Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
El papa Francisco previene sobre la felicidad del sofá
En su discurso a los jóvenes en la JMJ 20-16 de Cracovia, el Papa Francisco les previno de confundir la felicidad con la comodidad y el consumismo; de creer que ser felices consiste en disponer de un buen sofá para reposar y para entrar en el mundo de los videojuegos, pasando muchas horas ante el ordenador.
“No venimos a este mundo a vegetar, a pasarlo cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, el precio que pagamos es muy caro: perdemos la libertad”.
Pienso que esta descripción es atribuible a los jóvenes pasotas y Ninis (ni estudian ni trabajan), no a los dos millones que se la oyeron al Papa. La mayoría de ellos, para pagarse el viaje tuvieron que hacer trabajos extra; luego no se sentaron en un sillón, sino en el suelo; algunos durmieron sobre el propio terreno y otros donde pudieron.
El Papa les pidió que sean misioneros de los “prejubilados” de su generación. Tendrán que comunicarles lo que no es la felicidad; que no existe la supuesta felicidad hedonista y utilitarista.
Estos jóvenes han recibido una hermosa tarea: explicar a sus compañeros y amigos que la felicidad no se puede adquirir como un producto más de la sociedad de consumo. Por ejemplo, almohadas que nos garantizan un sueño profundo y feliz (sin pesadillas); pulseras que eliminan la ansiedad; sillón que relaja, da masajes, acaricia y adormece. Los buscadores de objetos mágicos suelen ser personas que se sienten impulsadas a llenar algún vacío interior.
Muchas personas buscan la felicidad en el culto al cuerpo (lo temporal) con olvido del alma, (lo eterno). Cuidar el cuerpo es bueno siempre que no sea una obsesión, ya que esto último es peligroso para la salud. Cristianos que no entienden el espíritu de mortificación madrugan mucho todos los días para “machacarse” corriendo varias horas seguidas, incluso cuando nieva, y no por prescripción médica, sino para presumir de cuerpazo.
Es importante promover que los jóvenes se ayuden entre sí a desmitificar falsos conceptos de la felicidad. Ese método de ayuda mutua propuesto por el Papa es innovador y eficaz, porque los jóvenes se dejan influir más en sus convicciones profundas por los de su edad que por los mayores. Pero no basta saber lo que no es la felicidad. Los jóvenes deben averiguar también lo que sí es la auténtica felicidad y de dónde procede.
Decía Aristóteles que la felicidad no está en lo efímero (las cosas y los placeres sensibles), sino en la vida honesta, conforme a la virtud; por eso aconsejaba vivir y obrar bien (eudaimonía), lo que incluye llevar una vida austera. Añadía que la felicidad implica conformidad con la propia suerte, sin ambicionar nada (autarquía). Para ser feliz proponía la “vida buena” (virtuosa) en contraposición a la “buena vida” (aburguesamiento).
La felicidad incluye cierto grado de placer y de bienestar material, pero el placer y el bienestar no son, por sí mismos, fuente de felicidad. La felicidad es una realidad espiritual; por eso ningún materialismo ha podido hacer feliz al hombre.
A los jóvenes que buscan una felicidad inmediata, habrá que aclararles que eso es una misión imposible. Aristóteles afirmaba que la felicidad no se puede buscar, ya que es algo que sobreviene; es algo añadido a algunas de las actividades en las que estamos ocupados; es una consecuencia, y no algo que se busca en sí mismo. Sólo se consigue cuando no se la persigue.
Esa tesis fue compartida por Tomás de Aquino, para quien la felicidad es el gozo o dicha que se deriva de haber conseguido un determinado bien, por la plenitud o perfección personal que ello conlleva. Lo podemos expresar en términos modernos con un eslogan: “a la felicidad por la perfección”.
Alejando Llano vincula la felicidad a la vida lograda. “La felicidad no es un lugar, ni un estado de cosas, ni un objeto que se nos pueda entregar, porque la vida lograda la he de conquistar yo mismo a través de mis operaciones originales y creativas (…). Lo que provoca que mi vida se malogre o se intensifique, no depende intrínsecamente de lo que me pasa, sino de cómo afronto lo que me pasa” (La vida lograda, 2010).
Esa conquista exige olvidarse del sillón para recorrer con esfuerzo, paso a paso, golpe a golpe, el camino de la felicidad. No es una espera pasiva, sino activa. Será menos costosa para los jóvenes que tienen esperanza: vivir anticipadamente algo que es bueno y que no tengo todavía.