Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Imparte clases en Chile durante este semestre
Entre el lucro y gratuidad: la filantropía
No es mi intención mediar en el peculiar debate sobre el lucro educativo que agita la opinión pública local. Me propongo llamar la atención sobre una tercera opción: la filantropía o "tercer sector", integrado por fundaciones, asociaciones y cooperativas de muy diverso tipo. Su trabajo, avalado en algunos países europeos por más de mil años de continuidad, muestra que hay alternativas eficientes al servicio público estatal y al lucro privado a la hora de resolver las necesidades de la gente.
El gasto destinado en Chile a las entidades sin fines de lucro (0,9 % del PIB) resulta inferior al promedio latinoamericano (1,5 %) y, por supuesto, al estadounidense (6,2 %). Hay en nuestro país una larga tradición de filántropos que han hecho mucho, pero me parece que la bonanza económica permitiría hacer aún más. Veamos qué ocurre en dos países que podrían servir de referencia.
En Alemania se registra una auténtica fiebre de nuevas iniciativas sociales. Las 18.100 fundaciones civiles registradas administran un patrimonio de unos cien mil millones de euros. Habría que sumar las 30.000 entidades de carácter eclesiástico. 23 millones de alemanes, sobre una población de 82 millones, dedican de modo regular dinero y trabajo a actividades benéficas. Lo hacen movidos por la convicción de que los grandes retos a los que se enfrenta la sociedad no pueden resolverse únicamente con los recursos del Estado y del mercado. El tercer sector puede trabajar con la mirada puesta en el largo plazo, ya que no debe rendir cuentas trimestrales a los analistas bursátiles ni presentarse a las elecciones cada cuatro años.
También en Estados Unidos florece la social economy. Recientemente ha causado sensación la puesta en marcha de The Giving Pledge (La Promesa de Dar), iniciativa promovida por el matrimonio Gates y por Warren Buffett. Al cabo de un año, cuenta ya con 69 multimillonarios que se han comprometido a donar al menos la mitad de su patrimonio para fines benéficos, en vida o en el momento de su muerte.
Podemos admitir que no es oro todo lo que reluce en esos inauditos rasgos de generosidad: además de ventajosas desgravaciones fiscales, algunos de esos millonarios pueden buscar ante todo el prestigio y el lucimiento social o un simple lavado de imagen. En cualquier caso, su positiva contribución para el remedio de tantas carencias sociales resulta innegable.
Son dos estilos bien diferentes: el alemán, que opera con discreción y mira al largo plazo, y el norteamericano, que busca resultados inmediatos y la correspondiente publicidad. En Europa tendemos a esperarlo todo del Estado, principal agente social y depositario de nuestras esperanzas. En Estados Unidos, el protagonismo corresponde a la ciudadanía, que sabe movilizarse por sí sola y dar respuesta a los problemas. Lo relevante es que allí donde el Estado no llega o ni siquiera existe, tanta gente muestra con hechos su preocupación por los demás, inspirada por un sentimiento de solidaridad o por la caridad cristiana.
Pienso que en América Latina en general, y en Chile en particular, hay mucho que hacer a este respecto. La desigualdad social se vuelve más insoportable cuando el país vive unos años de prosperidad y la gente percibe que la riqueza generada no chorrea. Está bien discutir las oportunas reformas a la búsqueda de una mayor justicia. Pero mientras llegan esos cambios estructurales -de los que tampoco habría que esperar demasiado-, debería sonar la hora de la sociedad civil. Y los que más tienen y pueden están, lógicamente, más obligados.