Jaime Nubiola, Profesor de Filosofía, Universidad de Navarra
Los nuevos románticos
Es frecuente leer y escuchar quejas sobre la juventud actual, sobre su pobre formación intelectual, sus frágiles hábitos de trabajo, su dificultad para comprometerse en empeños de envergadura y de altos vuelos. Sin embargo, resulta difícil encontrar valoraciones positivas de todos aquellos ámbitos en que los jóvenes de hoy aventajan con mucho a las generaciones precedentes, y en particular, a la de sus padres.
No me refiero sólo a la soltura que muchos de ellos tienen con la lengua inglesa o al dominio de las herramientas tecnológicas, sino sobre todo al desarrollo de las virtudes que favorecen la armonía y la convivencia social. Me parece que puede decirse de forma rotunda que los jóvenes de hoy son más amables, cordiales y acogedores que sus padres, que pertenecieron quizá a una generación más rebelde y airada. Para comprobar esta realidad basta con mirar los habituales conflictos entre los miembros de la clase política y el desinterés general de los jóvenes por esas batallas de «sus mayores».
Un rasgo distintivo de la juventud actual es su carácter gregario y su gusto por lo masivo. Los jóvenes de hoy no son independientes, sino que tienden a actuar en grupo. Les gustan las discotecas abarrotadas y las terrazas de los bares llenas de gente. Para ellos, «ser normal» es siempre actuar como los demás. Ocultan sus diferencias personales porque necesitan ser aceptados por sus iguales.
Los jóvenes de hoy son nostálgicos de la amistad. Quieren tener muchos y buenos amigos, aunque no saben bien cómo lograrlo. Les gusta tener amigos y simplemente estar con ellos, pues «para eso son los amigos». Impresiona el éxito entre los jóvenes de las redes sociales como Facebook: es una manera de compartir intereses —fotos, música, aficiones—, de establecer comunicación con otros chicos y chicas que, además, tienen pocas cosas que contarse: les basta con estar conectados. Una joven peruana a la que di alguna clase me tiene en su red de amigos, de la que formamos parte 1.200 personas. ¿Alguien puede tener 1.200 amigos?
Quienes sostienen que ahora impera el relativismo y el escepticismo postmoderno están hablando —me parece— de los padres de la juventud actual, no de los jóvenes reales entre 18 y 25 años. Los jóvenes de ahora —me advertía un valioso alumno— son más bien neorrománticos, prefieren los sentimientos a la razón, la caricia dulce al conflicto. Nunca había oído esa expresión para caracterizar a los jóvenes, pero me parece un verdadero acierto. Nuestros jóvenes son unos románticos: no quieren cambiar el mundo, se conforman con querer y sentirse queridos.
Viven en el presente y dicen que no quieren una esposa o un marido para toda la vida: les basta con alguien con quien estén a gusto porque les trate con ternura y respeto. El ámbito de lo sexual refleja mucho estos cambios, pues la intimidad sexual acaba siempre haciéndose eco de lo que ocurre en la sociedad. Mientras sus padres pudieron ser quizá partidarios del «amor libre» o del «amor para toda vida», ahora los jóvenes defienden el sexo como afectuosa expresión de ternura, sin compromiso ninguno. Los nuevos románticos no quieren vínculos para toda la vida, ni quieren responsabilidades.
Lo que más llama mi atención es que estos jóvenes están del todo en contra de la promiscuidad: consideran totalmente inaceptable que una chica «salga» con dos chicos o que un chico engañe a su pareja. Los jóvenes no ven dificultad en las relaciones sexuales con tal de que sea por amor, pero en cambio les produce una profunda aversión el sexo por dinero. Los anuncios sexuales de los periódicos no están hechos para los jóvenes. Este neorromanticismo juvenil da mucho que pensar, pues tanta ternura sin compromiso está abocada —me parece— a una terrible soledad.