Ricardo Fernández Gracia, Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro Universidad de Navarra
La imagen del castillo de Javier asociada al santo en algunos grabados europeos de fines del Seiscientos
Algunas estampas conservadas en colecciones europeas, que representan a San Francisco Javier o el castillo familiar de nacimiento, nos aportan las claves para la lectura de aquellas imágenes en la Europa de fines del siglo XVII.
Al igual que ocurriera en otros casos similares, como Santa Teresa o el propio San Ignacio de Loyola, el lugar de nacimiento de San Francisco Javier fue cobrando importancia in crescendo, de modo especial, desde su subida a los altares en 1622.
En un único caso, durante el siglo XVII, se levantaron planos del castillo con bastante aproximación a la realidad. Se trata de los grabados de la planta y las fachadas que se encuentran en el manuscrito de la Biblioteca Real de Bruselas titulado Collentanea Bollandiana de S. Francisco Xaverio y que fueron publicados por el Padre José Mª Recondo en su estudio sobre el castillo en la revista Príncipe de Viana del año 1957. Dejando aparte ese ejemplo, lo más usual fue aludir al castillo de un modo sintético y simbólico, como un gran torreón medieval, en cuyo interior se figuran siempre dos grandes estancias, la capilla del milagroso crucificado y el lugar del nacimiento del Apóstol de las Indias, convertido en aula de milagros y religioso camarín.
Asociación de los dos jesuitas y de las casas de Loyola y Javier
Una estampa conservada en la mencionada Biblioteca Real de Bruselas está firmada por Friederik Bouttats, seguramente el Joven, fallecido en 1676, considerado como uno de los más destacados en su oficio y autor de numerosos retratos e ilustraciones para diferentes publicaciones.
La composición se divide en sendas partes, a izquierda y derecha, con los dos famosos jesuitas en la parte superior adorando en nombre de Jesús – auténtico emblema de la Compañía- envuelto en un luminoso sol. Por debajo, encontramos la casa natal de San Ignacio en forma de la famosa casa torre de piedra y ladrillo y a la derecha lo que quiere ser un castillo imaginado, que consiste en un torreón de piedra derribado en su zona superior, sobre el que emerge el Cristo milagroso portado por ángeles y un poco más allá la abadía de Javier, en forma de pequeña iglesia. Dentro del torreón se sitúan sendas estancias, ambas con contenido maravillosista, muy en sintonía con la cultura y la religiosidad seiscentista.
La primera de ellas es la capilla del milagroso Cristo, que según la tradición, había sudado sangre en diversas circunstancias relacionadas con la vida del santo misionero. Se trataba de un lugar de referencia del castillo, en donde se veneraba la imagen gótica Santo Cristo, del siglo XV, que cobró nuevo protagonismo a partir de que se difundiera cómo había sudado sangre al morir Javier y en otras ocasiones, con motivo de sus hazañas apostólicas.
La otra estancia que se quiere evocar dentro del torreón es la denominada santa capilla, que no es otra que la habitación en la que se suponía había nacido el santo, en donde se construyó una capilla, uniendo dos plantas del palacio nuevo, que pasaría a denominarse muy pronto como la santa capilla, y más tarde santísima capilla y basílica. En una sociedad cautivada por los fenómenos maravillosos y ante un santo que hacía prodigios sin igual, las gentes, de toda condición, fueron llegando a aquel emblemático lugar para solicitar y agradecer todo tipo de favores.
La transformación del palacio nuevo en capilla se debió realizar en torno a 1619-1620. Sin embargo, sería en la segunda mitad del siglo XVII, cuando se dotó de cúpula y, sobre todo, de una serie de lienzos flamencos con los milagros más significativos del santo, obra de Godefrido de Maes.
Los peregrinos que llegaban hasta Javier para visitar y venerar el lugar en donde había nacido el apóstol de las Indias, fue creciendo con el paso del tiempo. En una obra anónima impresa en 1699, dedicada al elector de Baviera, se da cuenta del caso singular de un indio de Goa, convertido por el propio santo, que llegó hasta Javier para venerar el lugar preciso de su nacimiento. La llegada de peregrinos hizo que, en 1731, don Antonio de Idiáquez, conde de Javier, obtuviese permiso para invertir una respetable cantidad para construir una hospedería, con planos del tracista y arquitecto capuchino fray Luis de Tafalla.
