Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Apología de la vejez
En todas las culturas ha existido respeto y consideración hacia las personas mayores, especialmente cuando llegan a la vejez. Ser anciano es históricamente sinónimo de experiencia y sabiduría, por lo que su opinión siempre se ha tenido muy en cuenta. (“Del viejo, el consejo”). Por eso sorprende que actualmente la vejez sea una etapa minusvalorada en ciertos ambientes, a pesar de que nunca como ahora los mayores fueron tan activos.
Frente a la postura pesimista de considerar la vejez como la etapa de las limitaciones, hay que destacar que es, además, una etapa de nuevas posibilidades, sobre todo teniendo en cuenta que los 80 años de ahora son los 50 de antes. Los nuevos mayores ya no son ancianos adormilados en una mecedora, sino personas activas.
Aún se siguen inventando nuevos eufemismos para evitar la palabra “viejo”, como si fuera algo que hay que esconder. Por ejemplo, tercera edad, edad de oro, adultos mayores, etc. Decía Cicerón (de quien he tomado prestado el título de este artículo) que “el viejo no puede hacer lo que hace un joven, pero lo que hace es mejor”.
Este menosprecio de la vejez ha sido denunciado por muchos autores, entre ellos Massimo Petrini: “El lugar de los ancianos en la comunidad no lo deciden ellos; por el contrario, son las generaciones más jóvenes las que asignan a los ancianos su lugar, las condiciones sociales y su rol, de acuerdo con el sistema de valores dominante en la sociedad. Pero la sociedad sólo podrá integrar a los ancianos cuando también aprenda a «vivir junto» con ellos, en lugar de vivir al lado de ellos (…). El desarrollo de la personalidad no se detiene en una edad determinada; la persona «crece» a lo largo de toda su vida. Vejez y envejecimiento no son un «vacío existencial» inevitable, fatal, acompañado de hastío, resignación o de un optimismo centrado en sí mismo; el anciano, como parecería afirmar mucha cultura actual, no sobrevive esperando la muerte; el anciano vive”.
La falta de consideración a las personas de la tercera edad se observa en muchas situaciones. Por ejemplo, en los supermercados soportan las mismas largas colas que los jóvenes para comprar sus alimentos; no se les cede el paso ni aunque porten solamente un producto; su frecuente lentitud y torpeza al llegar a la caja de pago y buscar las monedas, suele suscitar la impaciencia de quienes le siguen (no su ayuda).
Cicerón escribió en el año 44 a.C. “De senectute“ (Sobre la vejez), un ensayo en el que reflexiona sobre la última etapa de la vida. El argumento principal para su apología de la vejez tiene base moral: una buena vida en la ancianidad vendrá de una vida de virtud en etapas anteriores, no de las características intrínsecas de la vejez: “El arma mejor adaptada como estrategia para combatir la vejez es el ejercicio de los valores humanos; éstos producen frutos asombrosos, nunca te abandonan, ni siquiera en la última parte de la vida. También por lo gratísima que resulta la conciencia de una vida bien vivida y el recuerdo de muchos buenos actos. Las grandes hazañas no se llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio”.
La vejez (salvo casos de discapacidad o enfermedad grave) puede convertirse en una etapa gozosa, en la que se disfrute del deber cumplido y se haga lo que nos apasiona. La felicidad en la vejez procede de la esperanza y de la fe, virtudes que ayudan a mirar no al pasado, sino al futuro, con el convencimiento de que lo que viene será mejor.
Ingmar Bergman afirmaba que “envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena”. Ello explica por qué los cambios son para algunos ancianos retos estimulantes y oportunidades de crecimiento cultural y espiritual, mientras que, para otros son un factor de retroceso.
La imagen de los ancianos está mejorando mucho últimamente por su dedicación a los nietos que se quedan solos en casa al regreso de la escuela. La conversión de los niños-llave en nietos acompañados de sus abuelos está mitigando su situación de orfandad, al tiempo que cambia el tradicional rol pasivo de los abuelos. Estos abuelos tan generosos y sacrificados ¿serán el germen de futuras familias con más vida familiar y, por ello, de una sociedad más humana y habitable?