaventura alude a otro uso de la razón: un uso "personal", pues entre personas el conocimiento es movido por el amor. En palabras de Benedicto XVI, "el amor quiere conocer mejor a aquél que ama. El amor, el amor verdadero, no hace ciegos, sino videntes". Y por eso, deduce, los Padres de la Iglesia consideraron precursores del cristianismo, fuera de Israel, a aquéllos que estaban sedientos de la verdad, y por tanto estaban en camino hacia Dios: los "filósofos".
Observa el Papa: si falta este segundo uso de la razón, esta dimensión "personal", entonces las grandes cuestiones de la humanidad se abandonan a la irracionalidad. Y aquí se encuentra la importancia de una teología auténtica, al poner en conexión la fe con la razón: "La fe recta orienta a la razón hacia su apertura a lo divino, para que ésta, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca". Hay que tener en cuenta que "la iniciativa de este camino la tiene Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su rostro".
Por lo tanto, forman parte de la teología, de un lado, la humildad que se deja "tocar" por Dios, y, de otro, la vinculación al orden de la razón. Tal es la grandeza y el reto de la auténtica teología, "que preserva al amor de la ceguera y le ayuda a desarrollar su fuerza visual". Y así "la razón, cuando recorre el camino trazado por la fe, no es una razón alienada, sino razón que responde a su altísima vocación".
Concluyendo: la razón humana tiene dos usos, un uso experimental y otro uso "personal". El primero es legítimo con tal que no estorbe al segundo, necesario para abordar las cuestiones más importantes. Entre ellas está la fe, como respuesta a Dios. De esta manera, cada una desde su ámbito, "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (Juan Pablo II, enc. Fides et ratio, n. 1).