Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
El auge del victimismo y la cultura de la queja
El victimismo es la tendencia de una persona o de un colectivo a hacerse pasar por una víctima, de forma más o menos consciente. Se queja de una supuesta agresión o menosprecio y responsabiliza de ello a un determinado entorno social, del que espera compasión y reparación.
En este tema con frecuencia se confunde “víctima” con “victimismo”, aunque hay que reconocer que en algunos casos la distinción es difícil. Por ejemplo, en una viñeta humorística de Forges un personaje dice: “Soy libre. Puedo elegir el banco que me exprima; la cadena de televisión que me embrutece; el informador que me desinforma y el político que me desilusiona. Insisto, soy libre”. ¿Se trata de una víctima o de un victimista?
La cualidad de victimista en muchas ocasiones surge de forma no prevista. Por ejemplo, cuando hemos experimentado el cuidado y la protección de personas muy caritativas y cariñosas durante una enfermedad, tenemos el riesgo de acostumbrarnos a ello, hasta tal punto que tras la curación podemos sucumbir a la tentación de seguir viviendo con las mismas “necesidades”. Al convertirnos en víctimas crónicas cambiamos de identidad.
En 1994 Robert Hughes publicó “La cultura de la queja”, una denuncia del victimismo. En esa obra formula algunas “profecías” sobre lo que les ocurrirá a los pueblos que han adoptado el victimismo que ya se están cumpliendo. Una de ellas es el conflicto del estado con algunos de sus territorios que se consideran agredidos.
La persona victimista encuentra placer en mostrarse como víctima ante los demás. Ser víctima suele estar bien visto socialmente. Pero ello no debe ocultarnos que existe siempre el riesgo de convertirse en una patología: la del trastorno de personalidad paranoica. Se caracteriza por la desconfianza injustificada sobre los demás, atribuyéndoles motivos maliciosos. Tampoco hay que olvidar que el victimismo muta, con cierta frecuencia, en una ideología política que reivindica los ignorados supuestos derechos de las víctimas.
Daniele Giglioli en su obra “Crítica de la víctima”, analiza la ideología victimista con estas palabras: «La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. La posibilidad de declararse tal es una casamata, un fortín, una posición estratégica para ser ocupada a toda costa. La víctima es irresponsable, no responde de nada, no tiene necesidad de justificarse: es el sueño de cualquier tipo de poder».
El victimismo pretende ser actualmente un nuevo estilo de vida, tanto para las personas como para las agrupaciones sociales y pueblos. Estamos viviendo la culminación de un proceso histórico que surgió a mediados del siglo XX, con el gran incremento del influjo y el poder de las víctimas y de quienes simulan que lo son, en ámbitos sociales muy diversos. Ese poder procede sobre todo de los medios audiovisuales de comunicación, con su constante difusión de noticias e imágenes protagonizadas por víctimas.
El auge del victimismo en el siglo XXI denota que no se trata de una simple moda, sino de una mentalidad dominante y persistente.
Para Maximiliano Hernández, lo más distintivo del actual victimismo es el abandono de la mentalidad meritocrática y de la cultura del deber de la persona consigo misma y con la sociedad, para ser sustituida por la cultura de la deuda y de la obligación compensatoria que, supuestamente, habría contraído la sociedad con cada individuo y colectivo maltratado.
Coincido con el psicólogo Daniel Molina en que es algo normal mostrar nuestro desacuerdo ante ciertas cosas que no nos gustan, pero sin hipotecar nuestra vida ni subordinarla a la queja. No hay que caer en el error de perturbar a los demás con el propio victimismo y visión negativa de la vida. Debemos tomar una postura activa y optimista, basada en decisiones y no en simples reacciones.
También es importante crecer en asertividad: defender las propias ideas y opiniones respetando, al mismo tiempo, las de los demás. Las quejas continuas nos mantienen anclados en los problemas, sin posibilidad de avanzar hacia posibles soluciones. El victimista cree que su papel de víctima justifica todo lo que hace o deja de hacer, por lo que no admite la más pequeña ayuda o crítica.
Es muy difícil orientar a quienes viven como victimas crónicas, porque si no se comparten sus quejas añadirán una queja más: la de que no se le comprende. Hay que decirles que no tenemos intención de ayudarles a solucionar el problema que ellos plantean, sino el que nosotros vemos. El testimonio de algunas victimas de verdad que, además, no se quejan, puede ser determinante.