09/03/2024
Publicado en
Diario de Navarra
Mario Galiana Liras |
Arquitecto y profesor de la Universidad de Navarra. Socio fundador de Atelier Atlántico
Es un arquitecto tranquilizador que aporta dignidad a la vida cotidiana. La normalidad se vuelve extraordinaria. La calma conduce al esplendor”. Con esta afirmación cerraba el presidente de los premios Pritzker, Alejandro Aravena, la presentación del galardonado en esta edición del 2024, el arquitecto japonés Riken Yamamoto (78, Pekín). En esta ocasión, el premio recae en un arquitecto que trabaja desde la arquitectura común, para todos, una arquitectura consistente y basada en las personas, realizada con las personas y para ser disfrutada por las personas. El maestro japonés fue educado en Yokohama, a donde su familia se trasladó tras la II Guerra Mundial. Aquí aprendió a distanciarse de los metabolistas japoneses iniciando un camino que configura una arquitectura mucho más humana. Sus proyectos se definen por sus construcciones modulares y sencillas, donde la precisión y la sutileza son objeto de conquista del espacio.
La Arquitectura de Yamamoto, como oficio con mayúsculas, deja de lado los egos y deseos personales, proponiendo una mirada sobre la realidad construida de cada contexto específico en el cual se ve emplazada para, a través de esa experiencia, transformar la realidad conocida en una mejor. Es por esto que su arquitectura se puede formular en valores de resiliencia y permanencia tanto en el tiempo como en la memoria. Unos proyectos que miran sobre los hechos construidos y configuradores de cada emplazamiento. Una arquitectura que desde una compresión vernácula de la forma de vida nipona construye un objeto específico para un contexto real presente y futuro.
De las obras proyectadas por el nuevo premio Pritzker podemos destacar, entre otras, la casa Yamakawa (Japón, 1977), la estación de bomberos Hiroshima Nishi (Japón, 2000) o el complejo residencial Pangyo (Corea del Sur, 2010). Todas estas obras guardan diversos puntos en común, como son el uso de una artesanía industrializada, la construcción despojada de símbolos y, en último lugar, la configuración de espacios para el disfrute de las personas. De entre este conjunto, cabe destacar la vocación de todas las obras en ofrecer espacios híbridos, transformando aquello que es ordinario en algo completamente extraordinario. Desde la pequeña casa de verano que ofrece únicamente una serie de cobijos bajo su extensa cubierta, hasta los espacios comunes dignos del proyecto le corbuseriano de Roq et Rob en sus viviendas en Seongnam, cuya producción arquitectónica aboga por el uso intenso por parte del usuario.
Para terminar de comprender a este arquitecto preocupado por las personas, hay que recordar la cita de José Antonio Coderch, cuando en noviembre de 1961 se aventuró a descifrar los valores que debían tener los arquitectos para construir un mundo mejor. Una afirmación que seguramente es la que se aproxima con mayor certeza a los lugares comunes propuestos por Riken Yamamoto: “necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (con mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto; que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).