11 de octubre de 2023
Publicado en
Diario de Navarra
Salvador Sánchez Tapia |
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra
Cuando creíamos haber visto todo en el conflicto palestino-israelí, Hamás sorprende con un episodio de barbarie de una magnitud desconocida. No son gratuitas las referencias que en Israel se han hecho a episodios como la guerra del Yom Kippur -que, por cierto, se produjo en estas mismas fechas en 1973-, al 11 de septiembre o, incluso, a Pearl Harbor. Todas evocan la idea de un ataque infame y sin precedentes. Y lo es; no sólo por lo novedoso del modus operandi de los terroristas; también por el elevado número de muertos -la mayoría civiles- que ha provocado en un reducido plazo de tiempo, y por la perfidia con la que se ha ejecutado.
Un ataque masivo de entre cuatro y cinco mil cohetes lanzados desde Gaza que ha saturado el sistema de defensa aérea israelita, combinado con la invasión por tierra y aire del territorio próximo a la Franja por un gran número de terroristas de Hamás, ha sorprendido a Israel en lo que aparenta ser un gran fallo de inteligencia, y ha resultado en un reguero de terror y muerte inédito -el balance provisional supera la cifra de setecientos israelitas de todas condiciones muertos, y más de dos mil heridos- que Israel aún trata de asimilar, y al que hay que añadir los más de ciento cincuenta ciudadanos hebreos violentamente abducidos y llevados por la fuerza a Gaza donde, se supone, permanecen secuestrados para ser empleados como medio de extorsión, como escudos humanos o, sencillamente, como objeto de venganza.
Israel ha reaccionado declarando el estado de guerra, movilizando una parte de sus reservistas, y bombardeando múltiples objetivos de Hamás en la Franja de Gaza, mientras se prepara para dar el siguiente paso de una guerra que puede ser larga. Aún no se conoce el alcance y forma de una respuesta que, a tenor de las declaraciones del Primer Ministro Netanyahu, “cambiará Oriente Medio” y hará pagar a los terroristas “un precio sin precedentes”. No puede ser de otra manera; ni por la magnitud de la afrenta; ni por lo que está en juego, que no es sino la supervivencia de Israel; ni tampoco porque una respuesta “blanda” acabaría añadiendo al actual gobierno de coalición a la lista de víctimas del ataque.
Tampoco se sabe a ciencia cierta qué pretende Hamás con semejante ataque. Si se atiende a declaraciones del grupo terrorista, pretendería mandar un mensaje de protesta a Israel por su intrusión blasfema en la Explanada de las Mezquitas. Tal respuesta sin embargo, se antoja desmesurada, y parece más razonable entenderla en clave política. Así, Hamás podría buscar reivindicarse como el único y legítimo representante del pueblo palestino, frente a la inoperante y corrupta gerontocracia de la ANP liderada por Mahmoud Abbás, acabando, de paso, con las ínfimas posibilidades que quedaban de revitalizar una solución al problema palestino basada en dos estados. En el plano internacional, el ataque habría querido abrir una cuña entre Israel y los estados árabes con quienes ha suscrito los Acuerdos de Abraham y provocar una escalada que elimine toda posibilidad de que Israel llegue a alcanzar un acuerdo de paz con Arabia Saudita.
De ser así, no sería extraño encontrar a Irán detrás del ataque. El régimen de Teherán, enemigo inveterado de Arabia Saudita, ve con aprensión la posibilidad de que Israel llegue a conformar un bloque con los estados de mayoría sunnita que alteraría el equilibrio de poder en la región, dañando seriamente los esfuerzos de Irán por convertirse en la potencia regional dominante. El hecho de que Hezbollah haya contribuido a la agresión, apuntaría en la misma dirección.
El ataque también ha alterado el balance estratégico de la región de otra forma, provocando el desplazamiento al Mediterráneo Oriental de un grupo de combate naval norteamericano, reviviendo, al menos temporalmente, el interés de Estados Unidos por una región de la que estaba en salida. En función de cómo evolucione la situación, la confrontación entre Rusia y Norteamérica podría encontrar de nuevo un teatro en Oriente Medio.
Israel no hace concesiones cuando su seguridad está en juego, y todo impele hacia una respuesta militar contundente que incluya la entrada y ocupación por largo tiempo de la Franja de Gaza, pues se trata de terminar con Hamás tal como lo conocemos ahora. En el cálculo estratégico que haga, Israel deberá considerar aspectos como la presencia en Israel de un número indeterminado de terroristas salidos de Gaza que tratarán de sembrar el terror en el país; la existencia de más de ciento cincuenta rehenes israelitas en manos palestinas; el complicado equilibrio que mantiene en pie el actual gobierno de coalición de Netanyahu; o la posibilidad de que la respuesta que dé al problema ponga fin a los esfuerzos hechos para normalizar sus relaciones con los estados sunnitas, tan importantes para contrarrestar a Irán. ¿Pesará más para los saudíes la afinidad con los palestinos que los beneficios estratégicos de una paz con Israel? El mundo espera tenso la respuesta de Israel.