Inmaculada Jimenez Caballero , Profesora da la Escuela de Arquitectura, Universidad de Navarra
La ropa en remojo
El arte supera a la naturaleza. La idea de unión entre arte y naturaleza del siglo XVIII reformulaba el pensamiento antiguo de arte como unión de ciencia y virtud.
De la naturaleza toma Antonio López su materia prima, pero después de someterla a una misteriosa operación resulta de su mano tan impregnada de ideal, que sus figuras ya no son naturales aunque dan la impresión de serlo.
La figura humana es según los clásicos la que concede su naturaleza al arte y Antonio López es a mi juicio un pintor del hombre. Lo pinta y busca presentar lo que es propio solo de él: su espíritu, su moralidad. Todos los demás temas están impregnados de la presencia del hombre, por eso no es relevante que su imagen aparezca porque queda implícita en ellos. En su obra, todas las figuras adquieren esa dosis de moralidad que la condición humana les proporciona.
La unidad entre la forma natural y la esencia que le corresponde es la que proporciona la belleza de la obra, que no se ve con los sentidos naturales, sino que se percibe con otra dimensión que es la que el pintor se afana precisamente en desvelar, utilizando para este fin abstracto e infinito unos materiales accesibles y perecederos.
No hay membrillo tan bello como el que Antonio pintó, ningún hombre contemporáneo en madurez tan imponente como el suyo, ningún Madrid tan atractivo como el de sus lienzos. Del mismo modo que ninguna victoria fue más excelsa que la de Samotracia, ningún Apolo mas apuesto que el de Belvedere, ningún cardo tan sabroso como el de Sánchez-Cotán.
Su trabajo hoy enfrenta los mismos temas y enigmas en los que seguimos reflexionando desde la antigüedad, desde Platón hasta Kant y mientras el arte del siglo XX al fragmentar las figuras ha producido ese efecto triturador de la unidad natural necesaria en el trabajo artístico, Antonio, ha procedido de otra manera enfrentando la unidad a cuestiones como la escala, las situaciones o el entorno. En la sociedad de la tendencia a lo uniforme eligió el trayecto en solitario.
La unidad necesaria de la obra de arte, que el mundo contemporáneo tiende a veces a confundir con totalitarismo que todo lo iguala y somete, y que al disolver al hombre en la multitud, abandona precisamente el objeto artístico esencial, el objeto que concede al arte su propia naturaleza.
El reconocimiento unánime de nuestro tiempo de Antonio López como maestro, es un signo de esperanza en una época convulsa y desorientada. En un entorno de austeridad y sin grandes recursos pero con la generosidad de la tierra y sus gentes Antonio López encontró su vocación de transmitir la belleza manifestando la naturaleza, con la ayuda del arte.