Alejandro Llano, Profesor de Filosofía, Universidad de Navarra
Sexo y religión
Cambian los motivos o disculpas, pero se mantienen constantes los ataques a la Iglesia Católica. A nadie le sorprende ya que el permanente hostigamiento tenga siempre los mismos orígenes, y acabe por apuntar a Benedicto XVI. Es el enemigo a batir, porque representa un desmentido viviente a la presunta falta de inteligencia y humanidad que achacan a los católicos.
En esta última campaña –cuidadosamente preparada- han recurrido a una acusación que tiene ciertas bases reales y se presenta cargada de morbo. Aunque la temática dista mucho de ser nueva. La secreta actividad sexual de sacerdotes y religiosos es un tópico frecuentado por la novela anticlerical decimonónica, con resultados ocasionalmente tan brillantes como La Regenta de Clarín. El aditamento actual hace que la agresión apunte a algo todavía más morboso: la homosexualidad ejercida contra menores.
Con ello empiezan las paradojas. Porque la liberación sexual y la ideología de géneros es el tema central de los supuestos progresistas españoles, que han renunciado a las reivindicaciones sociales y a la vanguardia cultural. Lo suyo es, ahora, la promoción de la homosexualidad, el desprecio a la familia y el adoctrinamiento de adolescentes y niños en la práctica temprana del sexo, con especial énfasis en sus variantes menos naturales.
Lo que –según pretenden- les desmarca de una inquietante cercanía con lo que ahora denuncian, es la supuesta libertad de aquéllos a quienes incitan a ejercitarse en modalidades sexuales consideradas por muchos como escasamente éticas. Pero surge inmediatamente la pregunta: ¿acaso son realmente libres los niños y niñas, desde los once años, a quienes se somete a "talleres de masturbación", "exploración del clítoris" y otras experiencias que da hasta vergüenza nombrar? Y esto no es algo episódico o accidental. En algunas Comunidades Autónomas el erotismo sistemático se considera un capítulo obligado de la Educación para la Ciudadanía, al menos en los centros oficiales. Y la nueva ley del aborto incluye en su propio título la formación afectiva y sexual llevada forzosamente a cabo por instructores preseleccionados en todos los colegios y desde temprana edad. ¿Así entienden los socialistas la libertad en materia tan íntima y personal? Estamos ante un abuso sexual universal y sistemático.
Todo lo cual, evidentemente, no disculpa en absoluto a los clérigos que se aprovecharon de su posición religiosa y docente para actividades injustificables y odiosas. Resulta sospechoso, con todo, que se saquen a la luz con estudiada secuencia tales escándalos -que acontecieron en ocasiones hace varias décadas- y que se denuncie a autoridades eclesiásticas que, en algunos casos, nada tuvieron que ver directamente con los atropellos ni con su ocultación.
Más delicado para la sensibilidad de los propios católicos resulta el permisivismo con el que se ha enfocado este problema en seminarios y centros educativos. No han sido precisamente los religiosos considerados conservadores quienes han abierto la mano ni, quizá, los que han disimulado irregularidades tan penosas. Han sido, más bien, quienes se consideraban en línea de una ética más abierta y progresiva. Y, desde luego, al Cardenal Ratzinger no se le puede acusar, ni en Munich ni en Roma, de ninguna inconsistencia teórica o pastoral. Se sabe muy bien que fue el primero en denunciar y poner coto a los desórdenes que comenzaban a apuntar en la Iglesia.
La revolución cultural y sexual que arranca en 1968 se inspiraba –junto con ideas más interesantes- en una ideología en la cuales se entremezclaban versiones tardías del freudo-marxismo, convencionalmente personalizadas en Herbert Marcuse. La revolución del 68 no fracasó, según pretenden algunos de manera frívola y voluntarista. Penetró en todos los ámbitos sociales, también en los ambientes religiosos, y contribuyó al cambio de costumbres que se ha venido agudizando desde entonces. Realmente es la única revolución que, con estructura marxista, ha triunfado en el siglo XX. Y es aquí, y no en el celibato sacerdotal, donde se encuentran las raíces de estas conductas erráticas que ahora afligen a los católicos y son instrumentalizadas por los enemigos del cristianismo. Poner en el celibato la causa de tales abusos equivale a no tener en cuenta datos elementales de la psicología y la ética.
A la Iglesia Católica se le reprocha con frecuencia una presunta rigidez en cuestiones morales. Si la ética de inspiración cristiana defiende posturas no siempre populares, no es por la aplicación de un código implacable, sino por la defensa de la dignidad intocable de la persona humana. Éste es el motivo por el que siempre ha promovido y practicado las virtudes de la castidad y del pudor. Cosa que ahora los manipuladores aprovechan para hablar de hipocresía. Nos ofenden con ello injustamente a muchos. Y los manipuladores deberían tener muy presente que la acusación de hipocresía se vuelve fácilmente contra los que la lanzan.