Román Sol Rodríguez, Profesor de la facultad de Teología
La santidad de los niños
El próximo 13 de mayo en Fátima, coincidiendo con el centenario de las apariciones, el santo padre Francisco canonizará a los hermanos Francisco y Jacinta Marto. Su fama radica en haber visto a la Virgen María, pero su declaración de santidad no se basa en ese argumento, en su condición de videntes, sino en haber vivido de modo heroico las virtudes cristianas. Este es el reconocimiento que hará al papa la semana próxima al elevarlos a los altares para su culto público y universal.
En Fátima, la Madre de Dios se apareció a tres niños, como había ocurrido en otras ocasiones, por eso la edad en el momento de las apariciones no llama la atención. En cambio, sí la llama el momento en que fallecieron dos, ya que en el caso de Francisco y de Jacinta fue poco tiempo después, tras sufrir una dolorosa enfermedad. Él murió sin alcanzar los doce años y su hermana sin llegar siquiera a los diez.
Esta es una novedad importante, pues hasta la fecha los procesos de beatificación y canonización, al exigir como trámite la declaración de virtudes heroicas de los siervos de Dios, parecían excluir que eso pudiera darse en personas que no hubieran llegado a la edad adulta. Esto no quiere decir que en la Iglesia no se reconociera la santidad de los niños, pero esta solía llegar por la vía del martirio, donde la identificación con Cristo se alcanzaba con una muerte como la suya.
Este reconocimiento de la vida santa de los dos pastorcillos se ilumina también como cumplimiento de la invitación evangélica del Señor a recibir el reino de Dios como un niño para poder entrar en él (cf. Lc 18, 15-17) y de la declaración del pasado concilio sobre la llamada universal a la santidad en la Lumen gentium, porque todos estamos llamados a ser santos, ahora sin distinción de edad.
En cuanto al modo concreto de realizar su seguimiento personal de Jesús, contamos con los datos recogidos, principalmente, en las Memorias de Lucía. Allí nos cuenta que santa María les pidió sacrificios por la conversión de los pecadores y ellos respondieron con generosidad ofreciendo múltiples mortificaciones pequeñas en medio de sus ocupaciones cotidianas: un mundo bastante amplio de privaciones voluntarias con las que imitar el modelo de Cristo sufriente por nuestros pecados.
En el mismo sentido se expresó, en la homilía de la ceremonia de beatificación del año 2000, el papa san Juan Pablo II: «La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. (…) Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores"».