Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Sobre la palabra pastoral
El Diccionario de la Real Academia Española recoge varias acepciones o sentidos del término pastoral: 1) la relativa al pastor de ganado; 2) por derivación, una composición artística (literaria, musical o pictórica) que evoca el mundo de los pastores y del campo, por ejemplo, una sinfonía pastoral; 3) lo perteneciente al pastor eclesiástico o a su actividad (así se habla de labor pastoral del obispo o de las directrices pastorales de la jerarquía); 4) un sentido ulterior es la actividad de dirección espiritual desarrollada por la Iglesia entre sus fieles.
En una perspectiva antropológica escribió Heidegger que el hombre -todo hombre- es "pastor" del ser; tiene que preocuparse no solo de sí mismo, sino de la humanidad y de todo lo que existe, en un sentido profundo y abarcante.
Desde el punto de vista de la reflexión teológica se pueden distinguir cuatro sentidos que enumeramos desde el más estricto al más amplio.
Con referencia a los pastores jerárquicos
1) Sentido estrictísimo, referente a la tarea de los pastores eclesiásticos, y más concretamente a la parte de esa tarea que implica gobierno canónico y guía espiritual; es decir, al tercero de los “oficios” (munera) que la jerarquía participa de Cristo (enseñar, santificar y gobernar). Así como Cristo es el “buen pastor” (cf. Jn, cap. 10) que conoce y guía a sus ovejas, así los pastores jerárquicos (sobre todo los obispos) tienen como misión la de gobernar y guiar espiritualmente a los fieles (relacionado con el último de los sentidos de nuestro diccionario)
2) Sentido estricto, que abarca todo lo que hacen los pastores jerárquicos. Suele expresarse con referencia a los tres oficios o “munera” que la jerarquía participa de Cristo para su función en la Iglesia: munus docendi (oficio de enseñar), munus santificandi (santificar) y munus regendi (gobernar y guíar a los fieles).
Como hemos visto, este sentido es el recogido en tercer lugar por el diccionario del español, cuando se habla de “tareas pastorales”. En relación con esas tareas o actividades de la jerarquía eclesiástica encontramos expresiones como Año (de práctica) pastoral, jornadas o semanas pastorales, anillo pastoral (símbolo de dignidad, prudencia y desposorio espiritual con la Iglesia, y por tanto expresa las funciones episcopales), carta pastoral, visita pastoral y báculo pastoral (el “cayado” del pastor). Como se ve, el ministerio de regir o gobernar (munus regendi) queda aquí incluido y se considera de modo inseparable con el ministerio de enseñar y santificar.
Algunas derivaciones no tan correctas
A partir de estos dos sentidos, y sin salir de ellos, hay dos derivaciones. Un uso popular es el de “hacer pastoral” o “ir de pastoral”, cuando se desea contraponer tareas prácticas (sobre todo las parroquiales) a otras (sobre todo el estudio) más teóricas o especulativas. Así se contrapone la “pastoral” a lo “teológico o académico”, aunque con frecuencia se olvida que las tareas pastorales tienen una dimensión teológica –deben ser realizadas al menos en una perspectiva teologal o de fe, y no puramente sociológica– y que la teología tiene una dimensión pastoral –no solo es ciencia sino también sabiduría y servicio.
Una segunda derivación, completamente inapropiada, consiste en identificar lo pastoral con lo más fácil, lo diluido o lo abaratado. Así se ha llegado a contraponer la teología como tarea que supone un esfuerzo reflexivo, a la pastoral como tarea meramente práctica, que no requeriría reflexión ni análisis, sino solamente destreza o experiencia.
En relación con la misión evangelizadora de la Iglesia
3) Un sentido más amplio de “pastoral” que los anteriores es el usado por el Concilio Vaticano II cuando, en el Decreto Ad gentes explica las actividades de la única misión de la Iglesia, haciendo una división tripartita: la actividad “ad extra” o “ad gentes” (hacia fuera o hacia las gentes, propia de los misioneros, dirigida a los no cristianos y no creyentes); la actividad “pastoral” que es la que la Iglesia desarrolla hacia los fieles (católicos); y una tercera actividad en orden a promover la “unidad de los cristianos” (ecumenismo), es decir entre los católicos y los cristianos no católicos.
La segunda de esas tareas o actividades es, pues, denominada “pastoral” no solamente en cuanto que es propia de la jerarquía eclesiástica sino en cuanto que consiste en evangelizar a la Iglesia “ad intra”; es decir, promover la formación y el apostolado entre los fieles católicos dentro de las Iglesias particulares y en comunión con la Iglesia universal. Como corresponde a la doctrina del Concilio, esa tarea evangelizadora “ad intra” (hacia dentro) no es exclusiva de la jerarquía, sino que en ella colaboran también los fieles por su condición de bautizados. En este sentido todos los cristianos somos -hemos de ser- "buenos pastores" de los demás.
