9 de mayo de 2023
Publicado en
La Razón
Gonzalo Villalta Puig |
Catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra
La coronación de don Carlos III como Rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y soberano de los otros catorce reinos que forman parte de la Mancomunidad de Naciones – la Commonwealth – evoca la vocación de servicio al bien común inherente a la Monarquía tal como esta se concibe desde la tradición cristiano-europea y se reglamenta por el marco democrático-constitucional.
Como primera oración al inaugurar la ceremonia de coronación, don Carlos declaraba su convicción cristiana: “En nombre del Rey de Reyes y siguiendo su ejemplo no vengo a ser servido sino a servir.” Es esa vocación de servicio que ejemplariza la Monarquía como Jefatura de Estado. Seguidamente, arrodillado ante el altar mayor de la Abadía de Westminster, don Carlos pronunciaba su vocación como monarca servidor: “Dios de compasión y misericordia cuyo Hijo no fue enviado para ser servido pero para servir, dame la gracia para que pueda encontrar en tu servicio la perfecta libertad y en esa libertad el conocimiento de tu verdad.” Ante este ordinario, no extraña pues que los teólogos medievales llegaran a debatir la posibilidad de declarar la coronación como octavo sacramento de la Iglesia.
En su sermón, Justin Welby, arzobispo de Canterbury y líder espiritual de la Comunión anglicana, reafirmaba la vocación de servicio del monarca: “Estamos aquí para coronar a un Rey, y coronamos a un Rey para servir.” El privilegio del poder conlleva el deber de servir. La autoridad monárquica, más allá de su razón constitucional, radica en su comunión con ese dogma. El servicio se articula en la promoción del bien común y se ejerce en el cuidado al prójimo. Esa vocación de servicio – el amor en acción – es y debe ser el carisma del monarca con sentido de lo transcendente. Como conclusión a su sermón, el arzobispo Welby reflexionaba: “Con la unción del Espíritu Santo, al Rey se le da gratuitamente lo que ningún gobernante puede alcanzar por voluntad, política, guerra o tiranía: el Espíritu Santo nos atrae al amor en acción.”
El Espíritu Santo y su Paloma coronaban el cetro real de Carlos III – la vara de la equidad y la misericordia – al igual que coronaba el árbol de las 56 ramas tantas como países de la Commonwealth bordado en la pantalla de lana australiana detrás de la cual, y según la teología anglicana, el Rey se consagra a Dios y con esa consagración recibe su autoridad de Dios: “Sé ungida tu cabeza con aceite santo, como reyes, sacerdotes y profetas fueron ungidos. Y como Salomón fue ungido rey por Sadoc el sacerdote y el profeta Natán, para que seas ungido, bendecido y consagrado Rey sobre los pueblos, a quien el Señor tu Dios te ha dado para mandar y gobernar; en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.” En el fondo sonaba el Zadok the Priest de Georg Friedrich Händel, himno británico de coronación, música transcendente para un acto transcendente…
Ya lo dejó escrito William Shakespeare en Ricardo II: “Ni toda el agua del rudo mar agitado, puede quitar el bálsamo a un rey ungido.” Es de destacar que en el siglo XXI ante las fuerzas que pretenden deshumanizar a la persona, alejándola de su espiritualidad y acercándola a su materialidad, la coronación de Carlos III reconozca sin acomplejamiento alguno – literalmente, que pregone a bombo y platillo – la acción transformadora de lo divino en la persona. El Rey – todo rey – es la garantía de continuidad histórica en la vida patria y su autoridad, siendo constitucional, debe aspirar a ser moral con sentido transcendente de la vida independientemente del pleno respeto debido a toda profesión y no profesión de fe. La coronación de Carlos III hizo participe a los líderes de las diferentes iglesias cristianas, incluyendo al cardenal Vincent Nichols, arzobispo de Westminster y presidente de la Conferencia de los Obispos Católicos de Inglaterra y Gales, al igual que a los líderes de las diferentes religiones no cristianas más presentes en el Reino Unido, la comunidad musulmana, judía, hindú, sij y budista. Sorprendió alegremente la lectura de la epístola a los colosenses por parte de Rishi Sunak, Primer Ministro del Reino Unido y practicante del hinduismo.
La Fe no contradice el respeto cívico, al contrario, lo magnifica a través de su interpretación como servicio al bien común. Y es que el gobierno, la autoridad sin referente espiritual y vocación transcendente de servicio al bien común es gestión – pobre y pedestre – y no liderazgo. Solo en esa clave se entiende que la pantalla de la unción utilizada en la ceremonia de coronación llevara cosida la frase hecha celebre por la mística inglesa del siglo XV, santa Juliana de Norwich: “Todo irá bien y toda clase de cosas irán bien”… con Dios. A la cabeza de la procesión real iba una cruz expresamente confeccionada para la ceremonia de coronación que incorporaba reliquias de la Santa Vera Cruz regaladas al Rey Carlos III, Gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra, por el Papa Francisco.