Enrique Reina, Subdirector de IT Services - Compliance
Otros héroes anónimos
Llevamos meses recibiendo testimonios de entrega del personal sanitario, de los cuerpos y fuerzas de seguridad, de los servicios de limpieza, de quienes trabajan para mantener las cadenas de suministro de bienes y servicios esenciales, incluso de ciudadanos anónimos que prestan su ayuda a quienes por su situación personal no pueden valerse por sí mismos. Personas que, en algunos casos, han sufrido la enfermedad, e incluso la muerte, mientras ayudaban a los demás, con su trabajo o su solidaridad. También testimonios de profesores que, en todas las etapas, han tenido que reinventarse para intentar que millones de alumnos no perdieran el curso.
Me gustaría mencionar hoy, con algunos ejemplos, la labor en esta pandemia de los profesionales de la informática y las telecomunicaciones. Tarea en segundo plano, que pienso es de justicia resaltar, pues va más allá del soporte técnico de la actividad sanitaria y científica desplegada en estos últimos meses.
Primero fue el cierre de colegios, centros de formación profesional y universidades. Casi en horas, la teleformación, minoritaria en los niveles educativos reglados, pasó a ser el eje de la actividad docente, al ordenarse el cierre de la formación presencial. Para ello, el personal que da soporte informático en los centros tuvo que seleccionar y poner en marcha en tiempo récord herramientas para las clases on-line y la gestión masiva de las entregas y las calificaciones, y ponerlas a disposición de los profesores, a los que tuvieron que formar y ayudar, así como a los alumnos, y no pocas veces, a sus padres.
Algunos días después, el Gobierno decretaba el estado de alarma, y tres días más tarde, aprobaba el decreto de medidas urgentes para hacer frente al Covid-19, en el que, “con el fin de ejecutar las medidas de contención previstas, garantizando al mismo tiempo la continuidad de la actividad empresarial y las relaciones laborales, se priorizarán los sistemas de organización que permitan mantener la actividad por mecanismos alternativos, particularmente por medio del trabajo a distancia”.
De esta manera, el teletrabajo, hasta ahora reservado a algunas áreas de la empresa -como ventas y marketing, atención al usuario y, con frecuencia, los propios servicios informáticos-, pasaba también a ser el centro neurálgico de muchos negocios. Durante “el día más largo”, el transcurrido desde que se tuvo noticia del decreto hasta el fin de la jornada siguiente, los informáticos e informáticas tuvieron que modificar los aplicativos y redimensionar equipos y redes de comunicaciones, intentando mantener los estándares de seguridad de sistemas que no habían sido diseñados para su acceso masivo desde Internet. Bajo la enorme presión de ponerlos en producción cuanto antes, para que el personal de las empresas y de la administración pública pudiera trabajar desde sus domicilios, minimizando las pérdidas, con la misma funcionalidad e idénticos niveles de seguridad y disponibilidad que tendrían en los centros de trabajo.
Teleformación, teletrabajo y… confinamiento, que trajo consigo un consumo intensivo de ocio on-line. También incremento de las comunicaciones móviles, tanto en el ámbito de las relaciones profesionales como en el de las personales, donde la videoconferencia ayudaba con frecuencia a mitigar la angustia de las familias. Un incremento repentino del tráfico en las redes que los ingenieros tuvieron que capear sobre la marcha ajustando protocolos y poniendo en servicio nuevas infraestructuras, a veces con soluciones verdaderamente innovadoras.
Do de pecho, también, de estos miles hombres y mujeres, siempre silenciosos, siempre ocultos, siempre al servicio de los demás desde detrás de sus pantallas