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Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

La ambivalencia de lo light

sáb, 09 nov 2019 10:07:00 +0000 Publicado en Las Provincias y Diario Alto Aragón

 

Es ambivalente lo que puede tener dos valores distintos o interpretarse de dos maneras diferentes. Es lo que ocurre con la palabra light. Aplicada a las bebidas, es un bien para la salud; por ejemplo, café descafeinado y cerveza sin alcohol. Aplicada al ser humano, significa persona inconsistente y superficial, con conducta meramente espontánea, no reflexiva. Curiosamente, estas dos aplicaciones son coetáneas.

El término 'light' nació para designar una nueva 'cultura' surgida en 1980 en EE.UU. Inicialmente se relacionó con el 'jogging' y el gimnasio, pero aplicado a la vida humana, surge un modelo vital en el que la esencia de las cosas es irrelevante.

«Al hombre (mujer) light todo le interesa, pero en un tono epidérmico (...). Es un sujeto trivial, con poca consistencia, frívolo, que lo acepta todo, pero sin tener criterios sólidos en su conducta. Es un producto de su tiempo: pensamiento débil, criterios permisivos, aséptico en sus compromisos. Su ideología es el pragmatismo. Su norma de conducta, lo que se lleva, lo que está de moda. Su ética descansa en la estadística, sustituta de la conciencia». (Enrique Rojas, en ABC, 1990)
El hombre 'light' surge de una sociedad caracterizada por una cultura 'light', que promueve personas sin referentes y con un vacío moral. Esa 'cultura' es, en realidad, una subcultura.


La auténtica cultura es cultivo interior. Consiste en saber, y no simplemente en tener noticia de algo. La subcultura, en cambio, no consiste en saber, ya que no le interesa la verdad de lo real, la verdad del ser, sino la verdad que se desea, que apetece o que conviene. No mueve al hombre (mujer) a un mejor vivir, sino a un vivir mejor. En el mejor de los casos, queda reducida a cultura técnica, preocupada sólo por el hacer.
Todo ello está muy relacionado con la actual mitificación de la conducta espontánea, que es presentada como «sincera» y «natural», en detrimento de la conducta pensada, que sería insincera y artificial. La espontaneidad es elevada así a la categoría de un valor. En nombre de la espontaneidad se pretende justificar cualquier tipo de exceso o mal comportamiento: «lo hice porque fue lo primero que se me ocurrió, no como otros, que no son sinceros». La conducta espontánea es impulsiva e irreflexiva, por lo que no permite encontrar soluciones para los problemas que se presentan. ¿Por qué, a pesar de esa desventaja, sigue siendo idealizada por muchos adolescentes Una de las razones es porque en esa edad el sentimiento predomina sobre la razón; otra porque suelen creer que lo no espontáneo obstaculiza la creatividad.


La mitificación de la conducta espontánea lleva a los hijos a ser menos responsables, y a sus padres al permisivismo educativo y a la tolerancia sin límites. La experiencia dice que los niños y adolescentes no son, espontáneamente, lo que deben ser; hay que intervenir en sus vidas.
 

Sin esa intervención de los educadores -en forma de exigencia, orientación y consejo- los niños suelen seguir siendo perezosos, caprichosos y egoístas. Los niños mimados son los que más tarde se convierten, faltos de consistencia, en sujetos pasivos de la opinión y de las modas en el campo de los valores.
El hombre 'light' es un reflejo de la pérdida de valores propio de la sociedad relativista y permisiva, de lo que no están exentas, por contagio, algunas familias. En la familia 'light' se da abuso de la tecnología audiovisual (internet, ordenador, tablet y teléfono móvil para cada miembro la familia) lo que hace que vivan aislados entre sí ; los pocos libros que hay tienen sólo una función decorativa; el posible tiempo para la lectura se dedica a ver la televisión; no existen principios ni convicciones estables en la educación de los hijos.


Marcelo Colussi afirma que la cultura 'light' es el resultado de un conjunto de corrientes pseudoideológicas que van retroalimentándose entre sí: relativismo, permisivismo, facilismo y consumismo compulsivo. Se caracteriza por el individualismo extremo, la búsqueda de la satisfacción inmediata, falta de profundidad en el tratamiento de cualquier tema, falta de compromiso y banalidad. A ello se añade un culto a las apariencias. Se juzga al otro no por lo que es, sino por cómo va vestido o por el automóvil que posee.


El soporte básico de esta cultura de lo banal pueden ser medios audiovisuales y redes sociales, mientras que la cultura verdadera está en los buenos libros. Leer o no leer, esa es la cuestión.