Otra estampa con el santo y la visión de las cruces y el castillo
En el fondo iconográfico recogido por el gran biógrafo de Javier, el Padre Schurhammer, se conserva una fotografía de un grabado a buril abierto, a fines del siglo XVII, por Karl Gustave Amling (Nuremberg, 1651-1702) que perfeccionó su arte en París, por dibujo del pintor Johann Andreas Wolf (Munich, 1652-1716).
El protagonismo lo tiene el santo adorando el nombre de Jesús en una aureola solar, con hábito de peregrino, el corazón llameante, la cruz del misionero en una mano y la concha de bautizar en la otra. Los ángeles le coronan y sostienen el bordón, mientras un infiel arrodillado se dispone a ser bautizado, sin que falte una filacteria que nos habla de las miles y miles de leguas que caminó el santo en sus afanes apostólicos. A los pies del santo aparece un busto destrozado de una deidad de los gentiles, para insistir en la verdadera doctrina predicada por Javier y su triunfo. Del sol aludido con el anagrama de Cristo parten numerosas cruces que hacen referencia a las penalidades que iba a pasar en sus tareas en las misiones, y no es privativa de San Francisco Javier, como ha hecho notar en su estudio iconográfico del santo navarro Gabriela Torres Olleta. En el caso de Javier, la escena habría transcurrido en el hospital de Venecia en un acto heroico con un pobre enfermo, cuando Javier tuvo que vencerse a sí mismo. Fue entonces cuando el Señor le mostró un sinnúmero de cruces como muestra de los trabajos que había de padecer en las Indias, ante lo que Javier exclamó: "Más, más, más Señor". A partir de aquel pasaje, las cruces aparecerán junto a Javier en diversos tipos iconográficos.
Frente a la figura del santo jesuita, se figura un gran torreón desmochado con la figura del Cristo milagroso transportado por ángeles que parecen llevar y traer la imagen del Crucifijo. En el interior de la construcción se numeran dos estancias correspondientes a la santa capilla y al oratorio del Santo Cristo.
La inscripción de la parte inferior da buena cuenta del fin de la estampa, al resaltar al santo como apóstol de las Indias y el milagro obrado por el Cristo de Javier, al que se representa en gran aureloa milagrosa de luz. Sobre la santa capilla ya hemos tratado en el anterior ejemplo. Sobre la del Cristo, hemos de recordar que el relato legendario sobre todo lo ocurrido con la imagen venerada y el santo jesuita ya se recoge en 1586 en una relación en donde se lee: "Tiénese por cosa muy verdadera que le vieron sudar todos los viernes del año que murió el P. Francisco Javier: y comenzó a hacer este milagro un viernes a las nueve de la noche: y de personas muy principales y verdaderas se sabe esto". Numerosos testimonios insistieron en lo mismo a lo largo del siglo XVII. Así Trigaultius, autor de la Vita Gasparis Barzaei (Amberes, 1610) afirma que en su visita al Castillo de Javier en 1606 oyó referir la tradición del sudor de sangre a criados dignos de fe y al heredero de Javier y después de estudiarla críticamente y expurgarla halló "que era una tradición de familia propagada a la posteridad no con tanto intervalo de tiempo que pueda ser oscura".
Otras fuentes más próximas a la realización del grabado insisten en lo mismo. Así, sabemos que don Joaquín de Huesa y Agüero, infanzón de Sos ordenó en su testamento en 1671 la fundación de una casa jesuita en aquella localidad aragonesa "en obsequio y culto del glorioso Apóstol de las Indias San Francisco Xavier por ser vecino y natural de aquella tierra y venerarse en el Castillo llamado de Xavier distante una legua corta de dicha villa de Sos así la pila donde el Santo fue bautizado como una efigie de un Crucifixo que según tradición antigua sudaba siempre que el Santo padecía grandes trabajos en la India Oriental y demás Reynos del Xapón donde fue su apostolado y en el año en que dicho santo apóstol murió sudó asimismo sangre todos los viernes de aquel". El padre fray Raimundo Lumbier, dominico natural de Sangüesa, en una de sus obras, publicada en Zaragoza en 1678, se reafirmaba en los mismos datos.
No fueron estas estampas calcográficas las únicas que mostraban el castillo con el Santo Cristo y la abadía. Un pequeño grabado firmado por J. Lenoir, más popular que los anteriores y sin la figura del santo, muestra el torreón con el Cristo transportado por los ángeles con el fondo de los Pirineos.