Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
¿Promovemos saberes pensados o saberes sin pensamiento?
“Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”. ¿Sigue hoy socialmente vigente ese menosprecio del pensamiento expuesto por los profesores de la Universidad de Cervera para halagar a Fernando VII? Parece que de algún modo sí, a juzgar por la aceptación generalizada y sumisa de las consignas de los partidos políticos, de los slogans de las manifestaciones callejeras y del resultado de las encuestas. No está de moda razonar sobre la verdad o falsedad de cualquier idea o reflexionar para distinguir la verdad de la mentira.
Nos estamos acostumbrando a repetir mecánicamente lo que dicen los medios de comunicación e internet, sin analizarlo. Esa actitud nos empobrece como personas. Por ejemplo, si mis deseos son buenos pero son opuestos a los de la mayoría, esos deseos no serían legítimos. La decisión de la mayoría lo legitimaría todo. En versión humorística sería así: “¡Coma usted basura, porque un millón de moscas no pueden equivocarse!”
Son muchas las personas que rehúyen pensar por propia cuenta, sea por pereza, gregarismo o cobardía. Por eso no podemos extrañarnos de que las adolescentes de hoy se sientan incómodos cuando se les invita a pensar:
-¿En qué piensas?
-En nada. Ya se lo dije el mes pasado.
El gran desarrollo de los medios de comunicación junto con el intercambio global de contenidos en internet, hace más necesario que nunca enseñar a pensar a los adolescentes sobre la ingente y variada información que reciben. Se trata de que sepan afrontarla de forma crítica y comprensiva, para así facilitar la construcción del conocimiento.
Robert Swartz, director del Centro Nacional para Enseñar a Pensar de EE.UU, desveló en un Congreso sobre inteligencia celebrado en julio de 2.0015, que entre un 90 y un 95 por ciento de la población mundial no sabe pensar adecuadamente. Añadió que la causa principal son las escuelas, donde se sigue enseñando a memorizar, pero no a reflexionar.
Este diagnóstico hace que sea de gran actualidad la distinción que el profesor García Morente hizo en su día entre “saberes pensados” y “saberes sin pensamiento”:
“El saber pensado consiste en la evidencia intelectual que se enciende en el espíritu cuando verificamos el acto de pensar (…) Pensar es intuir esencias; es ver, sin que haya lugar a duda, que algo es lo que es. Por el contrario, el saber sin pensamiento es sólo erudición: un saber externo, formulario, una colección de recetas mecánicas, pero sin la evidencia intelectual íntima.”
En el éxito escolar cuenta mucho que el alumno estudie reflexionando y que los profesores promuevan saberes pensados, y no saberes sin pensamiento. Las escuelas deben crear sujetos activos del aprendizaje y con mente abierta, capaces de pensar de forma crítica.
Padres y profesores deben evitar algunos errores que dificultan que sus hijos o alumnos se ejerciten en el pensar: enseñarles de forma dogmática; informarles de forma confusa y desordenada; explicarlo todo; transmitirles saberes acabados.
El pensamiento verdadero implica diálogo consigo mismo y con los demás. El diálogo es un juego de preguntas y respuestas; requiere aprender a preguntar, a escuchar y a responder. La pregunta está considerada como el principal procedimiento para aprender a pensar, tanto si la hacen los educadores como los educandos.
Enseñar a pensar no es imponer modelos para ser imitados; sí es estimular el pensamiento de los educandos para que pueda fluir libremente.
Conviene fomentar la actitud de preguntar en la familia y en la escuela. Es aconsejable contestar a todas las preguntas, aunque adaptando las respuestas a la edad y comprensión de quien pregunta.
No basta dar a los chicos/as la oportunidad de preguntar; además hay que enseñarles a preguntar. Les ayuda el ejemplo de buenas preguntas de sus educadores; también la práctica orientada de preguntar siguiendo algunos criterios.
Conviene evitar las preguntas cuyas respuestas están en los libros de forma literal; son más valiosas las preguntas sobre el “por qué” que las del “qué”; son preferibles las preguntas “abiertas” (que dan lugar a un amplio proceso de pensamiento) que las “cerradas”. Ejemplo de las primeras: “¿Por qué flotan los barcos?”. Ejemplo de las segundas: “¿Qué es un ladrillo?”
Junto a la pregunta, hay otros medios para aprender a pensar: la resolución de problemas de cualquier materia; el uso de algunas técnicas de trabajo intelectual, como, por ejemplo, la elaboración de esquemas y mapas conceptuales; la utilización de metodología participativa, especialmente la discusión dirigida y el debate.
Los actuales Programas de Enseñar a Pensar recogen esos recursos y añaden otros. Los estudiantes que los realizan estudian con más interés y mejoran el rendimiento. ¿Servirá esta positiva experiencia para terminar con la mentalidad de aprender sin pensar, apoyándose en las muletas del memorismo?