José Luís Álvarez Arce, Profesor de la Facultad de Económicas de la Universidad de Navarra
Ninguna guerra es buena, tampoco las comerciales
Las empresas y los ciudadanos pagarán las consecuencias de la ofensiva proteccionista de Trump
Donald Trump lo ha vuelto a hacer. Desde su atalaya preferida, Twitter, el presidente estadounidense ha desatado una nueva tormenta con consecuencias difíciles de predecir. En este caso, ha dado una vuelta de tuerca más en sus planteamientos proteccionistas. Fiel a su estilo, sin filtros aparentes, ha declarado que “cuando un país pierde miles de millones de dólares en comercio virtualmente con cada país con el que realiza intercambios, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Por ejemplo, cuando perdemos 100.000 millones de dólares con un país que se hace el listo, dejamos de comerciar y ganamos a lo grande. ¡Es fácil!”. Este tuit apareció, además, tras anunciarse la imposición de tarifas por parte de Estados Unidos sobre las importaciones de acero y aluminio.
En las palabras de Trump hay muchos elementos para la preocupación, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Denotan un desconocimiento profundo de la lógica económica del comercio y de la historia reciente. Vayamos por partes.
Trump presume de que, como empresario de éxito, está más que capacitado para tomar decisiones de política económica. Ahora bien, olvida que la gestión de una economía difiere sustancialmente de la empresarial. En concreto, la lógica de la competencia entre empresas es la de un juego de suma cero. Si una empresa gana peso en un mercado es porque otras lo pierden. Sin embargo, el comercio internacional es un juego de suma positiva, en la que los participantes se benefician simultáneamente. Cada uno se especializa en aquello que sabe hacer relativamente mejor y adquiere el resto de productos y servicios de otros que gozan de ventaja relativa en su producción. De ese modo, con unos mismos recursos, es posible disfrutar de más bienes y servicios.
En ese mismo sentido, el déficit comercial no es equiparable a las pérdidas de una empresa. Un país como Estados Unidos obtiene beneficio de su déficit, puesto que su contrapartida es que goza de mayores entradas que salidas de capital. Es decir, Estados Unidos tiene déficit porque financia su actividad económica con la llegada de fondos desde el exterior. Trump no parece consciente de que las necesidades de financiación que va a tener su Administración, consecuencia de su recorte de impuestos, hacen aconsejable esa entrada.
Otro aspecto que parece no tener en cuenta Trump es la naturaleza del comercio internacional moderno. Una parte sustancial del mismo corresponde a intercambios de materias primas, componentes y productos intermedios que se realizan necesariamente en las cadenas globales de valor. En otras palabras, muchos bienes y servicios no son producidos en un único país, sino que sus procesos productivos están fragmentados en diferentes localizaciones, buscando las mejores condiciones para cada fase de esos procesos. Las medidas proteccionistas impiden que esas cadenas funcionen, mermando la producción en todos los países.
Y si estos argumentos teóricos no son convincentes, miremos a la historia del proteccionismo y las guerras comerciales. El caso más dramático afectó a Estados Unidos, en la gran depresión de los años treinta del pasado siglo, cuando el proteccionismo en que trataron de refugiarse los países significó una guerra comercial en la que todos perdieron. Sin retroceder tanto, hace 15 años, las medidas proteccionistas del entonces presidente Bush para el sector del acero supusieron la pérdida neta de unos 200.000 puestos de trabajo en las industrias estadounidenses que precisaban de ese material para su producción.
Diga lo que diga Trump, las guerras comerciales dañan a todos. Nadie las gana. Debería mirar al resultado inmediato de sus anuncios: la caída del Dow Jones arrastrado por los valores de empresas dependientes de las importaciones gravadas por las tarifas; o el curioso anuncio de Campbell, productor estadounidense de las míticas sopas enlatadas, señalando que las tarifas anunciadas encarecerán su producto. Tal vez él se considerará ganador pase lo que pase, pero empresas y consumidores estadounidenses y de otros países sufrirán las consecuencias.