Carlos Manuel Gamazo de la Rasilla, Fares Ibrahim Sami Amr, Javier Gamazo,, Universidad de Navarra
Los universitarios y el sistema de evaluación
El denominado "Plan Bolonia" provocó la inquietud de profesores y alumnos. Era evidente que la docencia universitaria requería mejoras y los expertos se pusieron manos a la obra. De entre el oleaje de ideas innovadoras emergió la palabra "competencias". Nuevos valores se abrían paso ante el tradicional inmovilismo universitario: interpretación, integración de conceptos, expresión, sentido crítico…
"Bolonia" también debiera significar evaluar conforme a estos valores y, sin embargo, no está siendo así en la mayoría de los casos. Sorprende que los objetivos de las asignaturas contengan competencias que luego son mal evaluadas o incluso obviadas. ¿Estamos ante el incumplimiento de un contrato? Y, en este mismo sentido, ¿se pueden evaluar dichas competencias con cualquier tipo de examen?, ¿se pueden evaluar con un test?
Algunos investigadores con tareas docentes sienten que la docencia les distrae demasiadas horas del desarrollo de la ciencia, su principal labor y vocación; por ello, el trámite evaluador lo perciben como un tiempo robado, amén de tortuoso. Cuando se interpela a los docentes sobre el porqué de sus prácticas evaluadoras y se les proponen reajustes, a menudo esgrimen la Libertad de Cátedra como arma que zanja el asunto; tal uso de la misma, no sólo no aporta nada positivo, sino que la denigra. Si indagamos en su origen nos percataremos de que su creación fue fundamental para que el progreso de la universidad no dependiera de los avatares de la historia del poder político. Por ello, conviene actualizar su razón de ser y restringirla para no caer en el libertinaje. El profesor debe ceñirse a unas reglas que como mínimo no se escapen de una buena conducta moral y racional. Todo lo que salga de estas pautas se podría considerar como una falta de respeto al alumnado.
Parece razonable afirmar que la evaluación debiera servir para medir las competencias adquiridas durante el curso. Sin embargo, el alumno se encuentra con estilos de evaluación que no tienen nada que ver con la valoración de las competencias sino con la comodidad del profesor. De esta forma, el ranking que se establece entre los alumnos no está basado en la capacitación sino en la memoria a corto plazo en un día determinado a una hora concreta. Kafkiano, ya que, actualmente, y aún más en el futuro, toda la información está disponible en pocos segundos a través de la Web. Los profesionales disponen de ordenadores en su lugar de trabajo. Datos concretos se pueden consultar rápidamente, pero lo que no podrán consultar de manera tan inmediata es el cómo se debe resolver un caso, un problema.
Un estudiante que no es capaz de resolver un problema, de entender un proceso, de establecer un razonamiento lógico, no cumple con las competencias deseables. Un dato, una cifra, un nombre fuera de contexto no tiene ningún valor. La memoria no es suficiente para comprender el significado y su sentido: el porqué, el para qué, de dónde o hacia dónde. Una buena preparación del alumno debe estar basada en la integración de conceptos. La aplicación del conocimiento es lo que nos ayuda a resolver futuras incógnitas. En la vida real primará el actuar con lógica y coherencia a la hora de tomar decisiones.
En cualquier caso, no parece cabal que en el examen final se presente un test como filtro, es decir, si no apruebas la parte de test no te corrigen la segunda parte, la argumentativa. Aquí se evidencia que lo que se pretende es ahorrar esfuerzo en la corrección de exámenes, ya que también podrían hacer la inversa: si no aprueba la parte argumentativa, no le corrijo el test. Y no nos olvidemos de la picaresca. Los exámenes tipo test son lo más prestado, o incluso vendido, en épocas de exámenes; no son pocas las veces que los alumnos los emplean porque, en demasiadas ocasiones, son conscientes de que el profesor repite hasta la saciedad las mismas preguntas año tras año. Los exámenes de opción múltiple solo pueden estar justificados en algunas circunstancias y contextos. En la mayoría de los casos, los exámenes tipo test se ponen sin criterio y su único cometido es facilitar la labor del profesor. En definitiva, suelen ser un fraude en cuanto a su objetivo primario, la justa evaluación. Parece razonable que si hay que examinar a miles de individuos simultánea y objetivamente, el test excelentemente diseñado sea una opción a considerar, pero no es el caso en la mayoría de universidades. La Universidad debe su razón de ser al estudiante; por lo tanto, debe ser fundamentalmente una proyección de éste y de sus necesidades. Para poder desarrollarse como profesional, en nuestra realidad renovada a un ritmo vertiginoso, tendrá que formase en la adquisición de competencias que le permitan crear. No le bastará con saber utilizar las herramientas ya existentes.
En definitiva, la evaluación no debe ser una molestia, un aburrido quehacer, sino todo lo contrario. No debe haber nada más gratificante para un profesor que el ver cómo sus alumnos han adquirido esas competencias que tanto él deseaba que aprendieran el primer día de clase. Un examen se debe corregir como una novela de intriga, con apasionamiento, no con dejadez, y, sobre todo, con respeto.