Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología
Apología del ocio
La vida del hombre no está subordinada al trabajo. Se trabaja para vivir, no se vive para trabajar. Además de un ser activo (homo faber) el hombre es un ser receptivo y contemplativo (homo sapiens) que se enriquece en el trato desinteresado y sosegado con las personas y con las cosas. Esta realidad se percibe especialmente en el tiempo libre, momento en que existe mayor libertad de elección.
Esa libertad no es "liberación" de los principios y valores con los que se vive; eso sería incurrir en una doble moral y en una doble vida. Uno puede tomarse vacaciones con respecto a lo que hace (el trabajo) pero no con respecto a lo que es o con respecto a lo que cree o a lo que ama.
Decía Aristóteles que trabajamos para poder tener después skolé (ocio); para dedicarnos libremente a aquellas ocupaciones que nos gustan y desarrollan nuestro espíritu. Para Pieper el ámbito del ocio es el ámbito de la cultura propiamente dicha, en cuanto que esta palabra indica lo que excede de lo puramente utilitario.
Para muchas personas el tiempo libre es un tiempo para no hacer nada. Esto se comprueba, por ejemplo, en las encuestas que se hacen a personajes famosos cuando se aproximan las vacaciones de verano:
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¿Qué va a hacer en sus vacaciones?
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Nada, me encanta estar un mes sin hacer nada.
Estas personas confunden ocio con ociosidad. El ocio no es pasividad, sino cambio de actividad. Es ocuparse de otra cosa diferente del trabajo profesional; de algo más gustoso, grato, creativo, relacionado con la cultura y con la convivencia.
Hay que descansar, pero evitando esa mala relajación que consiste en olvidarse de que se es miembro de una familia, cristiano, ciudadano, amigo... Personas muy responsables y generosas de lunes a viernes, si les pides un pequeño favor en sábado te dicen: “no me estropees el fin de semana”.
Si esto es así, ¿vale la pena escuchar los argumentos de los intelectuales que justifican la ociosidad? Robert L. Stevenson escribió “En defensa de los ociosos”. En ese libro explica –con un toque de ironía- que algunas formas de ociosidad son más provechosas que algunas actividades de aprendizaje formal. Veamos un fragmento:
“Si vuelve la vista atrás y recuerda su propia educación, estoy seguro de que no serán las horas en que hizo novillos lo que lamente, sino, más bien, algunos ratos tediosos de duermevela en clase. Asistí a muchas horas de clase en mi tiempo, pero no les doy el mismo valor que a ciertos retazos de conocimiento que adquirí en las calles mientras hacía novillos. Si un muchacho no aprende en la calle es porque no tiene aptitudes para aprender”.
Pieper sostiene que el verdadero sentido del tiempo libre es hallar ocios adecuados. Y el ocio es afirmar la propia personalidad mediante actos o actitudes creativas.
El descanso activo es más racional y eficaz que el pasivo. Por ejemplo, la lectura, la pintura, el bricolaje o el coleccionismo es algo más sensato y beneficioso que acostarse en una tumbona para tomar el sol hasta que el cuerpo aguante.
Victor Frankl afirma que la ociosidad está muy relacionada con "el vacío existencial" o "vacío interior" en el que se hunde el hombre cuando su vida carece de sentido o significado. El desocupado vive el vacío de su tiempo como el vacío de su intimidad, de su conciencia. El estar sin ocupación le da la sensación de inutilidad, lo que le lleva a creer que su vida no tiene sentido.
Eso es lo que les sucede a los adolescentes y jóvenes que se divierten pasando noches enteras sin hacer nada.
El ocio tiene tres fines o posibilidades principales: el descanso físico, el descanso psíquico y la contemplación festiva. Para Pieper la actitud festiva interior es la esencia del ocio.
Esas tres tres posibilidades del ocio se pierden cuando el tiempo libre del fin de semana se dedica al “botellón”. En esa situación no hay descanso físico, debido tanto a los excesos que suelen darse, como el cambio brusco de horario, con inversión del ritmo sueño-vigilia. Tampoco hay descanso psíquico, porque los tiempos de ociosidad prolongados generan cansancio psicológico, repetición y aburrimiento. En tercer lugar no es posible la contemplación y el diálogo, que son condiciones para la fiesta.
Muchos padres no se preocupan del tiempo libre de sus hijos hasta que un día les ocurre una desgracia, como, por ejemplo, un coma etílico. Los hijos necesitan adquirir buenos hábitos desde la infancia sobre el descanso, el juego, la diversión y la fiesta. Pero es muy difícil que lo consigan sin la orientación y los buenos ejemplos de sus padres.