Fermín Labarga, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Curiosidades del cónclave
Cuando comience el cónclave para la elección del Romano Pontífice, los cardenales electores quedarán encerrados, bajo llave (cum clavis), hasta que la fumata bianca anuncie al mundo que ya hay Papa. No siempre ha sido así.
La primera noticia que se tiene de una elección pontificia realizada con los cardenales encerrados bajo llave se remonta al año 1272. Tras la muerte de Clemente IV y después de casi tres años de largas discusiones sin acuerdo, los cardenales se vieron urgidos a acelerar la elección por los mismos ciudadanos de Viterbo, donde estaban reunidos. Con este fin, les recluyeron bajo llave y les racionaron la comida, proporcionándoles luego solo pan y agua. Para apremiarlos aún más, levantaron el techo del palacio episcopal con el fin de exponerlos también a las inclemencias meteorológicas. Aun así fue imposible el acuerdo, por lo que los quince cardenales electores delegaron en seis, quienes finalmente eligieron a Teobaldo Visconti, arcediano de Lieja que a la sazón se encontraba en San Juan de Acre y que tras su consagración tomó el nombre de Gregorio X (1272-1276).
Aleccionado por su propia experiencia, decidió regular la forma de elección pontificia, para lo que aprovechó la convocatoria del II concilio de Lyon en 1274. Por la constitución Ubi periculum maius se establecía oficialmente el cónclave: comenzaría diez días después de la muerte del Papa, se celebraría en estricta clausura en el mismo lugar donde éste hubiera fallecido, los cardenales harían vida en común, prácticamente les quedaría impedido contar con personal a su servicio (salvo en caso de enfermedad) y se les retirarían progresivamente los alimentos hasta alcanzar la elección: a partir del tercer día, una sola comida y, desde el octavo, a pan y agua.
Con mínimas variaciones se han ido sucediendo los cónclaves a lo largo de los últimos nueve siglos. La mayor parte tuvieron lugar en Roma, aunque algunos se convocaron en otros lugares, especialmente durante la edad media, destacando la ciudad francesa de Aviñón. Con todo, en la historia más reciente solo puede mencionarse el cónclave que eligió a Pío VII (1800) que se celebró en Venecia pues Roma estaba ocupada por las tropas napoleónicas. En Roma, tampoco todos los cónclaves se han llevado a cabo en el Vaticano, aunque la Capilla Sixtina esté indisolublemente unida a las elecciones papales. La última efectuada fuera de dicho recinto fue la de Gregorio XVI (1831-1846), realizada en el palacio del Quirinal.
Por lo que se refiere a la duración del cónclave, en la edad media los hay que se prolongaron durante meses e incluso años. No solo el que forzó la regulación en tiempos de Gregorio X, sino otros como el que llevó a la cátedra de Pedro al monje Celestino V en 1294, que duró dos años y tres meses. Más recientemente, se prolongó casi medio año el que eligió a Benedicto XIV (1740) y tres meses y medio el de Pío VII. Por el contrario, los últimos cónclaves han resultado en general bastante breves, requiriendo de pocas votaciones.
En los siglos modernos el cónclave se ha regulado en varias ocasiones. En 1621, Gregorio XV estableció la posibilidad de un triple procedimiento de designación pontificia: por aclamación, por compromisarios y –el más usual– por medio de votación secreta. Pío X en 1904 abolió el derecho de veto que algunos monarcas católicos (España, Francia, Imperio austro-húngaro) habían disfrutado. El motivo fue que durante el cónclave en el que fue elegido dicho pontífice, el cardenal de Cracovia, Ian Puzynia, en nombre del emperador Francisco José I de Austria interpuso el veto al cardenal Rampolla (secretario de estado de León XIII), el gran favorito y quien habría obtenido un importante número de apoyos en las tres primeras votaciones.
Mucho más recientemente, Pablo VI estableció en 1970 que los cardenales perdieran su derecho de voto al cumplir los ochenta años y, en 1975, que el número de electores no podía ser superior a ciento veinte. Por su parte, Juan Pablo II mediante la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, de 1996, regulaba todo lo referente al cónclave, introduciendo una notable novedad como es el cambio de la residencia de los purpurados. Probablemente a raíz de los dos cónclaves celebrados en 1978, tanto el propio Wojtyła como el resto de cardenales pudieron experimentar la incomodidad de residir en unas habitaciones provisionales dentro de los palacios apostólicos, armadas hasta en los mismos pasillos y carentes de cualquier tipo no solo de comodidades sino incluso de los servicios higiénicos mínimos. Por ello estableció que la residencia de los cardenales electores durante el cónclave fuera la nueva residencia de Santa Marta, construida ex profeso dentro del Vaticano y relativamente cercana a la Capilla Sixtina.
Para finalizar, la reforma más reciente del sistema electoral del nuevo Pontífice ha sido la dispuesta por Benedicto XVI con el fin de asegurar en todos los casos los dos tercios de votos para el electo. A propósito de lo cual puede resultar curioso recordar el caso de Pío IX (1846-1878), al que en el cónclave en el que fue elegido le correspondió la tarea de leer en alta voz las papeletas de los votos. Cuando el cardenal Mastai-Ferreti comenzó a observar que su nombre aparecía recurrentemente pidió ser sustituido por otro, pero no se aceptó la petición, de forma que se vio obligado a seguir leyendo el resto de papeletas hasta comprobar que sobrepasaba el porcentaje requerido, certificando de este modo su propia elección.