Alejandro Navas García,, Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
La hipertrofia de la política
Algunos de los proyectos políticos que están siendo impulsados en Alemania ponen de manifiesto el predominio de una filosofía utópica que busca la ingeniería social y que se apoya en la tecnocracia pedagógica.
Como es tradicional, el nuevo Gobierno alemán se reunió a final de enero en el palacio de Meseberg, al norte de Berlín, para preparar la legislatura. Al término de las sesiones, la canciller Angela Merkel y el vicecanciller Sigmar Gabriel informaron en rueda de prensa sobre sus planes.
Ambos prestaron especial atención al proyecto 'Buena vida-calidad de vida en Alemania'. Esta iniciativa, de carácter interministerial, se propone investigar cuáles son los anhelos e intereses profundos de los alemanes. Según explicó la canciller, «se trata de averiguar lo que preocupa a las ciudadanas y a los ciudadanos, de conocer las exigencias cualitativas que los hombres asocian a una buena vida». Para tomar el pulso a las aspiraciones de la gente se organizarán diálogos con los ciudadanos. Gabriel concretó un poco más y habló de un centenar de encuentros previstos.
Al mismo tiempo, en BadenWurtemberg el Gobierno regional debate la reforma de la enseñanza secundaria. Lo que parecía un proyecto eminentemente técnico ha alcanzado resonancia nacional por la polémica suscitado en torno a la educación sexual. De acuerdo con la tendencia marcada por la corrección política, ese contenido abandona el área de Biología y pasa a la de Sociales. Se adapta así a las exigencias de la ideología de género, que postula el carácter más cultural que biológico del sexo. Junto a la tradicional orientación heterosexual se prevé dedicar espacio a la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad y la intersexualidad. Ese 'land' es un bastión del protestantismo tradicional y diversos grupos religiosos han denunciado el enfoque de esas enseñanzas, dando lugar a una polémica de alcance nacional. No quiero centrarme aquí en la problemática sexual, sino en el espíritu que anima la reforma. Como viene siendo habitual en los proyectos de ese tipo que se plantean en cualquier país occidental, la ley dedica particular atención a las competencias y actitudes que hay que promover en los alumnos. Para los escolares de los cursos quinto y sexto (once y doce años) se establece un total de 202 actitudes (por ejemplo, 30 para la asignatura de Lengua alemana). En Música, se trata de «desarrollar en los alumnos la sensibilidad hacia los derechos de autor en el ámbito musical». Y, como es propio de esa mentalidad tecnocrática, que aspira a medirlo todo, hay que especificar las competencias y actitudes que se estimularán en cada clase o unidad didáctica.
El plan de estudios está guiado por cinco principios fundamentales, que deben aparecer en todas las asignaturas: orientación profesional, educación para el desarrollo sostenible, formación en el uso de los medios de comunicación, prevención en salud y educación como consumidores.
Asistimos, tanto en el caso del Gobierno federal como en el regional, a un planteamiento político característico de nuestra época: la confianza ilimitada en la gestión pública como herramienta para instaurar la sociedad perfecta. Esa manera de entender la política apunta a la producción de robots y no a la formación de seres humanos libres, pero esto parece importar poco. No sorprende que el gobierno socialista y verde de BadenWurtemberg utilice la educación al servicio de la ideología, pero la ocupación de la enseñanza por la tecnocracia pedagógica no es exclusiva de la izquierda. A España llegó en 1970, en pleno franquismo, de la mano de la Ley General de Educación, y ese talante ha marcado las sucesivas leyes educativas que hemos padecido. A los docentes con experiencia nos apena el deterioro de la educación en nuestro país y contemplamos estupefactos el culto a las competencias y habilidades al que se entregan nuestros burócratas.
El Gobierno de un país sólido como Alemania puede proponerse como objetivo la vida feliz de sus ciudadanos, aunque esa empresa esté condenada al fracaso, pues excede el alcance de la política. Vemos en acción la lógica socialdemócrata: el Estado promete el oro y el moro y los ciudadanos se acostumbran a esperarlo todo del Gobierno (también en España, como muestra el economista Luis Garicano en su último libro). Las expectativas incumplidas no tienen por qué frustrar a la gente, pues sabemos en el fondo que esas promesas eran meros brindis al sol. En cambio, los desvaríos planificadores en el ámbito educativo sí tienen consecuencias negativas, con daños irreparables. Las víctimas son en este caso los niños y adolescentes, el grupo más vulnerable. Si hay un campo en el que deberíamos estar especialmente vigilantes para poner coto a los desvaríos políticos, es la educación. Frente a los excesos de la tecnocracia pedagógica bastaría con aplicar el sentido común, algo que está al alcance de casi todos.