Mariano Crespo, Investigador del ICS
La repugnancia de la corrupción
Aurel Kolnai (1900-1973), un poco conocido filósofo húngaro, publicó en el ya lejano 1929 un interesantísimo ensayo sobre el asco, que acaba de ser reeditado. En ese trabajo, su autor intenta esclarecer en qué consiste ese peculiar sentimiento hostil a la par que distingue diversos tipos de lo asqueroso físico y de lo asqueroso moral. Entre este último se encuentra esa peculiar forma de falsedad que denominamos "corrupción". La mayoría de nosotros reconocemos – sostiene Kolnai – que equiparar los valores más altos con el valor del dinero es algo "sucio" y, por tanto, asqueroso. Esta equiparación es, ante todo, una falsedad, una mentira, un engaño, ya que se presentan auténticos valores como la sinceridad, la amistad, la preocupación desinteresada por el servicio público, etc. como "máscaras para encubrir el interés del dinero". El que descubre este tipo de "suciedad" experimenta una especial repugnancia por ello.
Sin embargo, esto no parece ser lo más grave de esta "suciedad". Ésta se funda, más bien, señala el filósofo, en la especial capacidad que tiene el interés económico desmedido en socavar otros valores y en ponerse en su lugar. Este afán desmedido se va introduciendo poco a poco en el tejido social y va anestesiando la capacidad de identificar auténticos valores como la honra, el bien público, etc. Éstos son desalojados para ceder su lugar al valor del dinero, pero de alguna forma perviven como máscaras, en una forma debilitada, conviviendo con el brillo – tan sólo aparente – de la corrupción.
Lo interesante es que no sólo nuestra razón sino también nuestros sentimientos se rebelan contra un fenómeno tan deplorable como la corrupción. Al sentir repugnancia ante ésta rechazamos su valor negativo y, al mismo tiempo, nos defendemos de ella. Pareciera, pues, que un sentimiento como este, desempeña un importante papel ético.
Lamentablemente, los análisis que acabo de esbozar parecen seguir vigentes casi cien años después de haber sido publicados. Pareciera que en muchas ocasiones o en algunas pocas pero muy llamativas el interés desmedido por el beneficio propio ha desplazado a valores muy superiores. El enriquecimiento fácil –aunque sea a costa del empobrecimiento de otros– parece haber sido especialmente apreciado, implícita o explícitamente, en nuestras sociedades.
Es verdad que no se trata de un fenómeno novedoso y que sus causas son muy complejas. Muchos dicen que siempre ha habido corrupción y que la diferencia estriba en que hoy día se sabe más. Es probable. Lo que sí es cierto es que las causas de este fenómeno son complejas. Ante él la tentación del desaliento es grande y a veces no es nada fácil resistirse a ella. No obstante, sería absurdo querer superar la repugnancia por la corrupción sosteniendo que se trata de una manifestación de un fanatismo moral y que lo único repugnante es la repugnancia misma.
Sin embargo, ésta – en palabras de Kolnai – es "algo en sí lleno de sentido, legítimo, que, desde luego, si goza de libre paso incontrolado, puede obstruir el camino a muchas cosas de valor en la vida, e impedirnos hacer muchas obras nobles, y, por consiguiente, necesita examen, pulimento y franqueamiento". Tiene sentido, pues, resistirse al anestesiamiento moral tendente a acallar nuestra conciencia queriendo liberarla de reacciones que tienen su raíz en el fondo de la naturaleza humana.
Pero también es verdad que resultaría, pues, contraproducente quedarse atrincherado en la repugnancia ante la corrupción. Paradójicamente, el fenómeno de la repugnancia o el asco contiene un elemento de reacción contra su objeto y, al mismo tiempo, una suerte de "engolosinamiento" en éste. Podría suceder, pues, que el asco ante la corrupción nos dejara paralizados. Eso, pienso, sería un error que nos impediría trabajar en positivo por lo auténticamente valioso.
Hoy más que nunca urge armonizar un profundo rechazo – tanto de la razón como de los sentimientos – de la corrupción y una conciencia clara de que el dinero – aun teniendo una gran importancia - no es lo más importante de todo.