09/10/2024
Publicado en
Diario de Navarra
Diego Maza Ozcoidi |
Profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.
Aunque no me pille por sorpresa, debo confesar cierto desconcierto. Todos los años por estas fechas me veo abocado a encontrar cierto equilibrio entre la necesidad de llegar a una audiencia amplia y la complejidad intrínseca asociada a la física de frontera premiada con el Nobel. Este año, por el contrario, podría parecer obvio e innecesario ahondar en una tecnología implantada en el inconsciente colectivo como una herramienta capaz de abordar (casi por si sola) cualquier clase de problema. Ciertamente algo hay de esto, aunque en mi modesto entender, bastante menos poderosa de lo que creen algunos, y a la par, tanto o incluso más peligrosa de lo que otros piensan.
¿Por qué desconcierto? La respuesta me obliga a sumergirme en la complejidad que anida en el corazón de esta tecnología. El desarrollo de las redes neuronales se basa fundamentalmente en un método mimético, que busca esencialmente replicar los mecanismos cognitivos del cerebro humano asumiendo que esta capacidad se asienta en su topología, es decir, en la manera en que diferentes capas de neuronas se interconectan entre sí, para alcanzar una finalidad concreta. Así, esas “neuronas” correctamente “entrenadas” son capaces de interpretar la información que las “alimenta” y así brindarnos respuestas a preguntas genéricas, aun cuando estas no sean específicamente de la misma naturaleza que alimentó su proceso de “aprendizaje”.
A estas alturas, imagino al lector un tanto molesto por la profusión de comillas incluidas en el texto. No obstante, en ellas radica la causa de mi desconcierto. Son más que necesarias en el contexto de este premio pues conceptos como aprendizaje nunca han estado bajo el paraguas de lo que comúnmente se consideran ciencias duras como la física. De hecho, los mecanismos básicos del proceso por el cual redes de este tipo son capaces de procesar la información (para muchos “aprendizaje”) son todavía lo suficientemente oscuros para no considerarlos en absoluto un problema siquiera bien abordado. Qué duda cabe que sus posibilidades prácticas parecen inagotables, pero su desarrollo como tecnología, no implica necesariamente un mejor conocimiento de los mecanismos intrínsecos (¿o debería decir deterministas?) de los procesos de aprendizaje (esta vez sin comillas).
En mi modesta opinión, el premio de este año representa una llamada de atención (una más) respecto de un recurso tecnológico que, rodeado del aura de rigor que le imprime su formalismo original, afecta ahora mismo a la humanidad a escala planetaria sin que esta tenga el grado de control sobre ellas como el que otras ideas procedentes de la física, imprimieron en su día a la sociedad.