José Luis Álvarez, Profesor de la Facultad de CC. Económicas y Empresariales, Universidad de Navarra
Una misión para los economistas
La crisis financiera global no ha dejado en buen lugar a los economistas. Se recrimina a la profesión no sólo que no supiera prevenir ni anticipar el desastre, sino también su aparente incapacidad para ofrecer soluciones claras incluso a posteriori. Son críticas en absoluto carentes de razón, pero sí merecedoras de una profunda reflexión porque dejan entrever una concepción errónea de la Economía como campo del saber.
A diferencia de la idea que se desprende de varios de los reproches planteados, la Economía no es una ciencia exacta. Tampoco es una "ciencia dura" al estilo de la Química o la Física. Sin embargo, la gente desearía que lo fuera. Al fin y al cabo, a los humanos nos resulta más fácil pensar en términos de blanco y negro (certezas) que de cambiantes tonalidades de gris (incertidumbres), lo que nos conduce a abrazar, con poco o ningún espíritu crítico, explicaciones sobre-simplificadas de los fenómenos que observamos, incluidos los económicos. Por no hablar de la casi inevitable tentación de creer que todo lo que nos sucede es o debería ser controlable; bastaría con conocer las causas. Desde luego, los economistas han contribuido a crear esta visión equivocada de su disciplina, con el arrogante discurso de algunos de ellos o con la manera en que técnicas matemáticas más propias de la Física han generado la ilusión de una precisión inalcanzable en las ciencias sociales. Flaco favor se ha hecho así a la Economía y al conjunto de la sociedad.
Tal como sucede con la Psicología o la Sociología, el objeto de análisis de la Economía está constituido por fenómenos humanos complejos y confusos, en los que se dan interacciones de multitud de variables cuyos efectos individuales son difíciles de desenmarañar. Mientras las "ciencias duras" estudian fenómenos predecibles, para los que pueden establecerse las causas necesarias y las suficientes en forma de leyes, la Economía maneja fenómenos de naturaleza probabilística, difíciles de predecir, donde las causas a menudo no son ni necesarias ni suficientes. Por ejemplo, una subida de tipos impositivos puede aumentar, reducir o no variar la recaudación tributaria. Estas dificultades, que en principio entrañan una evidente desventaja, suponen realmente una inmensa oportunidad y una gran responsabilidad para la Economía. En efecto, los economistas pueden y deben contribuir a la construcción de un mundo mejor. En primer lugar, por el contenido de la disciplina, tan estrechamente vinculado con el bienestar de la sociedad y de los individuos. Pero también por el rigor metodológico consustancial a la manera en que el economista ha de abordar el estudio de la realidad.
En nuestro día a día, todos nos enfrentamos a situaciones caracterizadas por la falta de información clara y suficiente. Emitimos opiniones y tomamos decisiones a partir de teorías y convicciones construidas sobre datos incompletos e información sesgada. Y lo hacemos sin ser conscientes de las carencias de nuestras habilidades cognitivas, tanto que, parafraseando al título en español del excelente libro de Thomas Gilovich, terminamos "convencidos pero equivocados".
En su labor científica, los economistas también afrontan realidades complejas, evidencia parcial, observaciones no representativas, datos incoherentes y limitaciones cognitivas (ningún estudio avala que los economistas sean más inteligentes que los demás). Ahora bien, cuentan con la ventaja de que, al menos como profesión, son conscientes del peligro intelectual que todo ello representa, razón que les ha llevado a diseñar sólidas defensas metodológicas, como la contrastación de diferentes explicaciones de un mismo fenómeno o la asignación de distintos niveles de confianza a las conclusiones obtenidas de unos datos. Se hallan así en una privilegiada posición desde la que contribuir a la formación de una sociedad más educada, crítica y libre. Porque, trasladado a la cotidianidad del ciudadano, el enfoque científico del economista se encarna en los hábitos mentales que hacen posible una visión más crítica y objetiva de la realidad y, por lo tanto, menos susceptible de engaño. Ojalá muchos economistas se empeñen en promover y extender esa manera de mirar al mundo.