Manuel Ferrer Regales, Catedrático de Geografía, Universidad de Navarra
Navarra y España. Inmigración y emigración
En un plazo de veinticinco años, Navarra se ha convertido en una sociedad étnica, al igual que España. Esta novedad, como se pone de manifiesto en nuestras calles, en el campo y en la ciudad, como es patente en los jardines y paseos donde nos encontramos a gentes de distintas procedencias y etnias, es el resultado de un proceso emergente durante los últimos años, aunque como consecuencia de la crisis comienza a debilitarse. Lo cual no obsta para que el número y porcentaje de inmigrantes sea más que suficiente (en torno a 70.000 en Navarra, comunidad con una población total de 638.038 habitantes, lo que supone un dato porcentual del 11%), muestra clara de que nos hemos convertido en una sociedad étnica en la que hay algunos grupos predominantes (búlgaros, ecuatorianos, rumanos, bolivianos, marroquíes, etc.). En el futuro se prevé que la etnicidad continuará vigente de manera que en parte seremos, ya comenzamos a ser, una sociedad de mezcla, ya que las uniones entre los de aquí y los llegados/as tenderán a aumentar.
A su vez, la tendencia a "ralentizar" el crecimiento de la población continuará durante los próximos años, acompañada además de un fenómeno que ya tiene lugar a escala pequeña pero que posiblemente irá en aumento: cada vez habrá más navarros fuera de su tierra, empujados por la falta de puestos de trabajo (aunque nos hallamos en una situación privilegiada en comparación con otras regiones).
Ampliando la escala al conjunto de España, en la que la mayoría de autonomías se encuentran en una situación de paro alarmante y escasas expectativas de trabajo, esto es, en una situación bastante peor que la nuestra, se entiende que la emigración es un proceso irreversible. Volvemos a ser un país de emigrantes, como ya ocurrió en la primera mitad del siglo XX. Y con ello no me refiero al retorno de inmigrantes, que ya tiene lugar, sino a que vamos a ser de nuevo un país donde aumentará el número de personas que buscarán fuera lo que no encuentran dentro.
Se dirá que la crisis afecta también a nuestros cercanos vecinos europeos, pero hay que añadir que sin el dramatismo de nuestro caso particular. Ahora bien, hay que tener muy en cuenta que la mano de obra española es muy apreciada y preferida con relación a otros orígenes. Los españoles hemos dejado un buen recuerdo allí donde hemos emigrado (a principios del siglo XX a América del Sur, especialmente en los países del Cono Sur, sobre todo Argentina). Después llega la etapa de migraciones interiores, esto es, de grandes desplazamientos de población desde el mundo rural cuyas gentes se trasladan a Cataluña y al País Vasco durante la I Revolución industrial (finales principios del siglo XIX/XX), como también durante la II Revolución (iniciada en los años sesenta del siglo XX). En esta última los lugares de destino no son sólo Cataluña y el País Vasco, ya que a éstas se suman las regiones donde prende la II industrialización, entre ellas Navarra. No hubiera sido posible el desarrollo de unas y otras regiones sin el aporte inmigratorio, que minimiza relativamente la crisis iniciada en 2007.
Probablemente serán las regiones de la mitad norte, con más o menos paro, especialmente las zonas urbanas, las que inician ya la puesta en marcha de este proceso: son y serán primero los jóvenes con estudios que están dispuestos a ocupar puestos de trabajo que exigen una formación similar e incluso inferior a la que les corresponde. Inmediatamente después la emigración afectará, afecta ya, a diversidad de situaciones y profesiones, especialmente entre los parados jóvenes y jóvenes – maduros que tengan conexiones familiares o de amistad con otros países de la UE e incluso de ultramar. Habrá gentes de alto nivel de estudios que encontrarán fácilmente puestos adecuados a sus estudios medios o superiores.
En fin, estas consideraciones se llevan a cabo en el marco de la incertidumbre que lleva consigo un cambio de expectativas migratorias. Puede, no obstante, afirmarse nuestra vuelta a ser, una vez más en nuestra historia, un país de emigrantes a los que se exigirá por cierto más que a sus predecesores de otros tiempos.