Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología
La desmitificación de Peter Pan
Peter Pan, el personaje ficticio creado por James M. Barrie en 1904, era un niño que no aceptó hacerse mayor. Decidió seguir siendo niño en “El país de nunca jamás”. Esa postura llegó con un siglo de anticipación con respecto a lo que está ocurriendo ahora: la proliferación de adolescentes con “rebeldía regresiva”. Es la oposición a la “insoportable edad del pavo” para regresar mentalmente a la gratificante infancia.
Peter Pan tenía una infancia feliz y no quería arriesgarse a perderla. Sentía miedo de seguir creciendo. A pesar de esa poco presentable actitud, fue considerado un héroe por ir contracorriente y por su original y quijotesca rebeldía frente a la tragedia del paso del tiempo. Lo hicieron principalmente quienes se angustiaban con cada nuevo cumpleaños; para ellos leerle era casi una terapia.
¿Cuándo empezó la desmitificación del héroe? En 1966, cuando el psiquiatra norteamericano Eric Berne diagnósticó su personalidad: “representa al niño que todos llevamos dentro; es egocéntrico y narcisista, preocupado básicamente por sus propias necesidades y demandas”.
Todos podemos perder, en cualquier edad, el control de ese niño voluble que seguimos siendo. En ese caso, correríamos el riesgo de ser peter-panes, adultos con mentalidad infantil que rehúyen sus responsabilidades y pretenden adoptar la vida despreocupada de la infancia.
En 1983 el psicólogo escocés Dan Kiley publicó un libro con este título: “El síndrome de Peter Pan, la persona que nunca crece”. Acuñó ese término y lo consideró un trastorno (no patológico) del desarrollo de la personalidad: la persona se niega a asumir el paso del tiempo y a desempeñar un rol de adulto.
Peter Pan no se dio por aludido del resultado de estas investigaciones, pero los niños de la tablet tomaron buena nota. Diálogo entre el abuelo y su nieto:
-¿Quieres que te cuente la historia de Peter Pan?
-Recuerda, abuelo, que ya me la has contado mogollón de veces. Además se ha quedado obsoleta. Prefiero que me hables del “Síndrome de Peter Pan”, que es lo que ahora mola. Podríamos tener un debate a dos bandas.
-¿En qué libro lo has visto?
- Estos temas de actualidad rabiosa solo están en las redes.
-¿Redes? ¿Qué redes?
Esa noche el abuelo se la pasó en blanco consultando internet. Tras el debate del día siguiente estaba muy satisfecho. El nieto fue muy considerado con él: “Abuelo, gracias por intentarlo”.
A partir de ese momento el abuelo olvidó sus prejuicios hacia internet y se inscribió en un taller de informática. Necesitaba estar en la misma onda que su nieto.
¿Cuáles son los síntomas de las personas mayores que padecen el síndrome de Peter Pan? Entre otros, los siguientes:
-Desfase entre la edad cronológica y la madurez afectiva; anclados en la infancia, no asumen las responsabilidades de la edad adulta.
-Personalidad inmadura que se expresa de forma presuntuosa y arrogante. Esa coraza psicológica oculta inseguridad, baja autoestima, miedo a la soledad y al compromiso. Adultos que presumen de fiesteros, divertidos, seductores y liberados, no son más que “peter-panes” disfrazados.
-Culpar a los demás de sus errores y esperar de ellos todo tipo de cuidados.
-Incapacidad para la verdadera amistad; son personas frívolas que solamente tienen amigos superficiales y circunstanciales.
Causas y prevención del Síndrome de Peter Pan
La excesiva idealización de una infancia feliz invita a inmortalizarla; el recuerdo doloroso de una infancia frustrada por falta de afecto mueve a recuperarla; haber sido un niño excesivamente mimado crea una dependencia que no se desea romper; una educación permisiva, sin exigencia, no desarrolla la capacidad de superación; un amor posesivo del niño le retiene en la infancia (“me da mucha pena que se haga mayor!).
La prevención requiere lo siguiente: saber desprenderse afectivamente de los hijos de forma progresiva, para que tengan experiencias de obrar con libertad; que los padres eduquen a sus hijos para la vida real: que afronten algunos problemas por sí mismos y se acostumbren a tener responsabilidades de acuerdo con su edad. Les perjudica mucho que sus padres pretendan hacerles felices manteniéndoles en el mundo ficticio y cómodo del Nunca Jamás.
Hay que acostumbrarlos a salir de sí mismos y pensar en los demás, concretándolo en detalles de servicio y en comportamientos generosos. (Por ejemplo, compartir con sus hermanos y amigos una bolsa de chuches; prestar los apuntes de clase a un compañero que ha estado enfermo).
Con estos hábitos el niño no se resistirá a seguir creciendo y afrontará mejor la transición a la adolescencia. En cambio, sin ellos, sería un adolescente infantiloide y tirano con sus padres, que pasarían del antiguo “¡qué rico eres, te comería! al “¡qué pena no haberte comido a tiempo!”.