Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
La preocupante deriva de los adolescentes posmodernos
La condición “adolescente” es reformulada por cada nueva generación, de acuerdo con las corrientes socioculturales dominantes. Permanece el carácter típico del adolescente, pero no su modo de vida. Por ejemplo, el adolescente cazador de las tribus de Samoa apenas experimentaba crisis de transición a la edad adulta, a diferencia del estudiante vitalicio que vive en las actuales comunidades urbanas.
Nuestros hijos están afectados por la desaparición de “la cultura del esfuerzo”. Dado que los adolescentes son muy sensibles al reto, sugiero a los padres que planteen la exigencia como reto.
Es aconsejable presentarles la adolescencia como “la aventura de hacerse mayor”, lo que conlleva sucesivos retos personales. Por ejemplo el reto de divertirse sin “colocarse” previamente con varias copas.
También es muy deseable que los padres vean la educación del hijo adolescente no como una “tortura”, sino como una oportunidad de afrontar apasionantes retos educativos. Por ejemplo, el reto de entenderle y de lograr comunicarse con él ayuda a desdramatizar esa tarea y a realizarla con ilusión y espíritu deportivo.
Los padres sobreprotectores y los dictadores no son los únicos posibles culpables del conflicto generacional en la familia.
Cristine Collange, una periodista francesa con varios hijos en edad adolescente, ha escrito un libro autobiográfico: “Yo, tu madre”.
Selecciono un fragmento:
“¡Tened piedad de los padres de los adolescentes de hoy! Se nos acusa de todos sus defectos, lo que les sirve de coartada. No hemos sido unos padres tan malos. No era fácil llevar el timón educativo en una sociedad en completa transformación, en la que todos los valores han envejecido de repente”.
Los adolescentes son hijos de sus padres, pero también de su tiempo.
La actual posmodernidad es una reacción contra la modernidad. El hombre modernista (siglo XIX) valoraba la razón por encima del sentimiento; en cambio, el posmodernista valora el sentimiento por encima de la razón y está interesado sólo en satisfacer sus apetencias. Lo consistente es así sustituido por lo banal y lo efímero. De esta forma surgen vacíos de valores que son vacíos formativos.
Los títulos de tres ensayos de Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo de la posmodernidad lo expresan muy bien:
“La era del vacío”; “El imperio o de lo efímero”; “El crepúsculo del deber”.
Para Sequeri, a quien más se asemejan algunos adultos y muchos jóvenes de ahora es a un Narciso indolente, satisfecho y embobado que se deja llevar por los ídolos de la posmodernidad, entre ellos la saturación informativa a través de internet.
Al adolescente posmoderno sólo le interesa disfrutar del momento placentero inmediato. El culto a la propia imagen en las redes sociales conocido como “Síndrome Selfies” es un claro síntoma de su narcisismo.
El prólogo de Vicente Verdú a la novela de Douglas Coupland Generación X, (1993) sitúa perfectamente el problema. Describe a un amplio sector de adolescentes actuales como un gran aglomerado de personas conformistas, pasivas y abúlicas, que son una incógnita; por eso habla de “la generación X”.
El posmodernismo últimamente está ocasionando algo más que un simple cambio de costumbres. Me refiero a una preocupante deriva de la adolescencia, a un desvío de su verdadero rumbo y de su auténtica función; está dejando de ser una etapa puente entre la infancia y la adultez para convertirse en un fin en sí misma y sin fecha de caducidad. Los “eternos adolescentes” ganan terreno cada día.
¿Existe alguna solución para los adolescentes del posmodernismo?
Sugiero dialogar con cada uno de ellos, para ayudarle a desmitificar los pseudovalores de la subcultura en la que está sumido.
Lo más eficaz es la labor preventiva: tanto la familia como la escuela deben educar promoviendo una cultura humanista. Es la que afirma la primacía del espíritu sobre la materia y de la ética sobre la idolatría de la técnica. Algunos sociólogos del posmodernismo (entre ellos Sequeri) proponen revalorizar la vida espiritual propia del humanismo cristiano.
La educación preventiva implica enseñar a los hijos a distinguir entre cultura y subcultura.
La cultura busca el saber, la verdad del ser, mientras que a la subcultura sólo le interesa la verdad útil y/o placentera.
En una sociedad que contrapone moral y felicidad y que confunde felicidad y placer sensible, es prioritario fomentar el desarrollo de algunas virtudes que son manifestación de rebeldía positiva.
La educación de la sobriedad es un acto de rebeldía frente al consumismo; la educación del pudor es un acto de rebeldía frente a la escalada del erotismo.
Hoy se necesitan educadores de humanidad (“artesanos de humanidad”, según el Papa Francisco).
Urge cultivar lo propiamente humano, despertar en los educandos desde la infancia el amor a lo verdadero, lo bueno y lo bello.