Antonio Moreno, Profesor de la Facultad de Económicas de la Universidad de Navarra
Javier Herrero, Alumno de 2º curso del programa Leadership and Governance del grado en Economía de la Universidad de Navarra
Devolver la ilusión por Europa
Tal día como hoy, hace 69 años, tuvo lugar una de las declaraciones más trascendentales de la historia del Viejo Continente. Un político luxemburgués, francés y alemán -todo ello al mismo tiempo- no dudó en enterrar los fantasmas de la guerra y dar un paso al frente, siempre acompañado de personajes de equivalente calidad, como Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi o Jean Monnet, conocidos también como los “padres de Europa”.
Casi setenta años después, ¿qué significado tiene esta declaración para Europa? "Solidaridad de hecho", según el mismo Schuman redactó aquel día. Todo comenzó con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, impulsada por Alemania y Francia principalmente, y firmada en 1951 por otros países europeos (Benelux e Italia). Se pensó en los lazos económicos como una herramienta de relación y circulación de personas que favoreciera la construcción de una Europa interconectada, lo que haría más difícil volver a los trágicos episodios de las guerras mundiales; en palabras de Schuman: “hacer la guerra no sólo moralmente impensable, sino materialmente imposible”. En la raíz de la Unión Europea subyace por tanto la apertura como la búsqueda de la paz entre personas con una cultura semejante.
Diez años tras la crisis económica, quizás se pueda achacar a la institución europea algunos errores en la gestión de la misma. Dicho lo cual, es indiscutible que ni Europa ni el euro fueron la causa de la misma y que se pusieron en marcha muchas medidas para ayudar a los que más sufrieron con la crisis, incluso revirtiendo políticas iniciales. No se puede discutir que tanto el Banco Central Europeo y la Comisión Europea ayudaron enormemente a los países con más problemas. El primero con políticas monetarias expansivas que ayudaron a los endeudados países del sur. La segunda con los rescates de todo tipo a países y sectores en quiebra. Es difícil -imposible- hacer el análisis contrafactual de qué hubiera pasado a países como Grecia fuera del área euro. Lo que sí sabemos es que un país como el Reino Unido, que también sufrió durante la crisis, se encuentra en un caos político y social, en gran parte inducido por el proceso de desintegración europea y la desconfianza que esto transmite de cara al exterior.
Los desafíos a los que se enfrenta la Unión Europea son tremendos, aunque por otra parte no distintos de los de otras partes del mundo. Dos evidentes son la inmigración y la demografía. Solidaridad no puede significar ausencia de fronteras en Europa, pero sí unas políticas unificadas entre países y con reglas nítidas. A su vez, no podemos depender de la inmigración -volátil y cambiante- para arreglar la sostenibilidad del Estado de Bienestar a la que se enfrenta Europa. Es sintomática la persistente existencia de tipos de interés negativos en un gran número de activos financieros. Este hecho, históricamente anómalo, proviene en gran medida del bajo nivel de la inversión, derivado a su vez de la baja tasa de natalidad europea y de una población envejecida. Evitar la japonización de Europa pasa por una demografía dinámica que impulse la inversión y la productividad, como ha sido la norma histórica. Una demografía vibrante no es otra cosa que, precisamente, garantizar la solidaridad intergeneracional de hecho.
Finalmente, el reto fundamental de la Unión Europea no es otro que devolver la ilusión a tantos ciudadanos de la Unión Europea que han dejado de creer en ella. Para ello harán falta una mayor cercanía con las personas que la componemos, pero sobre todo continuar con determinación, solvencia y generosidad su proyecto original, pues, volviendo a citar a Schuman: "Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho."