11/08/2022
Publicado en
Expansión
Aitor Blanco Pérez |
Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras
“¿Ser o no ser? Hace trece días esta pregunta podría haberse hecho acerca de Ucrania, pero, ahora, absolutamente no. Es obvio, seremos. Es obvio, seremos libres”.
El pasado 8 de marzo Volodimir Zelensky pronunciaba estas palabras ante el Parlamento británico. Pocos días antes, efectivamente, la invasión rusa había planteado a los ucranianos una cuestión básica, to be or not to be, que ya el escritor inglés más universal había dejado escrita en boca de Hamlet. La existencia de Ucrania se encontraba en peligro y se tenía que emprender una resistencia en la que la mediación de las potencias occidentales podría resultar imprescindible. La intervención de Zelensky ante una abarrotada Cámara de los Comunes sería la primera de otras muchas videoconferencias que el jefe del ejecutivo ucraniano pronunciaría para atraer el favor de la comunidad internacional y asegurar su supervivencia. Estos aplaudidos discursos pedían el envío de material bélico, denunciaban operaciones comerciales de empresas que seguían colaborando con Putin, matanzas… pero, además, incluían referencias culturales o citas como la de Shakespeare, la “lucha hasta el final” de Churchill o, en España, Guernica escogidas para despertar audiencias y conciencias.
El manejo de la comunicación multicanal ha sido uno de los aspectos más destacados del presidente ucraniano, ya en el comienzo de su carrera política desde las pantallas de la televisión hasta sus mensajes por Twitter y TikTok mientras las bombas golpeaban a Kiev noche y día. En cualquiera de esas plataformas siempre ha habido un elemento integrador que ha fundamentado este liderazgo tan alabado como fundamental y necesario antes las circunstancias, su capacidad de persuadir a través de la acción y la palabra. Tal y como nos insistió Cicerón hace más de dos mil años, el arte de la oratoria consiste en convencer conmoviendo y Volodimir Zelensky (junto con su equipo) parece que también ha hecho suya otra de las reflexiones que el político, pensador y escritor romano realizó en la obra que este artículo pretende recomendar hoy: Pro Archia Poeta.
“Que los demás se avergüencen si se encerraron en las letras de tal manera que, a partir de ellas, no pudieran aportar nada al bien común o exponerlo a la luz pública […]
Gracias a estos estudios crecen mis dotes oratorias y, en la medida que dispongo de ellas, nunca han faltado a mis amigos ante los peligros”.
Corría el año 62 a. C. en Roma y Cicerón defendía a uno de esos amigos, Aulo Licinio Arquías. El asunto del juicio se centraba en la validez de la ciudadanía de un poeta que, proveniente de Antioquía, se había asentado en Italia cuando, según su propio abogado, la península “estaba invadida por las artes y disciplinas griegas”. Estas nuevas influencias conllevaron cambios de gran calado para unos romanos que todavía se debatían entre la etnicidad de su nacionalidad o la extensión de derechos cívicos para extranjeros que así lo merecieran. El objetivo, en este caso, era demostrar que el griego Arquías no solo era ciudadano de pleno derecho, sino que además se lo había ganado. Con esta intención elabora Cicerón un discurso en el que trata de presentar al artista como un personaje digno de consideración.
Frente a Grecia, Roma tradicionalmente había dudado de todas aquellas actividades de esparcimiento (u otium) que se alejaran del negotium. Cicerón debe, por ello, defender no sólo a un amigo sino su empeño por unos estudios que, según propugna, “educan a la juventud, deleitan la madurez, realzan los momentos felices, ofrecen refugio y consuelo en la adversidad, satisfacen en casa, no estorban fuera, velan y viajan con nosotros”. Esta alabanza de la Humanidades, sin embargo, no pretendió limitarse a la mera afición personal o su placer espiritual, sino que quedaría contrastada en la práctica política de un verdadero líder de la República romana.
El discurso en favor del poeta Arquías se pronunció unos meses más tarde de que Cicerón pusiera fin a una conjuración como la de Catilina que intentó acabar con su paciencia y consulado. Es decir, en el momento en el que elogia a su amigo griego, el entonces defensor y confeso amante de la literatura ya había demostrado ser un hombre de acción capaz de alcanzar la cúspide de las magistraturas en Roma. Resulta de gran importancia, por lo tanto, que Cicerón afirme haber moldeado el ejercicio de su carrera pública a través de las enseñanzas que le habían inspirado los libros con testimonios de antepasados “que habrían permanecido en la obscuridad si la luz de las letras no los iluminase”.
Más tarde sería Shakespeare quien alumbró a Hamlet, Picasso el que iluminó con sombras el Guernica y Churchill el líder que dio un halo de esperanza a Gran Bretaña. Resultan todos, en definitiva, ejemplos que despertaron admiración y a los que líderes como Zelensky, haciendo ese bien común y público de las Humanidades, pueden referirse para acrecentar sus dotes oratorias y seguir conmoviendo en el presente a las audiencias. Ya nos lo advertía, de nuevo, Cicerón en su Pro Archia Poeta: “reside en el mejor ser humano un sentimiento interior que, de noche y de día, con la idea de gloria aguijonea el alma y le advierte de que no hay que dejar extinguir el recuerdo de nuestro nombre, al mismo tiempo que la vida”.