Luis Palencia, Profesor del IESE , Universidad de Navarra
Tontos de película
Ya lo dice el Salmo: «Cada día que amanece el número de bobos crece...». O sea, que viene de antiguo. Imagino que cada país tiene su acopio de expresiones sobre la tontuna pero me da que el castellano, lengua muy apta para el insulto, es alumno aventajado: tontos del bote, de baba, de capirote, del haba, de solemnidad, de los palotes, de Coria, de Anchuelo… y eso sin contar los refranes sobre el tema.
La cosa es universal y en el cine abundan los ejemplos de tontuna, bobería o estupidez. Por cierto, que en las películas salen mejor parados quienes tienen algún tipo de peculiaridad cognitiva -carencia como «Forrest Gump», o diferencia como «El hombre de la lluvia»- y con frecuencia dan lecciones de sensatez y buen hacer a los espectadores «normales». La otra tontuna, la mala, la que no gusta, suele ser fruto de un vicio (soberbia, ira, ambición, envidia…) sin contrapeso de virtud alguna (prudencia, humildad, generosidad…). En las películas de atracos es frecuente que una planificación impecable se venga abajo por un exceso de ambición o de confianza; por una tontería, vamos.
Todos coincidimos en lo extendido de la tontuna como certifica una expresión sintética y rotunda: la gente es tonta. No tengo pruebas pero diría que todos hemos pronunciado esta frase alguna vez, lo que nos lleva a una paradoja que, sin entrar en disquisiciones sobre el todo y las partes, dice: si todos pensamos que la gente es tonta, y la gente somos todos nosotros, ¿quién es el tonto?, ¿nosotros, los otros, «la gente»…? Es un tema sin resolver. Podría ser que la tontuna sea una situación temporal, que tiene mejor encaje en el verbo estar que en el verbo ser: estar tonto en vez de ser tonto.
Todos hacemos tonterías y al caer en el error, reconocemos: ¿en qué estaría yo pensando? Habrá aprendizaje si se tiene la humildad para transformar los errores de hoy en enseñanzas de futuro. Intuyo que aquí sí que hay diferencias. Hay quienes aprenden de sus errores y quienes se empeñan en buscar culpables y causas ajenas a éstos. Si un colectivo se ha acostumbrado a no asumir sus responsabilidades, no puede esperar dirigentes que asuman las suyas pues éstos serán culpados por aquellos del despropósito colectivo, y el lío seguirá sin resolver.
Puestos a buscar explicaciones también podría ser que la tontuna solo esté en los ojos del observador y no en el observado. En estos tiempos de relativismo la idea vende bien: no hay tontos ni personas que actúan tontamente… solo hay observadores intransigentes. En «Luz de gas», un marido perverso quiere volver loca a su esposa haciéndola creer que, efectivamente, no está bien equilibrada. Casi lo consigue. Si se nos adormece el sentido común (el de las abuelas, el de gastar menos de lo que se gana) haciéndonos creer que somos unos intransigentes del siglo pasado (o de la década pasada), acabaremos por creérnoslo y por aceptar primero y colaborar después con comportamientos que, al cabo de los años y cuando miremos hacia atrás, nos hagan concluir, con pena y sin solución: la gente es tonta, somos tontos.