Así dice el texto literalmente: “La actividad misionera entre las gentes se diferencia tanto de la actividad pastoral que hay que desarrollar en relación con los fieles [erga fideles], como de los medios que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos” (AG 6).
4) Un sentido amplísimo es el que fue adquiriendo de modo predominante el término pastoral en el Concilio Vaticano II. Este sentido es equivalente a todo lo que hace la Iglesia en el conjunto de su misión evangelizadora –incluyendo la inculturación de la fe, la promoción humana, etc.-, si bien manteniendo, en esa misión, las tareas propias de los pastores (jerárquicos) y de los fieles, según sus condiciones y dones, ministerios y carismas. Así cabe decir que la misión de la Iglesia es una misión evangelizadora o pastoral.
Este sentido se ve, por ejemplo, en el título de la Constitución Gaudium et spes, que se denomina “Constitución pastoral” sobre la Iglesia en el mundo actual, siendo así que no se limitaba a exponer la misión de la jerarquía eclesiástica, ni se limitaba a las cuestiones evangelizadoras “ad intra” de la Iglesia, sino que proyectaba su misión en el horizonte del mundo, de las culturas y de todo tipo de personas.
El carácter pastoral del Concilio Vaticano II
Este último sentido de “pastoral”, equivalente como decimos al conjunto de la misión de la Iglesia o de la evangelización (también en sus sentidos más amplios), se sobreentiende cuando se dice que el Concilio Vaticano II tuvo un “caracter pastoral”, utilizó un “lenguaje pastoral” o manifestó una “sensibilidad pastoral”. Como se sabe por las intervenciones de los pontífices que lo promovieron o sostuvieron –Juan XXIII y Pablo VI–, esto quería decir que el Concilio debía preocuparse por los hombres de nuestro tiempo para proclamarles lo esencial de la Buena Noticia (el Evangelio) de modo abierto, directo y positivo, de modo que puedan captarlo y aceptarlo.
Es paradigmático de este empleo el uso que Juan XXIII dio a ese adjetivo en su discurso de inauguración del Concilio Vaticano II (Alocución Gaudet Mater Ecclesiae, 11-X-1962): “Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”.
Este sentido general y muy amplio –sin excluir los anteriores– de la palabra pastoral es el que está en primera línea implicado en la interpelación por una "conversión pastoral", que debe afectar a todos los cristianos y a toda la Iglesia (cf. Exhort. Evangelii gaudium, 25 ss.), como sinónimo de la transformación misionera que necesitamos en nuestro tiempo.
En esa línea cabe hablar también de la dimensión pastoral de la teología (o de la "pastoralidad" de la teología), en el sentido de su dimensión de servicio a la vida cristiana, a la misión de la Iglesia y en general a la sociedad y al mundo.
En esta perspectiva, pero teniendo en cuenta los sentidos anteriores, se entienden estos dos párrafos de Joseph Ratzinger, tomados de un texto suyo de 1963 –siendo perito durante los trabajos del Concilio Vaticano II– donde explica el sentido correcto que debería darse al término “pastoral” y denunciando sus deformaciones:
“Pastoral no debía significar: difuso, insustancial, meramente edificante, como aquí y allá se lo malinterpretó. Sino que debía significar: formulado con una preocupación positiva por el hombre moderno, al que no se le ayuda con condenas y que durante bastante tiempo ha escuchado todas las cosas erróneas que no debe hacer, pero que por fin quiere escuchar (demasiado poco ha escuchado) lo que es verdad, con qué mensaje positivo la fe quiere afrontar nuestro tiempo, qué tiene ella de positivo para enseñar y para decir.../...
Pastoral no debía significar: vago e impreciso, sino que debía significar: exento de disputas de escuela, sin intromisión en cuestiones que solo atañen a los eruditos, sin más parcelamiento de la posibilidad de discusión entre ellos en un momento en que todo está lleno de nuevas tareas y exige de ellos un análisis abierto. “Pastoral” debía significar, por último: no en un lenguaje académico (que allí, o sea, en el ámbito académico, tiene su sentido y es necesario, pero no corresponde en el anuncio y en la profesión de la fe), sino en el lenguaje de la Escritura, de los padres, de los hombres de hoy; simplemente en el lenguaje vivo del hombre, del hombre que es siempre uno” (J. Ratzinger [texto de 1963] en Idem, Obras Completas VII/1. Sobre la enseñanza del concilio Vaticano II, BAC, Madrid 2014, pp. 260-261).