11/01/2022
Publicado en
Diario de Navarra
Esperanza Marrodán |
Profesora del Departamento de Teoría, Proyectos y Urbanismo. Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
No sirve de nada refugiarse en esas voces que dicen que la naturaleza se está “vengando” de nosotros; la naturaleza no se venga de nadie
Las inundaciones de los últimos días en Navarra, La Rioja y Aragón vuelven a acercarnos dramáticamente a una realidad de la que parece que solo nos acordamos cuando estamos inmersos en la catástrofe. Los titulares de los periódicos podrían ser los mismos que en 2013, o en 2019, y en ellos volvemos a leer que la riada, otra vez “histórica”, deja pequeña a las anteriores. Y nuevamente se habla de grandes pérdidas materiales y de grandes daños ambientales. Y, tristemente, también de pérdidas humanas. Quizá ante las imágenes desoladoras de esta nueva edición haya llegado el momento de cuestionarse seriamente si las medidas con las que se hace frente a este fenómeno son adecuadas o, al menos, si no podrían buscarse soluciones alternativas más eficaces.
El cambio climático es una realidad. No sirve de nada refugiarse en esas voces que dicen que la naturaleza se está “vengando” de nosotros. La naturaleza no se venga de nadie. Siempre ha tenido sus ritmos. Pero es evidente que la suma de nuestras acciones los está acelerando de forma alarmante y que estas condiciones alteradas tienen consecuencias graves: altas temperaturas, sequías extremas, borrascas imprevisibles, grandes inundaciones, nevadas insólitas. Además, desde hace casi un siglo la mentalidad occidental sigue empeñada en demostrar que es más fuerte que la naturaleza. Y encorseta los ríos entre muros de hormigón y frena las mareas con barreras para poder construir a la orilla del mar, y construye presas que le permiten edificar las grietas de los barrancos y ocupar con edificios los lechos de los ríos y las zonas inundables. Pero la aceleración en los cambios y la imposibilidad de predecir su alcance está demostrando que estas medidas no son infalibles.
Esta cuestión fue ya afrontada en 2015 en la tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres (WCDRR, por sus siglas en inglés), celebrada en Sendai, en la que se consideró la necesidad de prevenir nuevos desastres y reducir los existentes “implementando medidas integradas e inclusivas de índole económica, estructural, jurídica, social, sanitaria, cultural, educativa, ambiental, tecnológica, política e institucional que prevengan y reduzcan el grado de exposición a las amenazas y la vulnerabilidad a los desastres, aumenten la preparación para la respuesta y la recuperación, y refuercen de ese modo la resiliencia”. Se trata en definitiva de comprender el riesgo, fortalecer la gobernanza para gestionarlo, invertir en su reducción y, por último, aumentar la preparación ante casos de desastre para poder dar una respuesta eficaz. Y todo ello planteado en términos de resiliencia, una palabra antigua que sin embargo en este contexto alcanza su pleno significado, que no es otro que la capacidad de adaptación ante las condiciones adversas y la capacidad de volver al estado inicial una vez que estas condiciones adversas hayan cesado.
Esto implica un cambio de mentalidad en el que se supere la visión de la protección en términos meramente estáticos, ingenieriles, para empezar a trabajar con las propias dinámicas naturales, apoyándonos en lo que la naturaleza nos enseña y nos ofrece. La idea no es nueva. Es la base que subyace en el libro de Ian McHarg Proyectar con la naturaleza, un texto de 1966 que hoy más que nunca necesitamos volver a leer. Proyectar con la naturaleza supone intervenir en el ambiente haciendo que los sistemas naturales y culturales coexistan en equilibrio. Los proyectos deben partir del análisis exhaustivo del funcionamiento del entorno para poder actuar en equilibrio con los procesos naturales, y dar espacio a estos procesos en lugar de restringirlos entre barreras. Proyectar con y no contra la naturaleza. No es posible seguir imponiendo a la naturaleza nuestra visión antropocéntrica, estática y determinista. La naturaleza tiene sus reglas y debemos aprender a escucharlas.
Hay países que han empezado a protegerse según estás dinámicas pensadas desde el paisaje, con proyectos adaptables a las circunstancias, sean situaciones de sequía, inundaciones de los centros urbanos, o incluso aludes. Son proyectos basados en el estudio del comportamiento de la naturaleza, pero sin perder de vista la complejidad implícita en la condición urbana. Así, frente a la mera construcción de infraestructuras ingenieriles, los espacios públicos se diseñan con múltiples funciones, pero de manera que puedan transformarse y cambiar en caso de necesidad, sin dejar por ello de ofrecer al ciudadano espacios atractivos y funcionales en cualquiera de los escenarios. Puede que la inversión inicial para este tipo de proyectos sea alta, pero si sumamos los daños de los últimos años, y los nuevos daños que se producirán, quizá sea el momento de valorar seriamente si no merecería la pena apostar por un cambio radical.